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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Las vírgenes sabias», Leonard Woolf, escritor inédito

En 2010 Impedimenta publicó Las vírgenes sabias, que pasa por ser, para la crítica, su mejor novela. En ella, Woolf hace un retrato de la sociedad inglesa de su tiempo. Este sensible y culto editor inglés, alma máter del círculo de Bloomsbury y esposo amantísimo de una de las grandes renovadoras de la literatura del siglo XX, escribía libros, y los escribía bien.

Todo en Leonard Woolf, nos parece, tiene que ver con Virginia; pero lo cierto es que este huesudo, sensible y culto editor inglés, alma máter del círculo de Bloomsbury y esposo amantísimo de una de las grandes renovadoras de la literatura del siglo XX, escribía libros, y los escribía bien. Y no solo memorias, ensayos de historia, sociología o política -era teórico del Partido Laborista-, sino también ficciones, aunque no se prodigara en exceso: dos novelas y tres relatos cortos componen toda una obra que, aunque desconocida en España, hace de Woolf no solo un escritor estimable, sino con absoluto derecho a perdurar.

La editorial coruñesa Ediciones del viento acaba de publicar por primera vez en castellano la novela La aldea en la jungla y otras tres historias orientales: «Un cuento a la luz de la luna», «Los dos brahmanes» y «De perlas y cerdos», todo en un mismo volumen. El editor, Eduardo Riestra, esgrime el hecho de que Leonard abandonara pronto la ficción, que no la escritura, como causa posible del actual olvido que padece su obra. «Apenas escribió ficción y sus ensayos son en general de lectura ardua y bastante coyuntural», dice, lo cual, sin embargo, no evitó que llegara a consolidarse en su país, «donde sí es un importante escritor de su tiempo». Ya en 2010 Impedimenta publicó Las vírgenes sabias, que pasa por ser, para la crítica, su mejor novela. En ella, Woolf hace un retrato de la sociedad inglesa de su tiempo, de ese puritanismo que se prestaron a combatir los del Bloomsbury, algunos de cuyos miembros -como Lytton Strachey, John Maynard Keynes o Bertrand Russell- eran amigos de Leonard desde la universidad.

El material narrativo de lo que ahora se publica, historias todas ellas sobre el colonialismo inglés, lo sacó Woolf de los siete años que pasó en Ceilán como enviado del gobierno británico. «La regla de oro de la jungla es primero el miedo, después el hambre y la sed -escribe -. Hay miedo por doquier: en el silencio y en los discordantes reclamos y gritos salvajes, en el agitarse de las hojas y el crujir de ramas, en la penumbra, en los animales sobresaltados, huidizos, curiosos. Tras el miedo siempre vienen el hambre y la sed; tras el hambre y la sed, otra vez el miedo». La selva de Woolf es una selva terrible; en «De perlas y cerdos», historia con ecos bíblicos que alguien comparó, en su día, con el Decamerón de Boccaccio, se ve cómo la locura acaso sea la reacción más natural al infierno selvático. En «Los dos brahmanes» el anclaje vuelve a ser bíblico, la parábola esta vez (Woolf, se cuenta en el prólogo, era un ávido lector de la Biblia y de hecho el Libro de Job le parecía «uno de los grandes relatos de todos los tiempos»), y la denuncia (hay mucha en estas historias: a los abusos del colonialismo, a ciertos imperativos sociales) va contra el sistema de castas en aquella parte del mundo.

En «Un cuento a la luz de la luna», el escritor se atreve con ciertas fórmulas narrativas de vanguardia, como el flujo de conciencia (aquí poco tenía que hacer frente a Virginia), e historias de la tradición oral. En este relato, que transcurre entre la jungla y el océano, Woolf aborda las relaciones entre el hombre blanco y la mujer indígena. «Cabe tener presente la propia experiencia de Woolf -escribe Beatriz Iglesias Lamas en el prólogo-, que cuenta en sus diarios cómo perdió su virginidad en Ceilán con una prostituta».

Iglesias explica que Leonard Woolf fue uno de los primeros escritores en «dar voz al otro, al colonizado, a quien hasta entonces había habitado los márgenes de la conciencia colectiva occidental». Lo fue antes incluso que George Orwell en Los días de Birmania o E. M. Forster en Pasaje a la India. Por su origen, no diríamos que estaba predestinado a estar del lado de los no favorecidos: hijo de un importante abogado de Londres, Woolf se formó en el Trinity College de Cambridge, se incorporó al servicio civil y a las órdenes de Su Majestad marchó a Ceilán, y eso antes de regresar a Inglaterra, casarse y fundar la editorial Hogarty Press. Para Iglesias, Woolf busca, y consigue, incomodar al lector. Lo arranca de su zona de confort «para despojarlo de su visión occidental de la realidad y acercarlo así a la perspectiva oriental del otro».

Pero ¿por qué abandonó Woolf su carrera literaria? ¿Le sobrepasó el hecho de estar casado con la fabulosa Virginia? «Virginia no sólo es una escritora extraordinaria, también su trágico y literario suicidio, su belleza, los retratos que de ella conserva la National Portrait Gallery, el peso que su familia aporta al grupo de Bloomsbury, todo la convierte en un personaje capaz de eclipsar a cualquier marido», opina Riestra, quien no duda en afirmar que Leonard, sin Virginia, sería hoy «un escritor mucho más conocido y admirado».

ALBERTO GORDO