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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Lo bueno de la vida

Quién no recuerda dolorosamente al echar la vista atrás el silencio insoportable de las despedidas; ese momento en el que algo dentro de nosotros nos obliga a convencernos de que no volveremos a ver jamás a la persona que se marcha, porque el adiós es definitivo.

EN MONGOLIA cuando alguien se dispone a contar una historia debe efectuar como prólogo un rito mágico para evitar que los fantasmas conjurados por lo que se cuenta se instalen entre los vivos. Después, el narrador puede contarla tranquilo, sabiendo que, al acabar, sus personajes volverán a la oscuridad de la cual han surgido. Lo recordaba Alberto Manguel en la introducción de la novela El país imaginado del argentino Eduardo Berti. Una historia repleta de fantasmas, de bodas entre vivos y muertos, de supersticiones y ritos ancestrales que nos hace recordar a la gente querida de la que nos hemos tenido que separar aunque no lo deseásemos.

Quién no recuerda dolorosamente al echar la vista atrás el silencio insoportable de las despedidas; ese momento en el que algo dentro de nosotros nos obliga a convencernos de que no volveremos a ver jamás a la persona que se marcha, porque el adiós es definitivo. Quién no ha sentido la necesidad imperiosa de volver a lo vivido porque no cesa de venirle de nuevo a la memoria. Quién no ha tenido el impulso alguna vez de salir corriendo a rescatar lo que se muere en esa partida, porque no volveremos a sentir con nadie la complicidad y la profundidad de los sentimientos que hemos experimentado con esa persona que nos deja. Quién no entiende cómo es el poso de tristeza, de añoranza que queda, esa sensación de desazón…

Una narración conmovedora, y a la vez exquisita, elegante y delicada, ambientada en una China fabulosa que nos hace evocar recuerdos pasados y la melancolía de algo que se nos escapa. Una historia que hace inevitable recordar todo lo que se marchó, lo que desapareció, lo que se quedó por el camino de la vida, para revivirlo y desear que se quede aquí para siempre.

Y ahora, en estos días finales de julio, a pocas horas del comienzo de las vacaciones, es el momento para conjurar a las emociones para que se instalen de nuevo en el mundo de los vivos, y volver a sentirlas en este agosto que llega. Porque a veces las palabras sobran y hay multitud de sentimientos que flotan en el aire y que solo se perciben a través de otros sentidos. Esta es precisamente la atmósfera mágica e intimista que nos ofrece la lectura de la novela de Berti, al plantearnos la certeza de que el paso del tiempo, a veces tan cruel, es lo que da una perspectiva imprescindible para valorar lo bueno de la vida.

Alfredo Llopico