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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Los verdaderos premios se los da uno a sí mismo»

Su nombre, llevado también por otros compatriotas ilustres como Eliade, el portentoso historiador de las religiones, tiene que ver con la paz, y paz es lo que rodea a Mircea Cartarescu, una serenidad y una mirada reconcentrada bajo la que rebulle un mundo de insondable frondosidad literaria.

El escritor rumano, firme candidato al Nobel desde hace unos años (aunque él detesta hablar de ello), recibió ayer en León el XVII y, previsiblemente, último premio que convoca el Club Cultural Leteo, cerrando un rutilante rosario de autores que comenzó con Gamoneda y que contiene apellidos del voltaje creativo de Banville, Auster, Amis, Houellebecq o Arrabal. El autor del inclasificable El Levante, de Lulu, Nostalgia, Cegador o del más reciente y monumental Solenoide, se mostró encantado de estar, aun fugazmente, en la capital leonesa, y alabó la iniciativa del Club Leteo. Porque, a pesar de llevar tiempo recogiendo distinciones por todo el mundo y de mantener que el verdadero galardón «se lo tiene que dar uno a sí mismo», este Leteo sin dotación económica, sólo otorgado por «amantes de la literatura», es uno de los que «más feliz» le ha hecho, proclamó.

—Usted escribió ‘El Levante’ en la cocina de su casa, cuando era un amargado profesor de literatura. Ahora es un escritor respetado en todo el mundo. ¿Qué ha cambiado en su persona desde entonces?

—Fundamentalmente no existe diferencia alguna entre aquel hombre y quien soy ahora. Hay un relato de Borges en el que, con 70 años, imagina un encuentro con su ‘yo adolescente’, y ve que son dos seres diferentes. A mí me pasa al revés. He leído cosas escritas por mí a los 17 años y me reconozco por completo.

—¿Qué les diría a esos otros autores que se sienten frustrados como se sentía usted, que están a punto de tirar la toalla?

—Que les comprendo. Que sé cómo se sienten. No soy de esas personas que dan consejos, ni siquiera a mí mismo, porque me he conducido de manera muy dificultosa en la vida, pero les diría que se encuentren a sí mismos. No que traten de encontrar nuevas fórmulas literarias, no que traten de publicar a cualquier precio. Contaba Ernst Gombrich que una vez en Argentina, en una tertulia, le hablaron de un poeta que él desconocía. «¿Quién es?», preguntó. «Bueno, pertenece a tal corriente», le decían. «Sí, pero, ¿quién es?», volvía a preguntar. «Y ha recibido tales premios», le explicaban. «Vale, pero, ¿quién es?», repetía cansado. No había manera de saber quién era realmente.

—¿Es ese su principal objetivo como escritor?

—Sinceramente, yo no aspiro a publicar libros. Sólo a entenderme a mí mismo y al mundo que me rodea. No me importa mi imagen, carezco de agente literario, tengo mi página de Wikipedia abandonada… No, no me considero un escritor ‘de carrera’, un profesional. De verdad.

—¿Por qué eligió tomar el camino de la literatura?

—No hubiera podido ser otra cosa. Es el único talento que poseo. Fui un niño y un adolescente muy tímido, sin ningún éxito con las chicas. Lo único que hacía era leer sin descanso. Y fue mi calidad de lector voraz lo que condicionó el que acabase siendo escritor. Porque llegó un momento en que no encontraba lo que buscaba en los libros que leía, y por eso empecé a escribirlos yo mismo. De todos modos, escribir y leer son partes de un mismo proceso mental…

—Esta tierra, León, lleva tiempo sufriendo un salvaje proceso de despoblación, fruto del abandono del campo y de una fallida reconversión industrial, con miles de jóvenes yéndose cada año a las grandes ciudades… Y sin embargo, su pulso literario es muy notable. ¿Ve algún vínculo entre ese olvido y el cultivo de las letras?

—Todo eso me suena mucho. Mira, en Rumanía hay una zona, al norte, con capital en Bistrita, donde sucede eso mismo, peor incluso. De hecho, las tres cuartas partes de su población se han ido a España. Sólo quedan los viejos. Y, sin embargo, allí viven o vivieron cuatro de los que yo considero más grandes escritores rumanos actuales. Todos decidieron permanecer allí, y no irse a Bucarest, por solidaridad con su pueblo y para seguir siendo fieles a su literatura original. Y allí están, olvidados e incomprendidos. En aquella zona, por ejemplo, vivió Bacovia, el ‘Kafka rumano’, dueño de una obra concentrada y fantástica. Y en parte por eso mantengo que la literatura no tiene nada que ver con la modernidad ni con la civilización. La literatura no florece entre el acero y el cristal, sino más bien entre las ruinas, en lugares periféricos, en espacios industriales abandonados, sitios que reflejen bien la melancolía del individuo…

—No para de recibir premios. ¿Qué piensa de este Leteo, que además es el último previsto?

—Creo que los verdaderos premios se los concede uno a sí mismo. No vienen del exterior sino del interior. Para mí, escribir un verso bello es el mejor premio. Dicho esto, no desprecio en absoluto los premios que me otorgan, los agradezco, sobre todo cuando son como éste, cuando proceden del amor verdadero por los libros, cuando no hay utilización de la persona. Entiendo que el Leteo me lo han dado porque conocen mi obra, no porque me conozcan a mí. Y por eso, sinceramente, he de decir que es uno de los premios más prestigiosos que me han dado. Y lo valoro mucho, sobre todo por quienes lo han recibido antes, una lista fabulosa que incluso me intimidó cuando la conocí y que me hace dudar de mí mismo. Esta tarde me siento realmente contento.

—Pues muchos autores actuales parecen ‘caballos de carreras’ en pos de un galardón. En su obra surge a veces ese personaje del ‘falso escritor’…

—Sí, es un personaje que encarna mi pelea con la literatura. Está siempre buscando parabienes, ser reconocido… refleja todo lo que yo desprecio del mundo literario. Para mí, el perfecto modelo de escritor es Kafka, que sólo escribía para sí mismo.

—Entiendo que ‘El Levante’ original, inmenso poema de 7.000 versos, lo escribió de esa manera, para sí mismo.

—Sí, y es intraducible, porque empleé una variante lingüística del siglo XVIII, que relata en parte toda la historia de la literatura rumana. Tuve que reducirlo y traducirlo al rumano para que pudiera ser después vertido a otras lenguas. Pero el libro que está editado es como un esqueleto, la espina del pescado. Valoro mucho la labor de los traductores, yo mismo me considero un ‘traductor de domingo’; he traducido al rumano a Bob Dylan, a Leonard Cohen…

—En ‘Lulu’, uno de sus personajes exclama al final: «¡Estoy curado!». ¿Cree en la capacidad sanadora de la literatura?

—Un escritor de verdad no quiere curarse. Quiere dejar todas sus heridas abiertas. ¿Qué puede llegar a escribir quien no sufre? No, no creo en la cualidad curativa de la literatura… de hecho, lo que hace precisamente la literatura es tocar, abrir más las heridas. Y eso es algo bueno.

—Me da miedo preguntarle si ya tiene escrito el texto de aceptación del Nobel…

—Haces muy bien en tener miedo (risas).

«Yo no aspiro a publicar libros. Aspiro a entenderme a mí mismo y al mundo que me rodea». Lo dijo ayer uno de los escritores europeos más respetados y firme candidato al Nobel, el rumano Mircea Cartarescu, al recibir en León el Premio Leteo. «Empecé a escribir porque no encontraba lo que buscaba en los libros», aseguró.