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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores»

Tras la tramoya de todo libro siempre se esconde la mano que lo trazó y en ella late, buena parte de las veces, una vida de sacrificios para cubrir dicha inquietud literaria. Muchos escritores, para mantenerse, han tenido que trabajar en los más variopintos oficios.

Este libro recorre la singular vida de notables autores detallando las penurias de la escabrosidad laboral afrontada. Eliot, considerado por algunos el mejor poeta americano, fue buen contable, Maxim Gorki (seudónimo que significa “amargo”), referencia literaria de la Rusia revolucionaria, robaba rublos a su madre para comprar cuentos de Andersen y leía novelas al cocinero en su trabajo como ayudante de cocina.

Si Saint-Exupéry se cuestiona: “¿Escritor yo? Me lo pregunto. Mi verdadero trabajo consiste en pilotar aviones”, el italiano Svevo pensaba que la literatura era “ridícula y dañina cosa”, de tal modo que el empresario estudió violín en su tiempo libre por no recaer en el vicio literario. Así, ciertos autores coinciden en paliar con penosos trabajos el “vacío” del ocio. Aunque siempre hay fuego bajo las cenizas, como confesara Carlo Emilio Gadda “mi actividad de escritor es la que más cerca está de mi corazón, lo único que a menudo me interesa en la vida”. Ante la poderosa llamada del arte sucumben no sin vacilación, como George Orwell que renunció a la policía birmana para ser escritor.

Este libro resulta un aperitivo para leer de primera mano testimonios como el de Bukowski en su Cartero o el de Orwell en su Vagabundo en París y Londres. Así como a Maxim Gorki en su Mis universidades o Entre los hombres o Italo Svevo en su novela Una vida. Con traducción ajustada de Félix Romeo y publicado por la elegante editorial de bellas sobrecubiertas, Impedimenta, el texto de Daria Galateria carece de hondura en los perfiles psicológicos y se echa en falta mayor abundancia de páginas en algunos capítulos: cae en lo telegráfico en el caso de la proletarización de Orwell o la vida de oficinista de Kafka, quien declaró “yo siempre llevo las rejas dentro de mí”. Sin embargo, este libro demuestra que a veces la vida es tan atractiva, dura y misteriosa como la literatura de Jack London, quien fuera además fogonero, policía, marinero y cazador de focas.

Cartero y empleado postal, Bukowski dedicó un poema a su trabajo: “Y tras diez horas/de duro trabajo/después de intercambiarnos insultos/en continuas escaramuzas/ con los que no tienen las pelotas para/ resistir /nos vamos/ todavía frescos/… /a beber hasta tarde/ discutiendo con nuestras mujeres/ para volver por la mañana después/ a fichar”. Como en el caso de André Malraux tan ocupado en la expansión y el influjo de la cultura francesa hasta el punto de enturbiar su escritura, cada día tiene su afán. Vidas que, en su fulgor, intensidad y apasionamiento, convierten a la literatura en esa “triste routine” de la escritura.

Por Francisco Estévez