cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Nuestro amor por los lagartos terribles

'Dinosaurium' en el número de diciembre de la revista Leer.

NUESTRO AMOR POR LOS LAGARTOS TERRIBLES

El dinosaurio nos muestra la grandeza que un conjunto de seres puede alcanzar y la facilidad con la que el universo puede acabar con ella de un plumazo. Nos fascina y aterra a partes iguales, a pequeños y grandes, de la literatura al cine.

Tal vez la admiración y temor que causa su estudio venga no tanto por lo que nos explican de su época sino por lo que pueden anticipar de la nuestra. Nos hablan de lo descaradamente Jó­venes que somos y de lo ridícula­mente frágiles que podemos llegar a ser en manos de las fuerzas del universo. De lo rápido que puede cambiar todo. De que nada es eter­no. Y lo hacen en una escala tempo­ral que apenas somos capaces de percibir. El dinosaurio nos advierte de que, tras ellos, podemos ser el segundo tropiezo con la misma piedra. Profundas reflexiones que, como decíamos, no pudieron nacer hasta principios del siglo XIX con el establecimiento de la paleontología y la popularización en los museos de estos animales gigantes. Los dinosaurios siempre estuvieron allí, pero no fuimos capaces de ver­los hasta 1842, año consensuado como origen de la disciplina en el momento en que el conocido naturalista y director del Museo de Historia Natural de Londres Richard Owen acuñó el término «dinosau­rio» para definir estas criaturas.

De ahí a saltar a las páginas de la literatura no podía pasar mucho tiempo. Julio Verne, ya hacía men­ción en Viaje al centro de la tierra (1864) de distintos tipos de anima­les prehistóricos pero se reconoce El mundo perdido (1912) de Arthur Conan Doyle como novela funda­cional. No obstante, cabría men­cionarse el antecedente Bevond the Great South Wall ( 1901) del inglés Frank Mackenzie Savile, no­vela donde un enorme reptil carní­voro con categoría de dios maya pone en peligro la misión de los protagonistas. La peculiaridad de la aparición del gran saurio está en un pie de página que asegura que se trataba del último brontosaurus excelsus vivo, peculiar por haber desarrollado un apetito por la car­ne humana. Incluso dos años an­tes de la publicación de El mundo perdido, el escritor francés Jules Lermina publicaba L’Effravante aventure, donde los dinosaurios, preservados en el hielo de una cueva parisina, vuelven a pisar la época actual.

Los más puristas dirán que la primera mención a un dinosau­rio en nuestra literatura, aunque solo fuera formando parte de una expresión, vino a manos de Charles Dickens, que en Casa desolada ( 1852) escribía lo si­guiente: »Tiempo implacable de noviembre. Tanto barro en las ca­lles como si las aguas acabaran de retirarse de la faz de la tierra. Y no sería extraño encontrarse con un Megalosaurus de cuarenta pies de largo, contoneándose como un la­garto elefantino subiendo la colina de Holborn». Habiendo cumplido con esta obligada mención, es pro­bable que el dinosaurio más anti­guo entre los dinosaurios literarios que llevamos desenterrados sea A Strange Manuscript Found in a Copper Cylinder (1888) de James de Mille, publicado ocho años tras la muerte del autor. Siguiendo el estilo de Verne y cierta tradición gótica inspirada en Edgar Allan, los protagonistas de esta histo­ria viajan a una Antártida tropical donde se encuentran con tribus peligrosas y con monstruos pre­históricos como los pterodáctilos. Se trata de una narración que no anticiparía otras como La tierra olvidada por el tiempo (1924) de Edgar Rice Burroughs, primer tí­tulo de la tril􀀟gía sobre Caspak con una isla perdida cerca del continente helado donde viven ti­ranosaurios, plesiosaurios y tigres de dientes de sable. Ese mismo año en Rusia, Vladimir Obruchev publicaba Plutonia, donde aprovehando su formación de geólogo y experiencia de explorador daba un mayor rigor científico a los acerca­mientos de Conan Doyle o Verne, centrando la acción en un mundo subterráneo lleno de especies prehistóricas bajo Siberia.

