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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«La soledad del corredor de fondo», de Alan Sillitoe

Un grande de la literatura inglesa vuelve al mercado español con una de sus mejores y más representativas obras.

Una serie de cuentos de un autor excepcional. Entre todas las plumas rescatadas para el mercado español de las catacumbas de la literatura británica del s. XX, quizás la de Alan Sillitoe (Inglaterra, 1928-2010) sea una de las más potentes. Su fuerza narrativa, impresa a fuego en sus tramas, diálogos, lenguaje y personajes, nos da buena cuenta de su posición personal: vivimos en un entorno controlado por poderes omnímodos ante los que no cabe otra actitud que la lucha constante. Aunque en esa “guerra” lo más probable sea la derrota, estampados una y otra vez contra un muro al que un solo individuo jamás podría derribar, cada derrota se convierte en una reivindicación esencial de la dignidad del ser humano.

Esta actitud de lucha digna, con la mirada al frente y la cabeza erguida, recorre con distintos matices toda la producción de Sillitoe. La leímos en Fantasymundo hace un tiempo, cuando recomendamos su excelente primera novela ‘Sábado por la noche y domingo por la mañana’ (Impedimenta, 2011). La volvemos a encontrar, más madura y contenida, en esta compilación de relatos de título ‘La soledad del corredor de fondo’ (Impedimenta, 2013, disponible en FantasyTienda). Entre ambos textos solo median unos meses: en 1958 se publicó originalmente el primero y en 1959 el segundo. Todavía mucha de la rabia juvenil desatada en la novela se encuentra aquí. No obstante, con nada nuevo paso literario Sillitoe mostraba cómo eran posibles otras formas de lucha digna, más allá de la rabia contenida y/o la violencia activa.

Pues bien, ‘La soledad del corredor de fondo’ (Impedimenta, 2013) resulta un perfecto muestrario de formas de lucha digna contra los poderes omnímodos a los que Sillitoe hace frente durante toda su vida.

Sobre las características de este catálogo literario, no debe despistar la voz plural de “La soledad del corredor de fondo”, relato con el que se abre el libro, porque aunque por veces se aluda a un “nos” que pudiese dar la imagen de clase social o comunidad, la perspectiva de Sillitoe es más solidaria que gregaria. Su voz es la de un individuo comprensivo con aquellos otros que, como él, son víctima directa o indirecta del poder maquinal que transforma a las personas en recursos y a sus almas en instrumentos de trabajo.

Cuando Colin Smith se ríe del discurso del director del reformatorio, de su constante alusión a la “honestidad” como actitud vital, lo hace de la hipocresía oculta tras lo que, en el fondo, entiende como una búsqueda de obediencia. Una táctica para conseguir respeto y seguimiento ante las reglas o los cánones de comportamiento del sistema construido por ese poder que el individuo combate, ciega y frontalmente, en la literatura de Sillitoe.

En estas páginas podremos leer sobre la rabia y la impotencia, la esperanza y la derrota, la crueldad y el patetismo, la dignidad y la miseria…
Una posición individual, personal y unívoca más evidente en otros relatos donde, ya sin esa voz plural de Colin Smith, el protagonismo recae en un personaje solitario que se enfrenta a la vida combatiendo, con decisión y ternura, las distintas barreras que se le ponen enfrente. Una soledad remarcada por la ausencia de personajes secundarios vinculados con el protagonista o, si lo están, es únicamente para establecer una relación que los aísle todavía más del mundo en que viven.

Un ejemplo representativo es Kathy, la mujer del cartero protagonista de “El cuadro del barco de pesca” quién, habiendo abandonado a su marido diez años atrás, vuelve a su vida para intentar borrar cualquier rastro de la vida en común que tan abruptamente abandonó. Cada ida y venida del cuadro a la tienda de empeños supone, para Kathy, un nuevo intento de liberación respecto a su pasado con él, pero para nuestro protagonista simboliza otro momento en que representa su soledad y abandono.

Como él, otros protagonistas de estos relatos, aunque pueden llegar a compartir su tiempo con otras personas y construir con ellas experiencias comunes, viven sin embargo en una falta de conexión profunda que los encierra sobre sí mismos y su vida en soledad. Así, al final, se ven abocados a volver a casa y mirar a una pared vacía, o volver al pub a tomar otra pinta más hasta la hora de no sentir ya ningún dolor.

Otro punto básico y común en estos relatos está en la lucha contra barreras de poder que los personajes se ven obligados a afrontar, y algunos incluso intentan saltar con mejor o peor fortuna. Ya hemos hablado de los reiterados intentos de Colin Smith, pero quizás el más duro de todos ellos, aquel que conmueve por la incomprensión del poder que se pone en marcha, y también por la triste resolución de esa lucha de poderes, es el que obliga al “Tío Ernest” a alejarse de las dos niñas a las que colma de caprichos a cambio de su simple compañía; evitando por un momento en el día el recuerdo de su soledad y aislamiento. Cuando la policía lo obliga a romper esa relación, acusándolo de llevar a las niñas “por el mal camino”, sin importarle la libertad y la decencia de ambas partes en el mantenimiento de su relación, pone en marcha ese poder opresor al que Sillitoe se enfrenta con la rabia de un Teddy Boy –cuyos ecos resuenan en relatos como “El partido”.

Unos límites a lo humano que se extiende en una oposición fundamental a la autoridad, a todo aquel poder abstracto limitador de la libertad personal en toda su amplitud. Sillitoe hace con sus personajes un homenaje a la libertad plena, sin anclajes tanto para disfrutar de los aciertos como para cometer errores. Una autoridad presente en cualquier forma de vida institucionalizada: el centro de menores (“La soledad del corredor de fondo”) no se diferencia en mucho de la escuela (“Mr. Raynor, el maestro de escuela”), la fábrica (“Una tarde de sábado”), la policía o la ley. Todos son normas ajenas, reglas homogeneizadoras e inhumanas, que llegan al absurdo de impedirle a un hombre aliviar su soledad con la compañía de dos niñas que le alegran el espíritu o, acto individual donde los haya, suicidarse a través de una inocua y silenciosa soga.

En ‘La soledad del corredor de fondo’ (Impedimenta, 2013) se sintetiza, durante apenas doscientas cuarenta páginas, la posición vital y el trabajo creativo esencial de Alan Sillitoe. En ellas podremos leer sobre la rabia y la impotencia, la esperanza y la derrota, la crueldad y el patetismo, la dignidad y la miseria… Parejas de conceptos siempre coordinados en su literatura, omnipresentes cuando se trata de echar una mirada al ser humano y a su vida. Sobre esto da buena cuenta Kiko Amat en su “Introducción. La guerra perpetua” de Sillitoe sobre las fuerzas que hemos visto aquí.

Un grande de la literatura inglesa vuelve al mercado español con una de sus mejores y más representativas obras. ¡Pasen y lean!

Por Fco. Martínez Hidalgo