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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Los Juicios de Rumpole» de John Mortimer

Si el año pasado Impedimenta publicó la pieza literaria que lleva por título «Los casos de Horace Rumpole, agobado» (1978), el sello madrileño regresa en la primavera de 2018 sobre los pasos del elocuente Bannister con la edición de Los juicios de Rumpole (1979), en que una vez más John Mortimer afila un lápiz provisto de una mina compuesta de una fina ironía, sarcasmo y causticidad con las dosis razonables para mantener la atención del lector mientras esboza una (media) sonrisa al correr de las páginas.

Al quedarse completamente ciego Clifford Mortimer, su hijo John, ya superada la adolescencia, le leía poesía y obras en prosa para mitigar, en cierta medida, una carencia física que le acompañaría hasta el resto de sus días. A cambio, John Mortimer (1923-2009) había recibido como herencia adicional infinidad de historias que conoció en boca de su progenitor sobre el mundo de la judicatura, en su calidad de defensor, por regla general, de causas perdidas. A sus cincuenta y cinco años todo este material le sirvió para sentar las bases de la confección de una novela que pivota sobre el personaje del abogado Horace Rumpole, tomado del molde de su figura paterna. Si el año pasado Impedimenta publicó la pieza literaria que lleva por título Los casos de Horace Rumpole, agobado (1978), el sello madrileño regresa en la primavera de 2018 sobre los pasos del elocuente Bannister con la edición de Los juicios de Rumpole (1979), en que una vez más John Mortimer afila un lápiz provisto de una mina compuesta de una fina ironía, sarcasmo y causticidad con las dosis razonables para mantener la atención del lector mientras esboza una (media) sonrisa al correr de las páginas.

Si el lector ya está avisado verbigracia de haber cumplimentado la lectura de Los casos de Horace Rumpole, abogado, la particular diatriba en contra del matrimonio de Rumpole no le pillará con el pie cambiado si accede al contenido de las páginas de The Trials of Rumpole, así como reflexiones en torno al ejercicio de su profesión que encuentran en la frase «La gloria del abogado defensor reside en ser testarudo, descarado, intrépido, tendencioso, intimidante, grosero, ingenioso e injusto» toda una declaración de principios imposible de condensar en una tarjeta de visita. Tampoco queda al margen de sus fobias en esta segunda novela su alergia por las fiestas navideñas y todo lo que ello conlleva, incluido ir de visita a casas de familiares con la compañía de la que «Ha de ser Obedecida», esto es, la ínclita consorte Hilda Rumpole.

Dividida en seis partes bajo el génerico Rumpole y… –El ministerio de Dios, El mundo del espectáculo, El animal fascista, La cuestión de la identidad, El camino del verdadero amor y La edad de la jubilación–, y traducida al castellano de manera modélica por Sara Lekanda Teijeiro, Los juicios de Rumpole concede un considerable protagonismo a George Frobisher, colega de profesión y amigo personal de Horace fuera de los juzgados, siendo el Bailey de Fleet Street un templo sagrado para dar cumplida cuenta del gusto por los buenos vinos. Uno de esos «pequeños placeres» compartidos que tienen los días contados al entender George Frosbisher la necesidad de ocupar plaza de juez, aunque su destino le alejara de Londres. Lejos de querer seguir los pasos de su compañero de fatigas, Rumpole razona para sí mismo: «¿Un juez de provincias? Era un destino que se me había antojado bastante peor que la muerte». Muestra inequívoca que John Mortimer invocaba a su progenitor, según confesión propia en un programa de la BBC conducido por Ludovic Kennedy y emitido a finales de los años ochenta, poco dado a ampliar su círculo de amistades y haciendo de su hogar un bastión donde encomendarse a sus placeres mundanos, entre éstos, su devoción por la lectura hasta que, como expresa E. L. Doctorow en el arranque de su genial Homer & Langley (2006, Ed. Miscelánea) se produjo un «No perdí la vista de golpe. Fue como en el cine: un fundido lento». En el caso de Mortimer inicia su novela Los juicios de Rumpole con un párrafo narrado en primera persona que marca el diapasón del temperamento mordaz y caústico que recorre una buena parte de las páginas de la segunda entrega en torno a las aventuras y desventuras del distinguido Bannister: «Me dispongo a tomar la pluma durante un breve e inoportuno cese de la actividad criminal (los villanos de esta ciudad, siguiendo el ejemplo de los mecánicos de coches, parecen haberse decidido tomar un descanso, lo que está provocando que todo vaya a paso de tortuga en el Old Bailey, por no hablar de las lamentables bajas y despidos que, como consecuencia de ello, están teniendo lugar), y me pregunto cuál de los juicios más recientes debería escoger para escribir una crónica». Sin duda, el que hace referencia al juicio de Rex Parkin, miembro del partido fascista British First, es de lo que más jugo extrae la prosa de ese espíritu burlón llamado John Mortimer, quien habla por boca de Horace Rumpole en su descripción de un ecosistema judicial donde su personalidad no pasa inadvertida en sala y tampoco en los pasillos. Su “celebridad”, entre otras consideraciones, se corrige a golpe de citas a Rudyard Kipling, Christopher Marlowe, William Shakespeare y Alfred Tennyson, entre otras ilustres plumas, algunas de las cuales triunfaron en el universo teatral. Un espacio al que el propio Mortimer le hubiera gustado transitar con mayor asiduidad, pero las obligaciones contraídas en otros frentes, caso del literario y su serie consagrada a Horace Rumpole (hasta completar un total de ocho novelas), en buena medida, se lo impidieron.

Christian Aguilera