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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Poderío onírico

Supongamos que topa el lector con un libro desprovisto de toda portada, solapa y mención de título y autor. Digamos que lo abre y caen los ojos en la presentación de una señora «tan alta que apenas podía uno distinguir los rasgos de su rostro, perdidos…

Supongamos que topa el lector con un libro desprovisto de toda portada, solapa y mención de título y autor. Digamos que lo abre y caen los ojos en la presentación de una señora «tan alta que apenas podía uno distinguir los rasgos de su rostro, perdidos como estaban en un horizonte azulado». Pasa páginas al azar y encuentra una pareja que intercambia en la cama historias de su pasado. «Entonces había muchas más estrellas en el cielo de las que se pueden ver ahora le dice ella. Además, había muchos más eclipses, casi cada semana había un eclipse de sol que yo seguía a través de unos cristales previamente ahumados». Desconcertado, sospechando que tal vez haya dado con una novela fantástica, el lector perplejo recorrerá entonces algún párrafo entero y se encontrará con un registro clásico, contradictoriamente realista. Bienvenido al universo de Mircea Cartarescu (Bucarest, Rumanía, 1956). Esa es la marca de la casa: un mundo onírico, forzado hasta el límite justo de la imposibilidad y, sin embargo, contado con el tono más realista posible. El otro sello, la otra característica común a toda su narrativa (hasta ahora disponíamos aquí de El ruletista y Lulú, todos en Impedimenta) es que el narrador no tiene el menor reparo a la hora de interrumpir el relato para reflexionar sobre el mismo, o sobre las posibilidades y dificultades narrativas que ofrece un material que, a partir de ese momento, debería resultar claramente impostado. Pero no. Asoma la carita el narrador, nos avisa de que tengamos cuidado, que todo es un artificio, y sin embargo, apenas un párrafo más allá estamos de nuevo sufriendo por el personaje como si fuera un familiar nuestro cuya existencia nos consta.

El runrún que acompaña a Cartarescu, insiste en mencionar el premio Nobel como si fuera su segundo apellido y en recordar que fue esta recopilación, Nostalgia, el libro que lo catapultó a la fama, primero en su Rumanía natal y luego en todo el universo literario. Lo primero, andado el tiempo, no me sorprendería. Lo segundo es un mero acto de justicia. Nostalgia es un librazo. Una revelación. Pese al recurso mencionado, no hay aquí posmodernidad, autoficción ni cursilerías por el estilo. El narrador no practica fáciles incursiones en lo onírico para ilustrar lo real, sino al contrario: se ve obligado a adentrarse en eso que llamamos realidad para poderla salvar gracias a la imaginación. Sumémosle una capacidad extraordinaria, sutil y muy original para la descripción, para señalar personajes y situaciones con pequeñas pinceladas definitivas; una atención casi enfermiza a la expresividad del detalle, al gesto menor, a la mueca; y una potencia casi estupefaciente en el manejo de la expresión sensorial, los olores, las texturas…

RICA DENSIDAD / El relato El ruletista, con alguna reminiscencia del mejor Cortázar, aunque más oscuro, sirve aquí de prólogo para el conjunto. El arquitecto hace de epílogo. Y en medio se alza el conjunto llamado propiamente Nostalgia, compuesto por El Mendébil y los muy monumentales Los gemelos y REM, este último con resonancias inevitablemente borgianas por el lado del Aleph. La traducción al castellano es modélica. Léase con la debida paciencia por su rica densidad y por la necesidad de ir haciendo tiempo para cuando nos llegue la trilogía que se anuncia como su obra definitiva y mayúscula: Orbitor.

Por ENRIQUE DE HÉRIZ