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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Regreso al Edén

Penelope Lively escribe «una novela sin trama»en un recorrido a través de los jardines literarios reales y ficticios como creaciones estéticas generadoras de felicidad

Vaya por delante que este es un libro sobre jardines y jardineros, aficionados y profesionales; de amantes de los jardines que se arremangan y meten las manos en la tierra y de meros disfrutadores de jardines que contratan a profesionales para crearlos. El primer jardín fue evidentemente el del Edén y Penelope Lively considera que la concepción de jardín como paraíso procede de ese mito o creencia, el jardín como fuente de placer, contemplación y descanso, como comunión con la naturaleza, como lugar de sabiduría, entretenimiento y felicidad. De hecho, nuestra autora considera que Eva hizo muy bien en incitar a comer del árbol del bien y del mal pues lo que indica es un loable deseo de conocimiento libre y abierto. Pero el libro es algo más que el relato de una pasión, es, como lo define ella, una «novela sin trama». A lo largo de sus páginas vamos a asistir a un entretenido maridaje entre flora y literatura. Por sus páginas se suceden referencias literarias de excelentes autores que han construido su propio jardín o han incluido jardines ficticios en sus obras. El libro se divide en seis apartados precedidos por una introducción y declaración de intenciones de la autora.
Los apartados se refieren a la relación entre realidad y ficción y el jardín como metáfora; el jardín literario o jardín escrito; la cambiante moda de los jardines en la historia; el sentido del tiempo; el orden y el desorden: la lucha entre el jardinero que reduce el jardín a unos límites e intenciones y la capacidad de las plantas de hacer vida por su cuenta dentro y fuera del recinto: los estilos respecto al jardín, y, final e inevitablemente, la relación entre campo y ciudad, entre la extensión de un terreno cultivado como una obra de arte y la fascinante intimidad de una terraza y unas macetas pobladas de hermosas combinaciones de plantas.
La historia comienza en el Edén y se continúa en los jardines colgantes de Babilonia, los jardines egipcios, los romanos con especial referencia a Pompeya y al Imperio, los jardines romanos establecidos en Britania, el huerto medicinal de la Edad Media, la formalidad de los jardines victorianos, el mundo de los jardines pintados con Claude Monet a la cabeza, el jardín emocional que se desprende del tratamiento pictórico (Klimt, Munch, Klee..). El jardín real —propone Lively— invita a ser utilizad como metáfora para que el novelista sugiera un estado de ánimo, un ambiente o una personalidad; en el pintor, en cambio, lo que se muestra es una visión personal, expresión de la percepción particular del artista.

Los literatos han creado sus jardines individualmente o en parejas: el primer caso lo encarna Elizabeth von Arnim, una jardinera de las de mancharse de tierra de los pies a la cabeza, lo que tiene su mérito porque en su época eso se consideraba oficio de plebeyos, y el segundo podrían representarlo perfectamente Virginia Woolf y Leonard Woolf o Vita Sackville-West y Harold Nicolson. O parejas de jardineros no literatos como Beth Chatto y su marido y Margery Fish y el suyo. Y, en fin, siempre en dirección al encuentro, de un modo u otro, con la existencia de los jardines como creación y generación de felicidad (que me permito, modestamente, confirmar). Cree la autora que los jardines son parte integral de la psique y que un jardín sirve para estar en armonía con las cosas mientras crecen y florecen con el ciclo del año. El relato bíblico cuenta que la humanidad se generó en un jardín del que nuestros padres fueron expulsados por una autoridad que les negaba el conocimiento, pero los jardines crecieron y se multiplicaron por la mano de sus descendientes hasta nuestros días y aquí estamos.

JOSÉ MARÍA GUELBENZU