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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Para leer al anochecer», de Charles Dickens

“Siempre he observado que se requiere una fuerte dosis de coraje, incluso en las personas de mayor inteligencia y cultura, cuando de lo que se trata es de de compartir las propias experiencias psicológicas, especialmente si éstas adoptan un cariz extraño. La práctica totalidad de los hombres temen que aquello que pudiesen relatar a ese respecto no hallase paralelismo o respuesta alguna en la vida de su interlocutor, y su relato pudiese provocar suspicacia o risas.”

Ahora que lo pienso, esto es muy cierto: aunque nos encante leer acerca de sucesos misteriosos, paranormales o sencillamente inexplicables no resulta nada sencillo hablar de ellos en primera persona (el temor a que nos tomen por fácilmente impresionables, por cobardes o incluso por locos, la vergüenza cuando se pone en duda nuestra racionalidad o nuestro sentido práctico de la vida). Además, ese pudor contribuye en buena medida a que dichos sucesos se mantengan en la esfera de lo fantástico y posean, en la mayoría de las ocasiones, un halo terrorífico.

Pero no parece que este sea el caso de Charles Dickens, al menos no es el de los protagonistas de sus cuentos de terror; individuos de clase acomodada, cultos, mundanos, seguros de sí mismos, que no tienen reparos en contarnos ―como si estuviéramos sentados ambos, narrador y lector, junto al fuego de una magnífica chimenea victoriana, fumando nuestras pipas y sorbiendo lentamente nuestras copas de brandy― alguna experiencia paranormal vivida por ellos mismos o escuchada a terceras personas. Todos asumen con la mayor naturalidad y sin apenas rastro de espanto la existencia de fantasmas y apariciones, de premoniciones y posesiones. Incluso, en algún caso, reconocen que no es su primera experiencia con lo sobrenatural.

Estas experiencias están recogidas en los trece ―cómo no― cuentos que componen Para leer al anochecer. Quizá puedan considerarse textos menores dentro la producción de Charles Dickens, pero poseen el innegable encanto de las viejas historias de fantasmas, tan alejadas del género de terror tal y como lo entendemos actualmente. En esta colección encontramos exactamente lo que uno espera de ella: cuentos de apariciones que advierten de desgracias futuras (advertencias que inevitablemente los vivos son incapaces de interpretar correctamente), difuntos que se personan en el juicio por su propio asesinato, posesiones diabólicas, fantasmas navideños y toda clase de espectros que se aparecen a los vivos con la intención de expulsarles de las lúgubres habitaciones que consideran sus dominios o simplemente buscando conversación. Y, por supuesto, una buena cantidad de casas encantadas habitadas por almas en pena que aterrorizan al servicio (pero por supuesto no a los señores, cuyos nervios siempre estuvieron mejor templados).

“Son innumerables las casas solariegas, con sus pasillos retumbantes, sus sombríos aposentos y sus alas hechizadas que llevan años clausuradas (…). Resulta habitual que también haya ciertas baldosas de las que sea imposible borrar las manchas de sangre que quedaron en tal o cual habitación o descansillo (…). También ocurre que en otras casas encontraremos puertas encantadas, que jamás lograremos mantener abiertas mucho tiempo; o bien, un puerta que no hay manera de cerrar; o bien casas donde a deshoras el crujido hechizado de una rueca, o golpes de martillo, o pisadas, o un llanto, o un lamento, o un ruidos de cascos de caballo, o de arrastrar de cadenas. Tal vez haya un reloj en su torre que al llegar la medianoche dé trece campanadas coincidiendo con la muerte del cabeza de familia.”

Desde los relatos más tétricos y crueles, como El fantasma en la habitación de la desposada, a simpáticas bromas sobre aparecidos como El letrado y el fantasma, es inevitable que estos cuentos victorianos de fantasmas suenen a clásico, a tópico, a algo ya leído mil veces: han sido imitados y reproducidos hasta la saciedad. Entre eso y que hoy, a diario, tenemos noticia de individuos de carne y hueso más terribles que el espectro más diabólico imaginado por Dickens, se diría que estas entrañables almas en pena han perdido su capacidad para asustar.

Pero hay algo más que educados caballeros enfrentándose a melancólicas apariciones en casonas lóbregas rebosantes de ruidos; encontraremos la profundidad psicológica característica del autor, algunas muestras de ese realismo típico de sus novelas, una buena dosis de sentido del humor (tan inglés, tan irónico que a veces es difícil identificarlo como tal) e incluso, en algunos de los cuentos, un enfoque extrañamente metaliterario; una particular reflexión sobre el hecho de contar (o escribir) cuentos de fantasmas.


“―Pero yo no estoy hablando de fantasmas ―apuntó el alemán.

―¿Entonces de qué está hablando? ―preguntó el suizo.

―Si yo mismo supiera de lo que hablo ―dijo el alemán―, entonces con toda probabilidad sabría bastantes más cosas de las que sé.”

¡Ah! Yo mismo tampoco sé muy bien de lo que hablo, ni tengo prueba alguna de que fantasmas y espectros existan, pero estoy convencido de que si algún día encuentro alguno, me sentiré muy decepcionado si no se parece a los de Dickens.

Por Javier BR