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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

“No conozco un crítico más severo que yo”

Entrevista a Mircea Cartarescu, eterno candidato rumano al Nobel de Literatura, recibe hoy el Premio Euskadi de Plata 2014 en la modalidad de castellano por ‘Las bellas extranjeras’

El autor de obras como Nostalgia (1993) o Lulu (1994) llegó ayer a la capital guipuzcoana acompañado del editor de Impedimenta, Enrique Redel, y de su traductora en el Estado, la bilbaina Marian Ochoa de Eribe, que también hace las veces de intérprete. En contraste con trabajos anteriores, Las bellas extranjeras -publicado en Rumania en 2010 y editado en español el pasado año por Impedimenta- incluye tres historias en clave de humor amargo en las que Cartarescu (Bucarest, 1956) se convierte en protagonista y dispara contra todo lo que se mueve en el mundillo literario: escritores, traductores, lectores, periodistas… “Las entrevistas son la compañía más desagradable de la popularidad”, dice su personaje.

En el libro, compuesto por tres relatos, también recuerda un galardón “pequeño” que recibió en Italia como “uno de esos premios que cumplen dos funciones concretas: satisfacer el orgullo de una comunidad que tiene algo que decir y para pasar a formar parte del curriculum vitae del autor como premio internacional”. ¿No es similar al Euskadi de Plata?

-Cuando recibí aquel premio era mucho más joven y tenía menos experiencia. Entonces soñaba con grandes premios internacionales y no sabía cuán importantes son los galardones más marginales. Todo el mundo recibe premios en París y, desde hace unos años, aprecio mucho más estos premios de pequeñas comunidades apasionadas por la literatura. Sirven para testar tu obra en zonas de las que es más difícil obtener una respuesta.

El Euskadi de Plata también es una placa que podría usar para guarecerse de la lluvia, como en su libro…

-(Risas) Espero que sea una placa bonita para que después de protegerme de la lluvia pueda ponerla en la vitrina. Quiero insistir a los libreros y a los lectores de Donostia que estoy encantado de recibir este premio.

¿Y el Nobel? ¿Le pesa la etiqueta de “eterno candidato rumano”?

-Por una parte me siento tremendamente honrado por el hecho de que haya gente que me considere merecedor de ese galardón. Ser candidato al Nobel es un honor, pero recibir premios es cuestión de suerte.

¿La sombra del Nobel le ha causado problemas con sus colegas escritores? “En el mundillo literario se te perdona todo a excepción de ese regalo envenenado que es el éxito”, escribe usted…

-Mis problemas con el mundo literario vienen de muy atrás, de mucho antes de recibir el primer premio literario en Rumania. Es algo normal que ocurre siempre entre escritores, uno de los gremios donde más competencia hay. Hasta que consiguen determinado nivel de fama, ciertos autores no dejan de pelear por ese espacio. Ahora, sin embargo, estoy muy relajado y tengo buenas relaciones con todos. Al final, los diez o doce autores mejor considerados de un país logran apreciarse y admirarse unos a otros.

¿Y de qué vive más pendiente? ¿De los lectores o de la crítica?

-Lo único importante para mí es mi propia opinión, no conozco un crítico más severo que yo mismo, ni tampoco un lector más entusiasmado unas veces y más decepcionado otras. Soy el único lector y crítico que conoce mis reacciones realmente. Las de los demás las pongo en duda…

En Las bellas extranjeras emplea usted la autoficción, se utiliza a sí mismo para escribir historias que, como dice en el prólogo, “nacen de situaciones y personajes reales” pero “son una obra de ficción en mayor medida de lo que parecen”…

-En términos tecnológicos, podríamos decir que es una realidad aumentada. Por supuesto, hay historias autobiográficas y realistas, pero los detalles humorísticos están exagerados. Esas historias representan un mundo que existe -los encuentros literarios internacionales, los simposios de poesía, los escritores que viajan por todo el mundo- pero el tono satírico e irónico que he utilizado proporciona al conjunto una pátina de alucinación. No se puede decir que todo ocurrió así porque he transformado esa realidad…

¿Y dónde está el límite a la hora de transformar esa realidad?

-Los límites son los del sentido del humor y el buen gusto. Nunca he querido caer en lo vulgar o lo grotesco, mi intención era hacer que esta prosa fuera, como decía Cezanne, un sofá en el que poder descansar.

Dice que no ha querido caer en lo vulgar pero en el primer y desternillante relato, ‘Antrax’, hay varios detalles escatológicos.

-Pero ahí el realismo es total, todavía conservo el sobre que aparece en el relato. Todo sucedió tal y como lo cuento: la persona que me envió el sobre existe -solo le he cambiado el nombre-, y también la comisaría y aquellos idiotas que trabajaban allí… Todo es cierto, como una especie de intrusión de la ficción en la realidad.

Tampoco habría importado que la historia fuera inventada, porque es muy disfrutable.

-Por supuesto, lo de menos es que sea real o no.

En el prólogo también pide disculpas por si ha ofendido a alguien: traductores, escritores, periodistas, editores…

-Los escritores que aparecen en el libro deberían estar agradecidos porque los he descrito con mucha calidez y ternura, más incluso de la que merecían. (Risas)

Dice usted que no ha escrito “por crueldad o venganza”, sino por su “deseo de reír y de oír a la gente reír”.

-Siempre me he sentido acomplejado porque la gente no sabía que tengo sentido del humor. Cuando se refieren a mi obra, todos hablan de un mundo onírico, metafísico, alucinado, y nadie ha reparado en que en todos mis libros, incluso en los más serios, hay una gota de humor. Por eso me propuse concentrar todo mi sentido del humor en un mismo libro, para que se viera a las claras que no soy un tipo serio.

Además, la primera víctima de su humor es usted mismo…

-Hay que ser autoirónico porque de lo contrario, pierdes todo el crédito a la hora de ironizar sobre los demás. Todos los buenos escritores humorísticos saben que para reírse de los demás, primero hay que reírse de uno mismo.

¿Su siguiente libro irá en esta misma línea humorística?

-No suelo volver sobre la huella de mis libros y como nos ocurre a todos los escritores, no puedo aportar demasiados detalles por razones de superstición. Simplemente diré que estoy terminando una nueva novela -voy por el último tercio- que será totalmente opuesta a Las bellas extranjeras, que era una obra accesible y, en cierto sentido, popular. El próximo será un libro sobre el envejecimiento, sobre la ruina… Será un libro extremadamente triste, el libro más triste que he escrito jamás. Pertenece a mis grandes proyectos literarios, en la línea de Nostalgia, un libro que, si pudiera, volvería a escribir.

Esa diferenciación que hace, ¿quiere decir que considera Las bellas extranjeras una obra menor?

-Menor no significa inferior. Existen muchas piezas menores entre las grandes obras de arte de todo el mundo. Menor es la voz, el tono, pero a mí me gustan los libros que son catalogados de menores, porque todos tienen un sentido… Yo me considero un autor de tono mayor, estos libros como Las bellas extranjeras o Por qué nos gustan las mujeres no los incluyo en mi gran producción literaria. Son una especie de entreactos pero, en mi opinión, tienen mucha importancia porque ofrecen elementos de contraste entre unas y otras obras.

Por Juan G. Andrés / Gorka Estrada.