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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Música acuática» de T.C. Boyle en Impedimenta 2016

«Incontables placeres aguardan a quienes se adentren en esta aventura».

Tenía muchas ganas de “enfrentarme” con Thomas Coraghessan Boyle, uno de los escritores norteamericanos más reputados y ambiciosos de las últimas décadas. Y gracias a mi querida Impedimenta lo he podido hacer. Y a lo grande. Con una enorme epopeya donde conviven la historia, la novela de aventuras, el realismo más descarnado, el humor más negro y la sátira más mordaz. ¿Listos para la Música acuática? Os aseguro que va a ser un viaje memorable, así que más os vale estar preparados.

Ambientada entre finales del siglo XVIII y el comienzo del XIX, Música acuática, novela con la que T.C.Boyle debutó allá por 1982, es un ejercicio de imaginación literaria desbordante, una fabulación pantagruélica, bifurcada en dos historias que se van intercalando, siendo más cercanas de lo que uno podría imaginar —no vamos a hacer spoiler, hay que leer—. Las de Mungo Park y Ned Rise. El primero, un pudiente y refinado médico escocés convertido en explorador con la primordial y temeraria misión de cartografiar el curso del río Níger. El segundo, un vulgar estafador londinense de muy baja estofa, siempre metido en toda clase de asuntos turbios altamente reprobables. ¿El héroe y el villano? ¿Realidad —Mungo Park existió y sus expediciones por el África negra están al menos parcialmente documentadas— y ficción? No tan rápido. Con T.C. Boyle las cosas no son lo que parecen.

Y es que el autor juega a su antojo con nosotros. Las crónicas de las peripecias de Mungo dejan a El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad —Harold Bloom me mataría si leyera esto— en una menudencia trasnochada, que combina y enreda con una procaz versión de Charles Dickens, la del relato de Ned Rise, auténtica picaresca para adultos, para decirnos, socarrón y cristalino, que las personas taimadas, la miseria, el espíritu de supervivencia, la violencia y, sobre todo, el azar, la estupidez y el absurdo no entienden de clases o posiciones sociales. El Níger y el Támesis no están tan lejos, el desastre y la muerte siempre presentes.

Y también se regodea en los géneros, concretamente los de las novelas históricas y de aventuras clásicas, a través de la sublime narración, de una prosa exuberante, repleta de términos imposibles o arcanos y, al mismo tiempo, trufada de coloquialismos y expresiones vulgares, capaz de hacernos reír y epatarnos al mismo tiempo. Boyle, como un trasunto de cronista desenfadado, mordaz y ciertamente muy desenvuelto, “entra y sale” del “plano historicista” para salpicar su relato con anacronismos evidentes, “excursiones” literarias que socavan la estructura de la novela donde quiere contextualizar la época —a base de vitriolo y sosa caústica— y, en particular, a la sociedad inglesa, licencias o pseudo-apelaciones al lector contemporáneo. Borges y García Márquez en la Inglaterra pre-colonial y visitando el corazón ignoto del continente africano. En definitiva, un opíparo festín de lectura, absolutamente fascinante.

Música acuática supera ampliamente las 600 páginas, pero me parece imposible imaginar que al lector su extensión se le pudiera hacer cuesta arriba. Hay demasiado que leer, demasiados personajes cuyo devenir anhelamos seguir —Johnson, luego Isaaco, geniales, el legendario y sanguinario Dassoud, Fanny Brunch—, tramas que se suceden y personajes secundarios que van y vienen. Boyle nos invita a adentrarnos en dos mundos que, en principio, son antitéticos, pero la civilización inglesa y la barbarie africana no se rigen por patrones tan diferentes: la ley del más fuerte, bajos instintos y las pulsiones más primarias. El wanderlust, la concepción romántica del aventurero, los altos ideales y la consideración que Mungo tiene de sí mismo y su pionera empresa contrastan sobremanera con la vileza y artimañas de tahúr de Rise… hasta que uno ve que el maleante ha sido empujado al arroyo, teniendo que embrutecer su sagacidad y talentos, mientras que el insigne paladín de su majestad en realidad es bastante beocio y sus ambiciones rematadamente fatuas. Me imagino al autor disfrutando como un crío —malvado, claro— mientras pergeñaba Música acuática, seguro de lograr hacer lo propio con el lector. Lo maravilloso es que el ensamblaje de la novela, complejo, original y atrevido, funciona tan primorosamente como la suntuosa pieza de Haendel que da título al libro. Barroquismo literario de altos vuelos. Incontables placeres aguardan a quienes se adentren en esta aventura. ¡A leer tocan!

Raül Jiménez