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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Negar para afirmarse

A veces es necesario y reconfortante decir no. Sólo dos letras: n y o. NO. Practicamos poco este monosílabo. Y deberíamos hacerlo porque es beneficioso para nuestra salud, mental y física. Cuando decimos no, estamos -como decía Sartre- optando por un absoluto.

Decir no quiere decir no pasar por el aro, no dejarse manejar, no transigir con el bastardo. En la negación se niega al otro, a todo el que no sea yo. Por eso es el acto más honesto -también el más egoísta- y el más libre.

Hay muchas maneras de decir no. No siempre es necesario pronunciarlo. Basta con actuar cuando de uno se espera la inacción. O, al contrario, quedarse quieto cuando de uno se espera un gesto. Esta última es la manera de decir no que más me gusta: quedarse quieto. Permanecer inmóvil mientras sobre nosotros se fija la mirada incrédula y desautorizada de los que gobiernan el mundo: los aprovechados, los corruptos, los indignos. Eso es lo que hace Colin Smith, el personaje de La soledad del corredor de fondo. No cae. No se inclina. No es moneda de cambio.

Colin es un joven que vive con su madre y sus hermanos en un barrio obrero de Nottingham. No tiene meta alguna y su vida es un asco. Un día, a raiz de un robo en una panadería, es ingresado en un reformatorio. Dotado con excepcionales cualidades para el atletismo, va ganando puestos en la institución penitenciaria y se convierte en la figura en la que las autoridades proyectan sus aspiraciones correccionales. Haciendo que Colin gane carreras demuestrarían a la sociedad su valiosa labor convirtiendo a muchachos descarriados en hombres rectos. Ahí, jovencito, aprenderás lo que es correcto, sabrás qué esperamos de ti, encontrarás una meta. Y durante un tiempo la encuentra, es cierto que la encuentra: la meta es la libertad, las sensaciones que experimenta al correr a través de los hermosos bosques de los alrededores de Nottingham. Mírala, mira la meta, ahí está, corre, Colin, corre, ¿no oyes cómo vitorea la gente tu nombre? Sólo faltan unos metros, Colin, unos metros y la libertad, unos metros y el derecho a ser considerado un honrado y respetable ciudadano británico. Porque eso es lo que quieres, Colin, ¿verdad? Responde, Colin, decídete, ¿es eso lo que quieres, o no?

A veces perder -dejarse perder- es ganarse. Y eso lo sabe bien -más bien lo intuye- el joven protagonista de este relato inolvidable de Alan Sillitoe. Por eso justo cuando, con una clara ventaja sobre el resto de corredores, se dispone a cruzar la línea de meta (la meta de esa carrera que le conducirá al éxito, pero también a la deslealtad a sí mismo), se detiene. Es su manera de decir no, yo no, conmigo no. Es un momento grandioso. La negación como afirmación personal. La derrota como victoria.

La secuela de la rebeldía es siempre la soledad, eso también lo sabe bien Colin Smith. ¿Pero acaso la soledad importa algo frente a la independencia, la valentía, la nobleza del carácter?

Jesús J. Pelayo