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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Payàs, Condé, Morales, Vogel y Fadiman. Ellas, primera entrega.

Maryse Condé, Corazón que ríe, corazón que llora. Impedimenta, 2019 [Traducción de Martha Asunción Alonso]

2018 pasará a la historia de los suplementos culturales como un año sin Premio Nobel de Literatura. La corrupción, la violencia de género y las dudas permanentes sobre el criterio político-literario de los miembros de la Academia sueca han pesado más que la malsana dependencia del mundillo cultural de un evento al que criticar y adorar a partes iguales. Por suerte, una de los elementos positivos de este galardón ha mantenido su cita anual, a través del Premio Nobel Alternativo de Literatura (que no sabemos si seguirá su andadura, una vez que vuelva la versión original): la difusión internacional de autores que permanecen ocultos a otras literaturas, por efecto de la dictadura del mercado. Solo por la posibilidad que ofrece la traducción a otras lenguas de las obras, y el efecto contaminador sobre el mundo literario, merece la pena la existencia del Nobel.

Maryse Condé no sólo pertenece a una minoría cultural, sino a una minoría sin Estado, ni infraestructura político-administrativa que pueda hacerse eco de su voz literaria. Una autora de lengua francesa en las colonias antillanas, nacida en Pointe-à-Pitre, capital de la región de ultramar de Guadalupe, en 1937. Sus colegas antillanos Derek Walcott y V. S. Naipaul al menos tenían detrás dos Estados que podían explotar sus figuras, para bien o para mal. Condé, además de la discriminación racial, también sufre de la distancia con la metrópoli francesa y su jacobinismo radical.

«Si alguien les hubiera preguntado a mis padres qué opinión les merecía la Segunda Guerra Mundial, habrían respondido, sin dudarlo, que se trataba del periodo más sombrío que jamás hubieran conocido. No porque Francia se dividiera en dos, por los campos de Drancy o de Auschwitz, por el exterminio de seis millones de judíos, ni por todos esos crímenes contra la humanidad que aún siguen impunes, sino porque, durante siete interminables años, se les había privado de aquello que más les importaba: sus viajes a Francia», comienza el primer relato de los diecisiete que forman este volumen, «Retrato de familia», en el que ya encontramos la clave del desarraigo identitario y el golpe inesperado de la discriminación. Los padres de la niña Marysé, al igual que ella, son franceses, pero viajan a Francia, como si el mundo caribeño bajo la administración gala fuera un lugar de segunda, el lejano mundo de los salvajes, a pesar de que ellos hayan optado por abandonar totalmente la cultura criolla.

A pesar de la rabia, a pesar de su carácter reivindicativo, la literatura de la autora caribeña es eminentemente testimonial, con una capacidad para captar las sutilezas de oralidad sobresaliente, y encapsularlas en una prosa elegante y urbana. «A mediados de los años cincuenta, un 4 de septiembre, me reencontré con un París ya abrigado por los colores del otoño. Sin entusiasmo. Sin desagrado tampoco. Con indiferencia. Viejos conocidos».

Eduard Aguilar