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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Reseña de «El barco faro», de Siegfried Lenz

Casi como prediciendo la muerte de Siegfried Lenz en Hamburgo el 7 de octubre de 2014,la editorial Impedimenta rindió por adelantado un merecido homenaje por fin al autor publicando algunos de sus relatos en El barco faro.

La muerte de Lenz fue un aviso más de que una generación, la de la literatura alemana de posguerra, se está extinguiendo poco a poco. Aunque todos ellos se han mostrado muy activos hasta hace poco, no han dejado de convivir sus últimos textos con las grandes obras del pasado. En el caso de Lenz, por ejemplo, junto a sus recientes ensayos (Mutmaßungen über die Zukunft der Literatur), novelas (Fundbüro) o relatos (Zaungast) han seguido estando muy presentes en el mercado literario en lengua alemana «clásicos» como Deutschstunde o So zärtlich war Suleyken, casi con el mismo ímpetu que en sus primeros años. En el mundo editorial hispanohablante, Siegfried Lenz ha estado presente tan solo muy puntualmente en algunas traducciones que han permitido importar a la lengua española únicamente algunas de sus múltiples facetas. Una de ellas, quizá la más brillante y hasta ahora bastante desconocida, fue la maestría para los relatos o novelas cortas.

De estos, Impedimenta presentó a finales de 2014 una interesante propuesta recurriendo a una traducción original (Belén Santana) de diversos relatos que se han compilado con el título del primero de ellos, «El barco faro» («Das Feuerschiff»). La presente edición, cuidadosamente
presentada, realza la correcta y resoluta traducción de Belén Santana. Sin introducción alguna, el volumen compilatorio se abre con el relato que da nombre al volumen, «El barco faro» (pp. 7-151), que sirve de guía a todos los demás, ya que sus inquietudes se repiten una y otra vez en el resto de los textos. El relato es una compleja alegoría que retrata el choque frontal del fugitivo Dr. Caspary con el capitán Freytag del barco faro; la rigidez disciplinaria de Freytag coincide en parte con la actitud del Dr. Caspary, de quien tan solo por detalles puntuales –en definitiva guiños lingüísticos encubiertos– podemos deducir un terrible pasado del que huye, aunque sin arrepentirse. Un ejemplo de un motivo similar lo encontraremos también en el último de los relatos («Los humores del mar», pp. 249-283), que cierra muy armónicamente el volumen. En él se narra el fallido intento de cruzar el Báltico de tres fugitivos de los que, igualmente, tan solo podemos suponer un pasado inenarrable. Otra constante reincidente del primer texto, «El barco faro», es la corrección que muestra el capitán Freytag frente al deber, una luz que guía en el mar de la confusión moral y que prevalece por encima de todo lo demás, incluso por encima de sí mismo. Especialmente ilustrativas son en este sentido las complejas vidas de aquellos que, por el deber y al igual que el capitán, están dispuestos a sacrificar incluso sus vidas. Tenemos equivalentes de este tipo de valores ya bien en aquellos que se arriesgan hasta el extremo para cumplir su deber con un cliente de la empresa («El Doctor Diversión», pp. 231-239), ya bien en aquellos que asumen extenuantes tareas para hacer felices a los niños (“Un riesgo para los Papás Noel”, pp. 241-248). La lealtad y la fidelidad por el deber, sin embargo, no siempre resultan efectivamente modélicas, por mucho que así se quieran presentar. Sobre esta difícil tensión entre la verdad y la apariencia reflexionan también otros textos, siendo por tanto sencillamente terribles los destinos que, al franquear los límites preconcebidos, les deparan al «Hijo del dictador» (pp. 203-213) o a «Un amigo de gobierno» (pp. 153-161). Del deber y de sus consecuencias se ocupan también los otros textos de la colección, recurriendo para ello a una especial ironía sarcástica: «El principio de algo» (pp. 163-182), «El plato preferido de las hienas» (pp. 183-191), «El brazo más largo» (pp. 193-202) o «Accidente en Nochevieja» (pp. 215-229).

La intensidad y la cohesión que plantean en su conjunto obligan por tanto a alabar por encima de todo la decisión de publicarlos por primera vez, aunque haya que haber esperado para ello más de cincuenta años. Son igualmente gratificantes la satisfactoria edición y la correcta traducción, que apenas pierde la tensión y consigue transmitir la concisión del original. Muy posiblemente reconocerán los admiradores de Lenz la tensión psicológica que no en escasa medida reside en el lenguaje desnudo, directo y alegórico.

La densidad del pensamiento metafórico de los textos, sin embargo, bien podría convertirse en una importante barrera para el lector que se acerque por primera vez a Lenz. Por ello hay que lamentar la decisión de privar al texto de un breve complemento introductorio o de un aparato crítico. La obra literaria de Siegfried Lenz está muy cerca de lo que podemos considerar un «clásico de la literatura». Esta categoría se percibe no solo en el aprecio profesado por su obra, sino también en la generosa dedicación crítica que se le ha tributado. No estamos por tanto ante un autor del que sea una tarea excesivamente ardua revelar o sintetizar las claves más importantes de su pensamiento. No solamente hubiera sido importante explicar,
por ejemplo, el complejo entorno en que redactó su literatura, sino que, además, también podrían haberse apuntado muy brevemente las múltiples posibles lecturas de sus alegorías.

Para muchos sabrán a muy poco las breves notas de la contraportada, máxime porque Lenz está muy alejado de lo que se puede entender como una literatura de entretenimiento. Los textos de Lenz, los relatos y las novelas cortas sobre todo son en realidad complejos alegatos intelectuales. Estos, repletos de guiños y sentencias lapidarias, no siempre serán perceptibles en una lectura rápida o un primer acercamiento superficial. Con Lenz se revive un mundo de imágenes casi heredero del simbolismo que, con su misma recurrencia, reapareció con fuerza en la novela del último tercio del siglo XX. En definitiva, en torno a este imaginario deambula el reto de responder en un entramado casi lúdico a las grandes preguntas de la humanidad. De la mano de Lenz se ríe y se llora de una frase a otra. Por ello, precisamente la explicación explícita de la ambivalencia antes de su lectura podría ayudar a digerir la intensa incertidumbre que despierta su obra.

Enemigo de dogmatismos, Lenz propone cuestiones éticas en El barco faro, donde también reflexiona sobre el deber; estudia con minuciosidad el complejo camino del ser humano para alcanzar la felicidad –en caso de ser esto posible– tanto en dictaduras («Un amigo del gobierno») como en el mundo laboral («El Doctor Diversión” y “Un riesgo para los Papás Noel»); reflexiona indirectamente sobre la libertad durante la huida de los tres fugitivos («Los humores del mar») o transmite, con toda la dureza que lo requiere, cómo el conflicto bélico se escarnece en la esencia del ser humano («Hijo del dictador»). Todas estas reflexiones se antojan perfectamente definibles como herederas de un sangriento siglo como fue el XX. En la literatura de Lenz, todos estos motivos cobran un cariz más intenso si, además, reparamos también
en la propia historia personal. Aún sin perseguir restos biográficos, no podemos dejar de admirar su valiosa capacidad de observación, en su vida perfectamente constatable. De aquí surgen ideas, guiños y frases que, si bien a veces no del todo reconocibles, harán las delicias de los lectores expertos y, quizá con un poco de esfuerzo y un par de “clics” previos, también de aquellos que se embarquen de cero en la literatura alemana de postguerra.

Por Alfonso Lombana Sánchez