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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

“Matemos al tío” de Rohan O’Grady. Más allá de lo gótico

Aunque se tiende a clasificar esta obra como gótica, la mezcla de géneros que destila esta rareza hace que sea bastante difícil limitarse a uno en concreto. De hecho, a pesar de lo gótico no dejaría de incluirlo en la novela policíaca o negra igualmente.

Independientemente de estas formalidades, uno puede encontrar dicotomías de todo tipo en cada página: perversidad-inocencia, realismo-onirismo, etc.; es tan infrecuente, sorprendente y encantadora que es difícil resistirse a la historia que nos cuenta.

Dos niños son los protagonistas, Christie y Barnaby Gaunt, niños, que, aparentemente, siguen las normas tópicas establecidas en cuanto a niños traviesos; sin embargo, una vez llegan a la Isla para tener sus vacaciones, la autora se desmarca y va introduciendo poco a poco elementos que llaman la atención sobre una situación no tan típica; por ejemplo, cuando el sargento Coulter conoce a Barnaby:

“El sargento Coulter sonrió al recordar la admiración en los ojos del chico. Todos los niños querían ser Montados.
Pero la sonrisa se desvaneció casi al instante. A aquel niño le pasaba algo grave, estaba seguro. No era solo que estuviera asustado. Parecía casi demente, y esa expresión en su rostro cuando preguntó por su tío…
¿De qué se trataba? ¿Dónde lo había visto antes? Su mente de avezado sabueso le daba vueltas y más vueltas. Entonces todo encajó y se acordó. Era la misma mirada que exhibe el prisionero recién librado de la horca.”

El tercer protagonista, aunque parezca mentira es Una Oreja, un puma al que los niños conocerán y que será parte esencial de su historia. O’Grady no duda en añadir su propio hilo de pensamiento, un punto de vista que le sirve para resaltar la crueldad inherente en el ser humano:

“Dondequiera que fuese, lo perseguirían. Colocó su gran cabeza sobre las patas extendidas y parpadeó cansinamente. Tenía una vieja cicatriz, del tamaño del puño de un hombre, justo encima de la articulación de su enorme hombro. Los humanos. ¡Ellos le habían hecho eso! Junto con los perros, los humanos eran lo que más odiaba en el mundo. Profundamente corrompidos, ¡todos ellos! ¿Perseguían los pumas a los hombres con armas y perros? ¿Acorralarían cuarenta pumas a un hombre, lo herirían, y lo despedazarían si tuvieran oportunidad de hacerlo?”

La relación entre los dos niños es simplemente genial, sus diálogos destilan todo tipo de detalles y son utilizados por la escritora para desarrollar poco a poco el problema con el tío de Barnaby, partiendo de un hecho común pero le da la vuelta para mostrarnos el grado de perversidad del tío:

“-Me pega.
-Vaya, no me digas –se burló Christie-. A muchos niños les dan azotes. Mi madre me da bien fuerte si no me porto bien.
-¡No lo entiendes! ¡Solo me azota si me porto bien! Si soy malo me hace regalos. Está loco y nadie lo sabe excepto yo. Es la verdad, Christie, solo me pega si soy bueno.
Hizo una pausa y añadió con tristeza:
-No me pega muy a menudo.”

En otro de esos diálogos memorables nos muestra una faceta más, pero está unida a los niños que se comportan con una frialdad que va más allá de su inocencia; el tío es tal amenaza que solo existe una solución a dicho problema:

“Christie se quedó pensativa, entornó los ojos y apretó los labios en una fina línea.
-Bueno –dijo finalmente-, para empezar, deja de comportarte como un bebé. Si es tan malo como dices, y que conste, Barnaby Gaunt, que no estoy diciendo que me crea todo lo que dices porque siempre lo exageras todo, pero si es tan malo, solo nos queda una opción.
-¿Y cuál es? ¿Qué vamos a hacer, Christie? ¡Haré lo que sea!
-Tendremos que asesinarlo a él primero –dijo Christie.”

Con toda esta puesta en escena basada en el punto de vista de los niños solo falta que haga su aparición el villano; su aparición engaña al resto de adultos, pero no así a los niños:

“Barnaby levantó la mirada hacia el rostro de su tío, pero se detuvo a la altura de la boca, que parecía una cuchilla. No se atrevía a mirar los ojos que había tras las gafas oscuras.
Tío tenía ojos de demente.
Tío, por supuesto, lo sabía, y por eso siempre llevaba gafas oscuras.
Mientras se alejaba, Barnaby inhaló y exhaló profunda, lentamente. Tío no había cambiado en absoluto.”

En todo este cóctel maravilloso solo falta algo: lo sobrenatural, o, al menos la apariencia de ello; y curiosamente toma como referencia al sargento Coulter, que servirá para ligar toda la historia a la posible existencia de fenómenos mágicos; esto cargará al cuento de un onirismo que nos lleva a lo gótico de manera indefectible:

“Los borrachos, asesinos, falsificados o estafadores no lo perturbaban lo más mínimo, pero era pensar en ellos y se le ponía la carne de gallina.
Uno casi llegaba a creer en las leyendas sobre la luna llena, los aquelarres de las brujas, las misas negras y las balas de plata para los corazones de los hombres lobo. Los crímenes que habían cometido algunos eran casi inconcebibles, y aun así no se los podía juzgar. Encarcelados a disposición de Su Majestad. Todo aquello tenía una apariencia ligeramente medieval.”

A partir de ahí todo se desencadenará, un juego macabro de los niños (y el puma) con el tío; un juego en el que tiene que haber víctimas por lo extremo de la situación; el final, cargado de tensión, es inimaginable y crudísimo en su conclusión; el tío recuerda por su aire mítico y por su oscuridad al inolvidable protagonista de “La noche del cazador”. Hay tantos detalles cargados de protervia y sangre fría que hacen que, desde luego, sea una novela para adultos por su maldad. A veces nada es lo que parece y las situaciones extremas llevan a decisiones extremas que quizá no esperábamos.

Impresionante, no he puesto ningún texto del final, cada lector debe descubrirlo por sí mismo.
Los textos provienen de la traducción del inglés de Raquel Vicedo de Matemos al tío de Rohan O’Grady en la edición de Impedimenta.

Por Mariano Hortal