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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

¡Por mis patas de conejo!

Quien se lo pasó en grande -y yo fui uno de ellos- con las aventuras cómicamente detectivescas o detectivescamente cómicas -aún no lo sé bien- de ese excéntrico profesor de Oxford y aficionado a desenredar insólitos crímenes llamado Gervase Fen, está de enhorabuena, y de campana repiqueteante, y de albricias, porque dispone ahora, para su solaz, de una nueva y prometedora y recién horneada aventura del protagonista de La juguetería errante.

Que ¿qué pienso de esta literatura? ¡Que es más eficaz que los tranquimazines, los ibuprofenos y los acidoacetilsalicílicos para alejar el potencial y diverso abanico de malestares que pueden hospedarse en nuestros maltrechos cuerpos y en nuestras dislocadas mentes y en nuestros confusos espíritus occidentales imbuidos en esta pertinaz crisis de la civilización! Aquí ya les dejé mi opinión sobre La juguetería…, y aventuro que este nuevo episodio va a estar en la misma línea de diversión y de puzzle mental. Y, además, traduce -igual que en la anterior entrega- el solvente José C. Vales. E Impedimenta edita, con sus preciosas y elegantes cubiertas. ¿Por qué no, entonces, habrían de esperarme unas cuantas horas de lúdica lectura?

El canto del cisne es el segundo título que se publica en España de esta serie escrita en los años cuarenta del siglo pasado por Edmund Crispin, autor inglés por los cuatro costados, ¡y porque no hay cinco! En esta ocasión Crispin nos sitúa a Gervase Fen en el mundillo de la ópera, que tanto gustaba al autor. Y es que una encopetada compañía de ópera recala en Oxford para poner en marcha la primera producción posbélica de Los maestros cantores de Núremberg, de Wagner. La felicidad que reina en el ambiente, sin embargo, pronto quedará ensombrecida por la aparición del odioso y molesto tenor Edwin Shorthouse. Todo el mundo tiene un motivo personal para odiar con toda su alma a Shorthouse, pero ¿quién de los presentes será tan torpe como para acabar con él ahorcándole y apuñalándole en su propio camerino, cerrado por dentro? Y es que como dice Edmund Crispin en la primera línea de esta perspicaz novela: «Pocas criaturas hay en el mundo más estúpidas que un cantante».

Ya saben. Ya les digo. Ya les comento. Avisados quedan. Luego no me vengan con que no se enteraron, ¡por mis patas de conejo! (que diría Fen).