cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Mircea Cărtărescu: «No hay éxtasis ni agonía que no haya sentido»

Antes de Solenoide, estuvo Cegador, la gran obra del autor rumano, que este otoño estrena traducción al español

Todo el mundo tiene razón respecto a Mircea Cărtărescu. Tienen razón los que vieron en Solenoide un sumidero sin recompensa, tanta como los que encontraron una luz en mitad de aquel torrente de palabras. La cuestión, como en tantas obras extremas, era entrar o no entrar. Un año después de su primera edición en español, el reto es más o menos el mismo con Cegador (Impedimenta), la primera parte de la trilogía de la que Cărtărescu (Bucarest, 1956) dice que es su gran obra. ¿Cómo explicar el nuevo Cărtărescu? Como un viaje, una obsesión, una maraña… Como un relato de iniciación hacia dentro, un poco delirante y cavernoso, en el que el lenguaje está llevado hasta el límite y en el que, en el fondo, se habla de amor y del descubrimiento de la vida y de sus maravillas.

Respecto a eso del lenguaje, es imposible no nombrar a la traductora de Cărtărescu al español, Marian Ochoa. Es ella quien lleva hasta el escritor las preguntas de EL MUNDO.

Por ejemplo, y para empezar por algo concreto, ¿qué pasa con el espacio en las novelas de Cartarescu? Todas esas galerías secretas, cuartos claustrofóbicos y pasillos de techo bajo y destellos fluorescentes que se quedan grabadas como el gran recuerdo de Solenoide y Cegador.

«El espacio está vinculado a la vista y a la luz. Pero existe también una mirada visionaria para la cual utilizamos el ojo interior, que no se dirige al mundo, sino hacia el cerebro, como esas muñecas rotas que miran, con los ojos vueltos, el interior de su propio cráneo de plástico. O nosotros mismos cuando soñamos. Entonces generamos espacios visionarios, construidos por nuestra mente como una especie de alegorías de la vida y del destino».

«Cuando escribo, enciendo la luz, sucesivamente, en todas las estancias de mi palacio interior. Soy como una termita melancólica que recorre cada pasillo y cada sala de su gigantesco edificio. Los espacios que describo en cada uno de mis libros son como los sueños de un feto en el vientre antes de saber que existen un mundo y una luz exterior. Al igual que los de la Divina Comedia o los de Maldoror, mis espacios son lugares visionarios, productos de la exasperación, del miedo o, por el contrario, de la suprema voluptuosidad».

Estamos hablando de percepciones alteradas y de drogas, ¿no? No. Estamos hablando de poesía.

«No existe una droga más fuerte que la poesía. En aquellos años, cuando Cegador, yo me la inyectaba en vena a diario y el efecto era inmediato y devastador. Las drogas químicas, comparadas con Rilke, Lorca, Ezra Pound o Ginsberg, son poetas malos. Cuando tenía 25 años estaba construido, como el hombre de Arcimboldo, sólo de poemas. Había llegado casi a perder el juicio leyendo, releyendo y recitando los poemas que me gustaban. Así como Burroughs sostenía que había experimentado todas las drogas en su propia piel, también yo puedo decir que no existe éxtasis ni agonía que no haya sentido en mi propio cerebro leyendo a los grandes poetas del mundo. Yo también escribí poesía hasta los 30 años, luego empecé a escribir unos poemas más amplios que denominé novelas».

Y continúa Cărtărescu. «Good trip? Bad trip? ¿Paraíso? ¿Infierno? No tiene importancia. En Cegador viví 14 años como en la cueva de Aladino, inventariando los infinitos tesoros descubiertos en el corazón de la montaña. Durante ese periodo fui feliz como un dios».

Es curioso lo de Cărtărescu. Al trato personal, parece un hombre amable y pegado a la realidad. En cuanto escribe, incluso en cuanto escribe un simple correo, echa a volar. Quien pueda que le siga.

«Los libros son como las iglesias: nadie te obliga a entrar. Pero si quieres recogerte, fundirte con la divinidad están ahí y te esperan. La literatura no hace proselitismo, simplemente está. Los libros son portales, algunas veces embaucadores, como las suntuosas fachadas de las basílicas italianas tras las que se esconden unos edificios mezquinos. De mil libros, sólo uno es verdadero. La gente busca en el amor a su alma gemela. Hay gente que busca también su libro gemelo, el que querría vivir leyéndolo y releyéndolo. No hay nada más maravilloso que el amor entre una persona y un libro».

«Hasta los 35 años me sentí frustrado porque había leído miles de libros con la pasión de Casanova pero no había encontrado entre ellos mi libro gemelo. Como había perdido toda esperanza de encontrarlo algún día, decidí, escribirlo yo mismo. La trilogía Cegador es ese libro. Si un lector entra, tal vez no encuentre lo que busca, pero puede estar seguro de algo: no ha leído jamás un libro como este. No porque sea bueno, sino porque es diferente».

Cuando Solenoide, Cărtărescu dijo que aquel era el libro del mal absoluto y Cegador, el del bien absoluto.

«Cegador es una mariposa tropical, un mandala de la vida, del sexo y de la muerte, mientras que Solenoide es el sarcopto de la sarna, el emisario del Apocalipsis y de la desesperación. A pesar de todo, al libro no le falta esperanza. Su respuesta es la de todos los poetas de todos los tiempos: el amor lo redime todo».

Acabamos por el principio, por el lugar: «Detesto las ciudades modernas, ya sean Nueva York, París, Bucarest o Nueva Delhi. Son todas iguales. El ser humano no debería vivir así. El Bucarest de mis libros no tiene nada que ver con la ciudad real, es una creación mía, a mi imagen y semejanza. Muchas veces me piden que acompañe a los periodistas extranjeros a los lugares descritos por mí en el Bucarest de hoy en día. No existen. Tuve que dinamitar el Bucarest real para construir, a partir de sus ruinas, la misteriosa ciudad en la que puedo apurar hasta el final mis obsesiones, mis nostalgias, la vida y la muerte».

Luis Alemany