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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Oso

La prosa de la autora me ha cautivado, es transparente, bella, interesante, expresando puntos de vista sin rodeos ni pelos en la lengua.

Recuerdo la primera vez que vi este libro en una librería, la portada me encantó. Como casi todos los libros de esta editorial, supongo, pero con este fue una especie de amor a primera vista. Había leído alguna que otra reseña (una en concreto en Trotalibros, el blog de Jan), y todas coincidían en que es un libro un tanto extraño, peculiar, no apto para todos los públicos, y como me van los retos y de cuando en cuando me gusta salir de mi zona de confort, decidí arriesgarme. Al fin y al cabo, el libro me llamaba de algún modo, parecía susurrarme desde la estantería: «Pss… eh, ven, mira, ven hacia aquí, ábreme, léeme, sigue mi sendero de palabras para que conozcas mi historia».

De entrada conocemos a Lou, una mujer introvertida, solitaria, interesante, un poco a contracorriente. Trabaja de bibliotecaria en un instituto. En su despacho, en el sótano del edificio, se encarga de investigar y archivar manuscritos y mapas antiguos. Desde la ventanita de su pequeña madriguera de topo, como ella se refiere a su lugar de trabajo, entre montañas de papeles amarillentos y chismes viejos que ya nadie echa de menos, contempla el mundo de fuera con recelo y apatía, sintiéndose reconfortada dentro, haciendo lo que mejor se le da, una tarea tranquila, meticulosa y a la vez, por qué no, monótona, pero con la que disfruta. Disfruta y a la vez, de forma contradictoria, lleva un tiempo sintiéndose como cercada. Necesita unas vacaciones cuanto antes, oxigenarse, respirar aire.

No sé por qué, pero desde la primera página ya me cae bien la protagonista, tiene algo especial que la hace diferente.

Es entonces cuando su jefe, el director, le encarga una curiosa tarea: hacer inventario de los libros de una mansión victoriana situada en una remota isla canadiense, propiedad de un enigmático coronel, ya fallecido. Dicha mansión ha sido donada al instituto, pero antes se necesita que alguien especializado vaya a ver en qué condiciones está y dé fe de su contenido.

Lou recibe el encargo de muy buena gana, tomándolo como esas ansiadas vacaciones que necesitaba. Tras el viaje por carretera y luego en ferry, un tal Homer (un intermediario), con la ayuda de su hijo, la lleva en barca hasta la isla y le desea buena suerte en su trabajo. Le entrega las llaves del viejo caserón, algo de provisiones (previo pago del instituto por sus servicios) y, antes de dejarla allí, le habla por encima de una mascota que el antiguo dueño tenía en el cobertizo de atrás: un oso. Le indica dónde está la comida del animal y, sin entrar en más detalles, se marchan atravesando el río por donde han venido.

Lo que al principio es desconfianza y temor por parte de Lou, pronto le toma confianza al oso (un animal tierno y dócil, de mirada triste y algo viejo ya), estrechando con el pasar de los días una relación muy cercana.

Tal como había oído, el libro tiene escenas eróticas, ahondando en un tema peliagudo y de seguro aberrante para cualquiera: la zoofilia. No por nada fue tan polémico y causó tanto impacto en su época, y a pesar de ello se hizo con uno de los galardones más prestigiosos en 1976. Novela adorada por Margaret Atwood, Alice Munro y Robertson Davies. Este último dijo de ella: «Una novela obscena y extraña. Uno de los títulos más hermosos y significativos de la literatura canadiense».

«Ahora sabía que lo amaba. Un amor tan extravagante que el resto del mundo se había convertido en un estrecho nudo sin sentido, salvo por el paisaje que, neutral y ajeno a ellos, gozaba de sus propios orgasmos de verano.»

Pero volviendo a la parte de nuestra protagonista y el oso, he de decir que el libro no se centra en esta relación ni busca el morbo ni nada por el estilo, por el contrario, ahonda en la conexión de Lou con el entorno natural, donde, progresivamente, empieza a experimentar una agradable sensación de desconexión, una paz y plenitud interior nunca antes alcanzadas, de éxtasis en soledad en pleno contacto con los elementos, descubriendo para su propio asombro que no echa para nada de menos la civilización, de la que podría prescindir sin ningún problema.

La prosa de la autora me ha cautivado, es transparente, bella, interesante, expresando puntos de vista sin rodeos ni pelos en la lengua. Si disfruté de esta historia fue porque, aunque no compartiera ciertas cosas de la protagonista, intenté dejarme llevar sin juzgarla, intentando tener la mente lo más abierta posible y comprender sus motivaciones. Hay pequeñas partes un tanto explícitas, pero no hay nada truculento o enfermizo. Todo está narrado con delicadeza y naturalidad. Como ya dije antes, lo que más impregna el libro es esa especie de comunión de Lou con la naturaleza, a través de la cual experimenta un proceso de cambio y superación personal.

«Su pelaje era tan espeso que se le perdía media mano dentro. Le masajeó los encorvados hombros. Sentarse a su lado le daba una extraña paz. Como si el oso, al igual que los libros, conociese generaciones de secretos, pero no sintiera la menor necesidad de revelarlos.»

No es un libro que me haya entusiasmado, pero sí lo he disfrutado mucho por ser tan diferente a la mayoría. Abstenerse los que busquéis adicción y ritmo trepidante, es una lectura para degustar a pequeños sorbos, para recrearse y deleitarse con sus gratas sensaciones y curiosas reflexiones. Es el primer libro que leo de esta editorial, y estoy seguro que después de este le seguirán más. Un libro apacible y bucólico de los que sin duda se recuerdan por su extravagante y a la vez hermosa trama.