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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Reseña de «Más allá del equinoccio de primavera» de Natsume Soseki

Leer a Soseki es regalarse una generosa dosis de calma y plenitud lectora.

Mi segundo Soseki. El primero no lo he olvidado, Kokoro dejó una huella indeleble en mí. Tengo muchas ganas de Botcham y después de leer Más allá del equinoccio de primavera creo que me haré con toda su bibliografía. Si además está toda editada por Impedimenta seguro que los conseguiré. Por cierto, qué bien edita Impedimenta, qué cuidado, qué mimo, qué delicadeza en todo.

En este libro Soseki nos presenta a Keitaro, un joven que intenta hacerse un hueco en la sociedad mientras se encuentra a sí mismo tras haber terminado sus estudios universitarios. La dificultad de encontrar trabajo se presenta como uno de los máximos escollos a superar, sin trabajo no parece sentirse cómodo, pero su situación tampoco le generaba ansiedad ni desasosiego, “distaba mucho de exigir decisiones inmediatas relacionadas con cuestiones trascendentales de su vida. En su mente, tras la cortina de inquietud, flotaba algo ligero, despreocupado. (…). Su perplejidad provenía del convencimiento de que, hiciese lo que hiciese, no iba afectarlo de una manera decisiva, lo cual retroalimentaba su pereza. Como alguien que lee un libro sumido en la somnolencia y se esfuerza por interpretar el texto que tiene ante él resistiendo al sueño, Keitaro sufría por no ser capaz de incubar como era debido el huevo de decisión que acogía despreocupadamente en su pecho”. Esta pasividad vital tan propia de la adolescencia está muy bien representada, Keitaro parece un mero espectador en su vida, una dejadez natural ante la que parece no tener nada que hacer, “su papel se ha limitado a constatar lo que ocurría a su alrededor como si alguien le recitara un informe por teléfono” señala Soseki en la Conclusión. El elenco de personajes de que van pasando ante los ojos de Keitaro esconden las cartas hasta el final de la partida. Destacan dos: el aventurero Morimoto que conoce en un hostel y desaparece regalándole su preciado bastón tallado; y su amigo Sunaga, verdadero protagonista de la trama en la que sus tíos (el bromista Taguchi y el rimbombante Matsumoto) y su prima Chiyoko tejerán una imbricada red de promesas, desgracias, tensiones e intereses que Keitaro deberá descifrar.

Soseki nos sitúa ante un juego de espejos, de relatos cruzados, de máscaras cambiantes, de perspectivas enfrentadas en las que Keitaro sólo será capaz de analizar la parte visible del iceberg, sin percibir lo que se esconde bajo el agua. Sus análisis nos conducirán por caminos sin salida o a razonamientos erróneos. Nada tendrá sentido hasta el final de la novela, y ahí entenderemos a todos los personajes y nos compadeceremos de Keitaro.

Los personajes de este libro están maravillosamente descritos (con esa tan característica oscura melancolía que Soseki les imprime) y se completan a partir de los testimonios del resto. Soseki es capaz de dibujar situaciones y sentimientos con la precisión del trazo japonés. Es un artesano de las historias. Les da profundidad con engañosa sencillez. Los carga de dudas y de sensaciones encontradas. En este libro, el protagonista es lo de menos. Keitaro es totalmente prescindible al final de la novela, son más importantes los actores secundarios. Una habilidad que Soseki desarrolla con destreza.

Cuando leo a Soseki termino con la misma sensación de sosiego, paz y plenitud. Sus libros son redondos. No le falta nada. Nada le sobra. Todo tiene sentido. No quedan dudas. Solo queda una gustosa y reposada sensación de serenidad.