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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Mataron a gente que dibuja, sigo sin entenderlo»

Catherine Meurisse, antigua ilustradora de Charlie Hebdo, cuenta en un cómic cómo ha superado el trauma con arte y humor. Su historia se convertirá en película.

Catherine Meurisse se levantó tarde la mañana del 7 de enero de 2015. La noche anterior no había podido pegar ojo pensando en las tribulaciones de su vida amorosa. Además, su despertador había decidido no funcionar. Aún no sabía que aquello le salvaría la vida. Se vistió rápidamente y corrió para coger el autobús que tomaba cada día hacia la redacción. Al llegar al edificio de su oficina, le impidieron la entrada. La calle estaba invadida por agentes de policía, y en el interior, sus compañeros de trabajo eran retenidos como rehenes por terroristas armados con fusiles de asalto.

«Oí la masacre desde la calle», cuenta Meurisse, que acaba de presentar en España su último libro, La Levedad (Ed. Impedimenta) una novela gráfica donde dibuja el viaje que hizo por Francia e Italia en busca de significado a su rabia y dolor. «Es un libro que se ha hecho en un estado de fragilidad inmensa», explica la ilustradora. «Mataron a gente que dibuja, sigo sin entenderlo».

Actualmente está trabajando con la directora de cine Julie Lopes-Curval, premiada en Cannes en 2002 por su película Bord de Mer, en un guion sobre su experiencia. «Muchos cineastas se pusieron en contacto conmigo para realizar la película, pero ninguno de ellos hombre», cuenta Meurisse. «Entrego mi imaginación a una mujer que va a añadir su mundo creativo a la historia».

El humor político ya ha quedado en su pasado. «Cuando entré en Charlie Hebdo aún no me había graduado, ellos me llamaron. Crecí con ellos y aprendí a usar mi libertad, a atreverme a ser más libre y más intelectual. Cabu y Wolinski –dos dibujantes que fallecieron en el atentado– fueron grandes y para mí se encuentran en el panteón de Balzac. Pero ahora que no están aquello ya no tiene sentido. Siempre me acompañarán, pero el dibujo político se ha acabado para mí».

En el ataque a Charlie Hebdo murieron 12 personas y 11 resultaron heridas, a lo que se sumaron otros ocho fallecidos, incluidos los terroristas, en días posteriores. El apoyo a la publicación satírica se convirtió en un instrumento de la lucha por la libertad de expresión y generó infinitas discusiones sobre los límites del humor. Miles de personas se manifestaron en París y alrededor del mundo bajo el grito de ‘Je Suis Charlie’, y la revista recibió más de 4 millones de euros en donaciones, que destinaron a las víctimas. Su siguiente número, creado en honor a los afectados, fue un récord de ventas y las ediciones anteriores de la revista alcanzaron los cientos de euros en subastas en eBay.

«Creo que no entendimos en 2015 lo que significaba ‘Je Suis Charlie’. A Charlie nunca le gustaron los símbolos y se encontraron convertidos en un símbolo de la libertad de expresión», explica Meurisse. «En otra ocasión nos habríamos reído, pero en ese momento no podíamos. Ahora entiendo esa solidaridad, pero entonces no podía, estaba saturada», añade. «Espero que los dibujantes no se autocensuren. Por supuesto, la libertad de expresión ha sido obstaculizada, pero también ha sido un impacto internacional. Yo he decidido alejarme del debate porque me recuerda al 7 de enero».

Tras el ataque, la ilustradora dejó todo y se fue a Roma, esperando que el síndrome de Stendhal curara su síndrome de estrés postraumático. «París había cambiado después de los atentados, la tensión se podía sentir. Huí porque era la ciudad de la masacre».

A través de los dibujos de acuarela de La Levedad, Meurisse retrata sus inicios en la revista, el particular carácter de sus dibujantes, la mañana que precedió al atentado, los momentos posteriores al ataque, y su odisea espiritual frente a los estragos de la violencia. En Francia ya ha vendido más de 85.000 ejemplares. «He tenido que poner belleza. Esta palabra apareció rápidamente después del atentado. Puede parecer una paradoja, pero yo me agarré a ella».

El libro es un testimonio personal sobre los estragos del dolor y su superación. «Siempre considerábamos útil el enfado si desembocaba en risa», cuenta Meurisse. «Pero después del atentado ni siquiera lograba enfadarme: mi rabia estaba en un limbo. Y sin cólera no había reacción, ni ese ‘puñetazo en todo el morro’ con el que Cavanna –otro dibujante de Charlie Hebdo– definía el humor gráfico».

Con el tiempo, Meurisse recuperó el sentido del humor, que también retrata en el libro con el característico tono irreverente de la revista. En una de las viñetas, se imagina cómo sería una sesión de terapia entre uno de los terroristas y la ilustradora de la redacción, que era aficionada al psicoanálisis: «He soñado que mataba a Charlie Hebdo… Yo decía: nos cargamos a todos menos a las mujeres», expresa un enmascarado sobre un diván. «‘Menos’… ‘mujeres’… ¿Echas de menos a una mujer», le contesta la doctora ficticia. A continuación, el terrorista dibuja su sueño y le enseña el resultado, a lo que le contesta su interlocutora: «Bueno, en fin, sus dibujos son penosos. Le costará un poco entrar en Charlie Hebdo, se lo aseguro».

En otra página, la autora dibuja la sala de reuniones con la mesa en forma de herradura alrededor de la cual solía sentarse todo el equipo, y señala que acabaron protegiendo las esquinas con plástico de burbujas porque los redactores siempre se daban en la entrepierna.

Meurisse volvió a París y continuó trabajando para Charlie Hebdo durante un tiempo, aunque sin hacer sátira política: en su columna semanal divagaba sobre el amor, el deseo y el fracaso. Después también dibujó para Le Monde y en la revista feminista Causette. Entre sus últimos títulos está La comedia literaria, un libro donde caricaturiza a los genios de la literatura francesa.

Respecto a Charlie Hebdo, la revista mantiene su discurso anárquico y provocativo como ha hecho siempre. En una de las ediciones cercanas al primer aniversario del atentado, retrataban a dios con un kalashnikov, y poco después, uno de sus dibujantes dimitía criticando que la publicación se había vuelto demasiado blanda y que estaba cediendo a la amenaza del extremismo islámico. En enero del año pasado volvieron a causar la polémica con una historieta sobre Aylan, el niño inmigrante que perdió la vida en el Mediterráneo cuya imagen sobre la orilla se hizo viral.

«No ha habido un click en el que pude decir ‘ya me he curado’. Bueno, quizás después de haber terminado el libro y compartirlo. Vivo con esta melancolía y tristeza que nació el 7 de enero», ha dicho la ilustradora. «Pero ya no estoy en ese estado de desorden y caos».

MÓNICA PARGA