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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Reseña de ‘Solenoide’

La prosa de Cărtărescu es extraordinaria. De una belleza lírica precisa y envolvente, sabe caminar por el realismo descriptivo más exacto y por los universos oníricos, fantásticos y fantasmagóricos más inimaginables.

Volcadas sobre una serie de diarios, las palabras de un escritor frustrado nos dejan ver su infancia, adolescencia y vida adulta en una Bucarest gris, devastada y fría. Una ciudad supuestamente anodina que, bajo sus cimientos, oculta un universo alucinado y alucinante que va salpicando la vida del personaje.

Este profesor de Rumano que da clases en un instituto de barrio, narra sus idas y venidas, sus trayectos rutinarios de casa a la escuela y de la escuela a casa, esa ventana a la realidad gris y mortecina de la existencia de un sinfín de seres humanos. Pero en su casa en forma de barco, por la que a veces se pierde, como también ocurre en la escuela o en otros edificios, laberintos reales o existenciales del protagonista, hay algo más, algo oculto en las tripas de la construcción: un solenoide. Y un sillón de dentista que alberga junto a él un tablero de mandos imposibles.

A través de sus recuerdos y de la reconstrucción de su vida, la pasada y la presente, iremos descubriendo a una serie de personas que irán abriendo caminos diversos en la vida de este hombre que deambula por el mundo y por su cráneo dispuesto a enfrentarse a la amarga realidad de la existencia, al dolor y el horror de la vida en sí misma, a encontrar una puerta… o una huida.

OPINIÓN
En el posfacio de Marius Chivu, e incluso en la contraportada de la novela, se nos anuncia a los lectores que Solenoide es probablemente la piedra de toque en torno a la que gravitan el resto de ficciones de Cărtărescu. Pero, ¿qué ocurre cuando, como en mi caso, este es el primer libro que lees de este fascinante escritor rumano? ¿Qué ocurre cuando esas referencias a las que sí podrían dirigirse otros lectores te son desconocidas? Pues que te quedas sin palabras, porque cuesta encontrar la forma de describirlo, de hablar de esta obra. Haré lo posible. Por ahora diré que en la vida había leído algo así, y he leído mucho.

La prosa de Cărtărescu es extraordinaria. De una belleza lírica precisa y envolvente, sabe caminar por el realismo descriptivo más exacto y por los universos oníricos, fantásticos y fantasmagóricos más inimaginables. Y como eco de esa prosa, o a la inversa, su personaje tiene dos caras: la del profesor que, de día, crea un surco entre su casa y la escuela, de tantas veces que hace el mismo recorrido, y de noche abre las puertas a un universo extraño, una dimensión paralela donde el sueño y la realidad abandonan la frontera que los separa, y la muerte, el horror y el miedo humano toman una forma alucinada, alucinante, pero a la vez palpable, que sirve como espejo y metáfora de una reflexión que surca las 800 páginas y que nos enfrenta a la existencia y al abismo que supone ser consciente de la misma y de su finitud.

Este lenguaje poético, cargado de imágenes y de una profundidad filosófica que te deja atado al asiento y al libro, intentando captar toda la esencia, intentando apropiarte, ni que sea por un instante, de la desgarradora reflexión que expone, hace que no sólo sigamos la historia que nos va narrando, sino que nos adentremos en esa voz interior que va soltando sobre el papel y que va abriendo en canal su existencia y la de la humanidad en general.

A través de la exposición de sus anomalías, de la extrañeza de ciertos episodios de su vida, el narrador va creando una extraña balanza entre lo real y lo increíble, entre lo palpable y lo imposible, pero siempre con la intención de mostrar las entrañas: las de la ciudad, pero también las de la humanidad, que va vertiendo en ella su dolor, su sufrimiento, alimentando el vacío de una existencia abocada a la muerte, a la nada. Nos habla de la literatura, de esas puertas pintadas en las paredes, o en los cráneos, para intenta huir sin conseguirlo, pues sólo son engaños, maneras de escapar momentáneamente de la condición humana.

Las imágenes recurrentes que se van repitiendo a lo largo del libro incomodan y fascinan por partes iguales, pues parecen estar pensadas para acercarnos al dolor, pero envueltas en una capa de lo fantástico que pueden recordar a Kafka, a Ende y a otros autores que supieron deambular por esa frontera, enseñándonos que el espejo de la fantasía puede dejarnos ver la realidad desde una perspectiva más profunda. La presencia constante del sillón del dentista, cuyas descripciones recuerdan, como apunta en el posfacio Marius Chivu, al universo de H. R. Giger, sirve como eje de unión entre las partes del libro, que son los distintos cuadernos, los distintos diarios en los que nos sumergimos, como en un laberinto.

Solenoide es un viaje, un laberinto vital por el que perdernos, por el que dejar que la existencia nos golpee. Hay una angustia vital que transpira por los poros de las diferentes historias que nos cuenta este escritor frustrado, una sensación de búsqueda y a la vez de cierta resignación que se ve convulsionada por el mapa que poco a poco se va creando en su interior y en la ciudad, que es otro personaje, otro espejo en el que mostrar la decadencia, la ruina humana que necesita volar para tomar perspectiva, para buscar esa manera de ir más allá de sí misma.

Hay en este libro un sinfín de historias, de retazos, de fragmentos de vida unidos por las costuras de unas reflexiones preciosas y a la vez duras; referencias literarias, matemáticas y científicas que pueden parecer extrañas, pero que tienen siempre un sentido, pues cada uno de los elementos que aparecen forman parte del puzle, de ese mapa laberíntico que nos enreda pero no nos pierde.

Alucinante, de una fuerza literaria brutal, esta novela es inclasificable. Es Literatura en mayúsculas. Y es un libro que, al cerrarlo, hace que te preguntes cómo es posible que quepan tantos universos en la mente de un único hombre.

Inés Macpherson