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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Trabajos de amor ensangrentados», de Edmund Crispin

Una lectura que recomiendo encarecidamente a quien, como yo, se encuentre algo atiborrado de tecnología y modernidad y necesite degustar una buena novela policíaca al más puro estilo british, con persecuciones en descapotable, alumnas casquivanas, profesores irascibles y trajes de tweed.

En ocasiones la vida avanza tan deprisa que cuesta seguirle el ritmo. Al mercado editorial le suele suceder lo mismo y la profusión de novela policiaca en la actualidad es tan contundente que uno corre el peligro de perder el norte si se deja arrastrar por el aluvión de novedades editoriales que cada mes, e incluso cada semana, inundan nuestras queridas librerías. Por eso, como lector empedernido y amante del género negro, considero que a veces vale la pena echar el freno, volver la vista atrás y disfrutar de una de esas novelas que se han ganado el título de “imperecederas” por méritos propios.
Escrita en 1948, “Trabajos de amor ensangrentados” es precisamente eso, una novela clásica de detectives que pone a prueba la perspicacia del lector retándole a desentrañar el misterio escondido entre sus páginas a la par que el protagonista, el profesor de Oxford y detective aficionado Gervase Fen.

La novela está ambientada en la escuela Castrevenford, un lugar encantador e idílico en medio de la campiña inglesa que verá alterada su placidez habitual con el asesinato de dos de sus profesores. Por si esto fuera poco, Fen tendrá que lidiar con un sabueso con demencia senil, la desaparición de una alumna y una serie de misterios que por sí solos parecen irrelevantes pero que, en conjunto, contribuirán a aclarar los asesinatos con los que arranca la novela. Los primeros capítulos bastan para desarmar al lector y obligarle a prestar atención para no pasar por alto ningún detalle, consciente de que cada dato puede ser providencial para resolver la investigación. Un recurso muy difícil de manejar, pero que el autor parece dominar a la perfección.

Edmund Crispin hace una precisa descripción de la vida universitaria y consigue recuperar el espíritu de las historias de detectives más tradicionales, en un ambiente cerrado, con un número reducido de sospechosos y utilizando el método del fair play que tanto defendían los miembros del Detection Club fundado en Londres en 1930, según el cual el lector debía contar con suficientes pistas a lo largo de la narración como para elaborar sus propias pesquisas y llegar a la resolución del crimen al mismo tiempo que el investigador que protagoniza la novela y, en ocasiones, incluso antes. Una historia, por tanto, que trata al lector con honestidad y lo invita a sumarse a un juego de ingenio que hará las delicias de los más avispados. El resultado es una pieza agradable de leer, que ayuda a desconectar y con un final redondo en el que todas las piezas encajan, como no podría ser de otra manera.

Una lectura que recomiendo encarecidamente a quien, como yo, se encuentre algo atiborrado de tecnología y modernidad y necesite degustar una buena novela policiaca al más puro estilo british, con persecuciones en descapotable, alumnas casquivanas, profesores irascibles y trajes de tweed. Un divertimento que no está exento de calidad, tanto por la excelente traducción realizada por José C. Vales como por el buen hacer de la editorial Impedimenta, a la que hay que agradecer una edición muy cuidada que sin duda está a la altura de lo que un clásico como “Trabajos de amor ensangrentados” se merece.

El protagonista, el profesor Gervase Fen, rebosa astucia y buenas maneras, logrando enseguida que el lector se identifique con él. Con unas formas educadas y cordiales que recuerdan a Hercules Poirot y una audacia digna del propio Sam Spade, se erige como uno de los puntos fuertes de la trama. Este personaje protagoniza otras novelas de Edmund Crispin a las que todavía no he podido hincar el diente, aunque no creo que tarde en hacerlo. El buen sabor de boca que me ha dejado esta es motivo más que suficiente para no dudarlo ni un momento.

Benito Olmo