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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Los solteros», de Muriel Spark

Muriel Spark nació en Edimburgo, en 1918. Publicó su primera novela en 1957, una edad a la que ya no podemos hablar de una autora precoz. Hasta ese momento, la Sra. Spark había estado ocupada. Había tenido que casarse, vivir en África, divorciarse, trabajar para la inteligencia inglesa durante la Segunda Guerra Mundial y convertirse al catolicismo.

Todo eso lleva su tiempo, así que Muriel Spark no tuvo ocasión de sacar a la luz su primera novela hasta cumplir casi cuarenta años. Dedicó el resto de su vida a resarcirse.

Ya hace dos o tres años que en España varias editoriales han estado recuperando toda una rama de la novela británica, aquella que, desde principios de siglo XX hasta bien pasada la segunda mitad del mismo, creó una novela de tinte cómico, muy característica, alrededor de personajes que vivían la última curva del viaje para cierta sociedad británica, aquella que se había sentido el puntal más firme del imperio más firme de su tiempo. Una rama de la novela que resulta inconcebible sin la existencia de esa sociedad que se había visto como el más acabado ejemplo de civilización, y que fue retratada desde dentro, en su vertiente más caricaturesca, por novelistas como P. G. Woodehouse, Nancy Mitford, E. F. Benson, Stella Gibbons o Muriel Spark. Muchos de estos han aparecido, precisamente, en Impedimenta, cuyo insistencia en esta rama particular de la novela británica hace tiempo que ha sobrepasado los límites de lo que se puede achacar a la mera casualidad.

De esta colección de escritores es posible que Woodehouse sea el más divertido. Desde luego es el más humorístico o, para ser totalmente justos, el más humorista, sobre todo gracias a la capacidad de Woodehouse para hacer creíbles los personajes construyéndolos con la parodia. Hay novelistas satíricos en los que la burla funciona como un apunte de la narración. En otros, la ironía es como una cuneta, que desfila al lado de lo que se narra. Woodehouse tenía el talento de conseguir que los personajes estuviesen hechos del mismo material que las burlas que se les lanzaba, por lo que, cuanto más burlesco era el dibujo, más acabado el retrato que se nos presenta. Sterne, por ejemplo, poseía esa misma cualidad. Swift, uno de los más grandes satíricos de todos los tiempos, no. Es posible que eso tenga algo que ver con el hecho de que, en Los viajes de Gulliver, los capítulos más descarnadamente satíricos sean los menos recordados.

La de Spark es una novela menos abiertamente humorística que las de los autores que citábamos. Podríamos decir que es una novela que invita a sonreir, pero no tanto a la carcajada y hasta tiene un par de momentos incómodos. Spark se burla mucho menos de los personajes que Woodehouse o que Mitford. Hay ocasiones —no muchas— en las que da la impresión de que la autora está haciendo un esfuerzo real por entender las motivaciones de sus personajes.

La clave de la novela de Spark no vamos a buscarla tanto en el humor, así que vamos a buscarla en la contraportada. Esto no es una metáfora. En la contraportada de Los solteros los editores han colocado una frase de Evelyn Waughn que dice «Los solteros es la novela más elegante e inteligente de Spark. El libro que cualquier novelista querría escribir.» Cuando una frase es tan sencilla, tan rotunda y, al mismo tiempo, es verdad, tenemos que empezar a pensar que nos enfrentamos a una verdad poderosa. Los solteros es una obra admirable por esas dos características, por elegancia y por inteligencia, y ambas aparecen, más nítidamente que en cualquier otro lugar, en la estructura con la que está tejido el libro.

Si decíamos que Woodehouse va construyendo sus personajes a partir de la burla y que su gran talento consiste en que cada burla los hace más verosímiles, el gran talento de Spark consiste en la capacidad de construir sus personajes de forma progresiva y casi indirecta, envolviéndolos poco a poco con capas sucesivas que van modificando su apariencia, de modo que, al mismo tiempo que conservan la forma anterior, la modifican ligeramente. La estrategia es semejante a quien, partiendo de una figura original, va recubriéndola con capas de barro, en cada una de las cuales va añadiendo ligeras variaciones respecto a la forma previa. Si la figura original es un hombre, entonces Spark va añadiendo aquí y allá la forma de un brazo, un rasgo nuevo o un resto de deformidad en la pierna que anuncia una cojera. Nos lo deja ver durante un instante y luego cubre la figura otra vez, con una nueva capa a la que aplica el mismo tratamiento.

Así, poco a poco, se van formando figuras que heredan todos los rasgos anteriores, pero muestran otros nuevos. Si en un capítulo se dice algo, bueno o malo de un personaje, es posible que ese rasgo quede disimulado por una nueva capa en el capítulo siguiente. La gran habilidad de Spark consiste en que, mientras vemos la última capa, la externa, se mantienen las formas de las figuras que contiene.

Cuando lleguemos al final, y los distintos personajes se hayan ido construyendo mediante esta técnica, algunas de estas figuras serán más reconocibles que otras. Todas habrán cambiado respecto a su original, pero todas conservarán algo de lo que eran desde el principio.

Este sistema de Spark constituye una forma de ironía que, como Waughn, se me ocurre definir como «inteligente y sutil», además de terriblemente coherente, en cuanto que la estrategia ayuda a definir unos personajes cuya voluntad se pliega constantemente a su deseo. Personajes que actúan de una manera cuando quieren actuar de otra. Personajes incapaces de oponerse a sí mismos, porque, bajo la última capa fresca de su voluntad, subyacen capas y capas endurecidas de deseos y miedos ocultos.