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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Lo que dijo Harriet», de Beryl Bainbridge

«Harriet es la pequeña gran dictadora de la novela. No en vano, el nombre de su amiga íntima, narradora de la novela y sufridora de Harriet, se desconoce. Harriet la ha desnudado hasta el alma, la ha despojado hasta de su nombre. La ha hecho desaparecer del mapa de su propia vida.»

El Sunday Times dijo que esta novela era escalofriante. Escalofriante y seductora. De final impactante. Más bien diría que es una novela con un personaje central, Harriet, escalofriante a la par que seductor, y con un final que, si conoces la historia detrás de la película Criaturas celestiales, de Peter Jackson, más que impactante es el final que Harriet ha ido hilvanando a lo largo de toda la novela. Un final digno de su protagonista.

Aprendimos enseguida que las personas más dulcemente resignadas eran las que más tenían que contar. Las personas volubles y frenéticas no nos servían para nada. Estas últimas apenas manifestaban otra cosa que autocompasión y, al final, acababan articulando obscenidades simples y livianas.

Beryl Bainbridge está, ante todo, espectacular a la hora de desarrollar los personajes. Impoluta y perfecta. Cuando una novela se estructura en base a algo que produce temblores (se me viene a la cabeza cualquier novela de Sarah Waters, especialmente El ocupante) son muy importantes dos cosas: una buena estructura narrativa (y Bainbridge lo consigue, si bien es cierto que no lo tenía difícil puesto que Lo que dijo Harriet se basa en un hecho real) y un impecable desarrollo de personajes; la personalidad debe estar presente en cada diálogo, sin quedarse emborronada por otras personalidades y caracteres, y debe provocarnos sensaciones que nos hagan odiar o amar al personaje en cuestión. Las formas de cada uno deben estar tan bien delimitadas que no pueden verse sobrepasadas o pisoteadas por las circunstancias en las que se involucren a lo largo de la historia ni, mucho menos, deben responder de manera inadecuada a una situación en la que, por ejemplo, un personaje secundario se haga con el primer plano de la escena. Harriet lo domina todo y parece que juega con los maniquíes en los que se transforman el resto de personajes cuando ella está presente. Y también cuando no lo está, lo que convierte a Harriet en el Dios de esta historia. La supuesta voluntad propia del resto de protagonistas queda total y absolutamente difuminada y borrada por la omnipresente Harriet que, esté o no esté en el desarrollo de una escena o en el nacimiento/defunción de un sentimiento, por ejemplo, está siempre en la mente y en la forma de actuar, responder, interactuar y preguntar del resto de protagonistas. Decir esto viene a ser lo mismo que decir que la única persona no-humana de la novela es la propia Harriet, que no siente ni parece más allá de lo que satisfaga sus propias necesidades personales, casi siempre malignas y arrolladoras. Una Harriet que no parece tener la edad que tiene, cuya forma de ver la vida y aplastarla con sus zapatos es inigualable. Y que, por supuesto, aunque huelga decirlo, no siente ni la menor necesidad de redención, a diferencia del resto de protagonistas.

A los trece es muy poco lo que puedes esperar sacar de amar a alguien, salvo experiencia. Seguirás regresando a colegio durante años, llevarás pichi de gimnasia mucho después de que todo haya terminado. ¿Qué te esperas? Nadie va a dejarte amar aún. No se espera que lo hagas. Ni ellos mismos saben hacerlo. Y todo lo que va a sentir él por ti va a ser una especie de dulce nostalgia. No: dale una conclusión lógica. Si no lo haces, te pasarás siglos añorando algo de lo más trivial.

Y, pese a basarse en un hecho real, no era fácil descubrir y describir de una manera tan portentosa el carácter de Harriet; mucho menos le resta alguna valía a Bainbridge, sino todo lo contrario. El dibujo de Harriet, desde la primera página, la maldad personificada, quita la respiración. Tiene tantas capas y están tan bien delimitadas que cada una de ellas es un mapa en el que escarbar pero que, por mucho que escarbemos en él, siempre tendremos la sensación de que no estamos llegando ni a la mitad de su profundidad. Intuímos más capas dentro de las capas, las vemos y percibimos, pero nunca podremos saber con exactitud cómo responderá, cómo actuará, cómo vivirá de ese momento en adelante la magnífica Harriet. Siempre nos sorprenderá. Harriet no tiene límites, es un personaje infinito, un pozo sin fondo. Un personaje que se alimenta, por necesidad, de los otros personajes, a los que manipula y domina, a los que da de comer y beber hasta que no le sirven más. Harriet no tiene escrúpulos y es buena muestra de que la crueldad nace, se crea y se desarrolla en la infancia. Harriet deja al descubierto lo peligroso que es no tener inocencia pero sí libertad… y ser consciente de que se es libre para pergeñar la más infame y repugnante de las hazañas.

Harriet es la pequeña gran dictadora de la novela. No en vano, el nombre de su amiga íntima, narradora de la novela y sufridora de Harriet, se desconoce. Harriet la ha desnudado hasta el alma, la ha despojado hasta de su nombre. La ha hecho desaparecer del mapa de su propia vida.

La historia de la novela, tremenda y conmovedora, no nos es del todo desconocida. Tampoco lo era cuando se publicó, aunque causase tanto revuelo que llegó a considerarse inmoral y que quedó en un ostracismo obligado durante muchos años. El mundo de aquellos no años no estaba preparado para Harriet. Dudo que ahora lo estemos, pero parecemos al menos más valientes y, desde luego, estamos acostumbrados a la maldad humana, a lo indigno de ser humano. Y, sin embargo, Harriet es tan brutal y está tan bien delineada que del escalofrío no nos libra ni la bondad de la narradora, ni el Zar, otro de los protagonistas principales, ni el resto del elenco que, con su vaivén, podría calmar nuestros ánimos y sentimientos. Harriet no es de esta época, ni de aquella, ni de este mundo.

El entretejido de la novela, por tanto, es espectacular; el dominio de Harriet, su presencia constante, su habilidad para manipular, para jugar, para actuar es, sin duda, lo mejor de la novela, lo que le da sentido a lo que Bainbridge ha escrito y a lo que dos muchachas, en aquella Inglaterra aún industrial y oscura, hicieron con trece años. Una historia fascinante, con personajes inolvidables, que dispara y… da en la diana.

Por Ainize Salaberri.