Otros eslabones perdidos

El mundo del cómic también supo aprovechar el imaginario del mundo prehistórico. En 1911, Walter de Maris publica la pri­mera tira de cómic en la que un dinosaurio vivo caminaba por la ciudad. Vivo, decimos, porque en 1905 otro aficionado a los dino­saurios llamado Winsor McCay, residente en Nueva York, dibuja­ba para su serie Dreams of the Rarebit Fiend una pequeña aven­tura donde un personaJe monta­ba el fósil de un brontosaurio. Si hablamos de plasmar dinosaurios en ilustraciones, es mención obli­gatoria la de Charles R. Knight, conocido por ilustrar museos desde 1897 con algunas de las obras más influyentes en las que se podía ver a los dinosau­rios en vida. Siguiendo la estela de Louis Figuier, quien en 1863 publicó La terre avant le délu­ge, Knight realizó una propuesta de lo más acertada al poner piel sobre los huesos de los dinosau­rios y, sobre todo, imaginar sus comportamientos. El trabajo de este artista no solo se convertiría en referencia obligatoria para los museos sino que construyó parte del imaginario que más adelante llenó la gran pantalla de estos seres. En 1915 un entonces des­conocido Willis Harold O’Brien animó mediante técnica de stop motion la película El dinosaurio y el eslabón perdido, un trabaJo que valió a este aficionado a la paleontología su contratación pocos años después como ani­mador en Hollywood para traba­jar en El mundo perdido (1925), adaptación de la novela homóni­ma de Arthur Conan Doyle y di­rigida por Harry Hoyt. Poco des­pués, O’Brien repetiría con sus animaciones de dinosaurios en la que probablemente acabaría siendo su colaboración más no­table: King Kong. Ese gran gorila era el protagonista indiscutible de una película que arrancaba con una propuesta que empeza­ba a ser común en las historias con dinosaurios y demás seres prehistóricos: la existencia de un lugar escondido a la civilización donde los dinosaurios habían continuado viviendo sin contacto con el ser humano, y un grupo de personas que deciden romper la tranquilidad del lugar. En literatu­ra se seguía experimentando y, por ejemplo, Ray Bradbury publi­caba El ruido de un trueno ( 1952), dándole una vuelta de tuerca al género con la inclusión de los via­jes en el tiempo. En lugar de traer los dinosaurios hasta la época actual, Bradbury proponía la exis­tencia en el año 2055 de safaris a la Prehistoria, viajes no exentos del efecto mariposa y del resto de paradojas espacio-temporales propias de este tipo de aventu­ras. Además, los años cincuenta trajeron a otro de los grandes iconos cinematográficos en el género del dinosaurio. Esa déca­da fue la de Godzilla, traído a las pantallas por primera vez en 1954 por los estudios Toho. Su apari­ción tornó a este dinosaurio mu­tante en símbolo del cine Japonés y provocó el nacimiento del que se conoce como género kaiju -de bestia extraña o gigante-, que caló en numerosos directores de cine y que sigue haciéndolo en la actualidad con casos como el de Guillermo del Toro, quien lo ho­menajeó hace pocos años con su Pacific Rim (2013) Pero no se puede hablar de cine y dinosaurios sin realizar una mención obligatoria a Jurassic Park (1993) La película de Steven Spielberg, basada en la novela de Michael Crichton publicada en 1990, causó un gran impacto en la cultura cinematográfica y nos devolvió el interés por unos dinosaurios que aunque presen­tes de manera irregular en nuestras ficcio­nes, sobrevivían sin pena ni gloria. La pe­lícula los devolvió a un papel protagonista en nuestra sociedad. Los adultos volvieron a soñar con todo tipo de posibilidades por las que estos enormes monstruos coinci­dían con nosotros en el tiempo. Los pe­queños, por su parte, descubrían por pri­mera vez ese episodio tan rico de nuestra Historia natural y decidían que de mayores querían ser paleontólogos o paleobotáni­cos. Para ellas y ellos, los futuros exper­tos en dinosaurios, Biología, Botánica o Historia, y también para los que crecimos pero seguimos estando interesados en visitar el pasado para comprender mejor el presente, Impedimenta trae una nue­va obra para su colección «Visita nuestro museo». Dinosaurium, dibujada por Chris Wormell y comentada por la experta Lily Murray, nos presenta todo tipo de espe­cies de aquellos enormes seres que una vez fueron dueños de nuestro planeta. Siguiendo el espíritu de tantas otras guías clásicas, respira el ambiente de los mu­seos de Ciencias Naturales y mima cada una de las ilustraciones. Es una completí­sima obra de consulta que hará las delicias de todos los que disfrutamos de la compa­ñía de esos seres.