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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Modo avión y a volar

«La semana pasada, el tiempo de uso del dispositivo aumentó en un 7% con una media de...». Desde hace un par o tres de actualizaciones, algunos móviles informan, el domingo, de la ingente cantidad de tiempo empleada –¿perdida?– en el mismo.

El domingo me extrañó que el aumento fuera sólo del 7% porque la semana –en la que migré del picoteo de informativos y canales informativos para
instalarme de forma fija en Betevé– fue intensísima informativamente.

Sólo en el chat de primos Orovio tenía en seis días 36 vídeos o audios referidos a la sentencia del procés y sus secuelas, adjuntados desde las redes sociales para subrayar una u otra postura; la mayor parte de ellos los había visto en Twitter, de modo que los volví a ver, aunque no me aportaran nada nuevo.

En Twitter muchos de los mismos vídeos iban siendo retuiteados, mientras que aparecían también en muchos informativos de televisión, con lo que algunos los he visto quizás una docena de veces.

¿Para qué? Ansia periodística y ciudadana de ver qué pasaba, aunque pasara lo mismo cada vez.

Mientras, la pila de novedades editoriales que me llegan cada semana iba creciendo, y encima de los Tiempos recios de Mario Vargas Llosa (Alfaguara) se acumulan El negociado del Yin y el Yang de Eduardo Mendoza (Seix Barral), la Gente normal de Sally Roney (Literatura Random House), el Revolucionarios de Joshua Furst (Impedimenta), El corazón de Inglaterra de Jonathan Coe (Anagrama) etc etc etc…

Hasta que dije prou .

¿Quién no se está empachando por momentos de información, por excepcional que sea la tensión en las calles, quién no necesita o empieza a necesitar media horita diaria de otro alimento mental, que alguien le narre otro cuento, uno que sea con toda certeza falso, un engaño verdadero, una buena ficción, sea o no policiaca? Por eso desde estas páginas queremos sugerir, con toda la modestia y rotundidad, que es la hora de aplicar el modo avión, ese que nos permite volar. Es la hora de concedernos un par de horas de oscuridad, sin luz ni fuego, de volver a los teatros y los cines y librerías, a una exposición, al sofá off line con un libro o una serie que no sea de vídeos de Twitter.

El domingo volví al cine. Fui a ver Ad Astra porque era para mayores de 7 y las referencias eran buenas. Es un peliculón. A un astronauta, encarnado por Brad Pitt, se le encomienda la misión de ir en busca de su padre (Tommy Lee Jones), astronauta mítico al parecer perdido en los confines del sistema solar. Perdido no, chalado: desde los anillos de Saturno está enviando ataques eléctricos a la Tierra, después de décadas en una estación espacial, tratando de hallar vida más allá, sin éxito, y el sentido de la vida (ídem). El único que puede detenerlo es el hijo y, más allá de la trama y de cuál de los dos muere, el mensaje de la película es flagrante: la vida está más acá. A dos palmos, a dos calles. Tratemos de vivir en armonía. Somos únicos.

IGNACIO OROVIO