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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Mircea Cartarescu: El cuerpo. Cegador, II

Decíamos en la reseña de El ala izquierda, primera parte de la trilogía Cegador, que “el pasado lo es todo, el futuro no es nada". No existe otro sentido del tiempo”. Tiempo, memoria, recuerdos y sueños son también el centro de El cuerpo, ligados (cómo no!) al cambio, ya sea individual o colectivo, y representados por la omnipresente mariposa, clara metáfora del mismo.

Tiempo, memoria, recuerdos y sueños que nos unen a otros seres (conocidos o desconocidos), a otros lugares (Nueva Orleans, Amsterdam, Tántava…), a otros tiempos (cien años atrás, quince años atrás, ayer, hoy…) y que forman, de manera a veces incomprensible para nuestro entendimiento, las sucesivas capas de nácar que nos componen a través de sueños ya soñados, de vidas ya vividas.

Así como en El ala izquierda el viaje nos trasladaba (en términos generales, eso sí) a la prehistoria de Mircea, autor de este libro ilegible (o, en palabras del narrador, un embrión engendrado en el útero triste de mi cráneo y de mi habitación y de mi mundo), y se centraba en la figura materna, en Cegador el viaje nos traslada principalmente a la infancia de Mircisor, a finales de la década de los 50 y principios de los 60 (aunque también con un pie en los años 80) en Bucarest, la ciudad más triste del mundo.

Pese a que en la primera de las tres partes de este El cuerpo reconocemos a Vasile Badislav, protagonista de la semibíblica huida de El ala izquierda o a Maria, también miembro de la tribu “primigenia” y protagonista de una bella y feérica historia, el núcleo central de El cuerpo reside en un Bucarest gris, absurdo y brutal, que es al mismo tiempo la puerta hacia otros posibles mundos, reales o imaginarios. Jugaremos aquí con la imagen de las alfombras tejidas por Maria, madre de Mircea, cuya capacidad de penetración le llevarán a un incidente descabellado con la Securitate. Y es que El cuerpo es una de esas alfombras capaces de contener todos los mundos y todos los cuentos y de ser para quien las teje una vía de escape de una realidad gris y deprimente. Encontramos en el una serie de historias, costumbristas y/o oníricas, y de personajes unidos por hilos tan tenues como los de las telarañas que pueblan las páginas del libro. Historias a medio camino entre lo costumbrista y lo onírico como la del fascinante e incongruente Herman, vecino vagabundo y clarividente de Mircea, o la de la artista de circo rusa llamada Katarina; historias puramente oníricas como la de Soile, niña delicada y carente de voluntad que nació con una tarántula por corazón, o la del también circense Vanaprashta Sannyasa; historias costumbristas, y por ello a medio camino entre el absurdo, la tristeza y el deslumbramiento / descubrimiento, como la de la Maria tejedora de alfombras, la del Mircisor pionero o la del securista Stanila.

Se cierra El Cuerpo con la que será una historia clave para la comprensión de El ala izquierda y El cuerpo (y supongo que para El ala derecha), una historia en la que vuelven a unirse lo costumbrista y lo onírico (con mayor peso de esto último). No doy más pistas.

Dicho todo esto, creo que quien no consiguiera entrar en su momento por el aro de Solenoide o de El ala izquierda tampoco lo hará con El cuerpo. Se trata de un libro con muchísimos elementos comunes a los dos anteriores, con buena parte de sus virtudes y con alguno de sus posibles “defectos” acentuados.

En cuanto a las virtudes, destacaría por encima de todos las siguientes:
El ritmo. Pese a la densidad de la escritura de Cartarescu, la narración fluye a un ritmo vertiginoso. Creo que Cartarescu es un magnífico contador de historias. Pero el mérito también ha de recaer, al menos en parte, en Marian Ochoa de Eribe, traductora habitual del bucarestino .
La parte “costumbrista”, historias magníficamente narradas que reflejan de forma al mismo nostálgica y desmitificadora el mundo perdido de la infancia.
La parte “filosófica”, esa en la que Cartarescu indaga sobre lo humano y lo divino
Y en cuanto a sus defectos, esta vez me ha dado la impresión de que alguna de las historias puramente oníricas estaban demasiado estiradas, que pecaban en cierto modo de reiterativas y que no aportaban demasiado al conjunto. Quizá esto último sea producto de la situación en la que nos encontramos, que le impide a uno concentrarse como es debido; quizá sea que he cometido la temeridad de releer antes El ala izquierda y casi 1000 páginas de Cartarescu “del tirón” sean “demasiado”. No lo sé, pero quizá no le hubiera sentado mal una pequeña poda a esa parte.

Pese a esto, las virtudes superan con creces a los posibles defectos y El cuerpo no decepcionará a los seguidores de Mircea, quien para mi es el mejor escritor vivo del mundo. He dicho.