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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Reseña «Solaris»

Cuando Solaris se publicó por primera vez en 1961 se convirtió en un éxito inmediato y podríamos decir que en un clásico contemporáneo de la ciencia-ficción.

Traducido a numerosos idiomas y adaptado en varias ocasiones al cine, el fenómeno Solaris continúa siendo igual de interesante y perturbador en el año 2012 que en aquellos lejanos 60 en los que vio la luz, y no en vano su autor, el polaco Stanislaw Lem, es reconocido como uno de los impulsores del género y de los pocos escritores de habla no inglesa que ha conseguido traspasar las fronteras de su país. Por eso, ahora que la carrera del ser humano por la conquista del espacio se halla más avanzada que nunca (lo cual no es decir mucho, la verdad), quizá sea conveniente repasar las implicaciones de aventurarse en una demencial odisea interplanetaria. Y eso es algo para lo que Solaris sirve de mucha ayuda.

Sinopsis

Kris Kelvin acaba de llegar a Solaris. Su misión es esclarecer los problemas de conducta de los tres tripulantes de la única estación de observación situada en el planeta. Solaris es un lugar peculiar: no existe la tierra firme, únicamente un extenso océano dotado de vida y presumiblemente, de inteligencia. Mientras tanto, se encuentra con la aparición de personas que no deberían estar allí. Tal es el caso de su mujer -quien se había suicidado años antes-, y que parece no recordar nada de lo sucedido. Stanislaw Lem nos presenta una novela claustrofóbica, en la que hace un profundo estudio de la psicología humana y las relaciones afectivas a través de un planeta que enfrenta a los habitantes de la estación a sus miedos más íntimos.

Opinión

La historia de Solaris empieza unos cuantos centenares de años en el futuro, con el aterrizaje del psicólogo Kris Kelvin en la plataforma de observación que estudia los sorprendentes e incomprensibles fenómenos que ocurren en el seno del planeta que da título a la novela. Lejos de recibir un recibimiento que pueda calificarse de acogedor, lo que Kris se encuentra al bajar de la cápsula es un panorama bastante ruinoso, con unas instalaciones descuidadas, abarrotadas de desperdicios y una tripulación en paradero desconocido. El ambiente claustrofóbico que se respira no hace presagiar nada bueno, y tras una breve inspección a las dependencias más próximas, Kelvin se topa con el doctor Snaut, un miembro de la expedición solariana que no parece estar en sus cabales y que le advierte entre otras cosas de una presencia maligna a bordo de la nave. Otro de los tripulantes es el doctor Sartorius, quien ni siquiera se atreve a salir de su laboratorio, mientras que el tercero, Gibarian, se suicidó pocos días antes de su llegada. Aunque nuestro protagonista baraja la intoxicación por contacto con la atmósfera extraterrestre como una de las posibles causas de este desconcertante comportamiento, el propio Kelvin comprobará más tarde que no están solos en la estación y que, al despertar del segundo día, su esposa Harey, fallecida mucho tiempo atrás, continúa viva.

«No buscamos nada, salvo personas. No necesitamos otros mundos. Necesitamos espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos. Con uno ya nos atragantamos.»

El impactante planteamiento con el que da comienzo Solaris se ve prontamente interrumpido por una serie de largas exposiciones que nos revelan la historia del planeta, los primeros descubrimientos de algo que parece ser vida inteligente y los incansables esfuerzos de toda una serie de generaciones por intentar establecer contacto con esa especie de océano plasmático que conforma el único paisaje de Solaris. Lo cierto es que Stanislaw Lem ha hecho una labor fantástica, no solo de documentación, sino de ambientación, y a pesar de lo densa que se vuelve la narración en algunas ocasiones, no deja de ser sumamente adictivo ir aprendiendo cada vez más cosas acerca de un mundo tan fascinante que orbita alrededor de dos estrellas. Esta serie de fragmentos que se encuentran desperdigados por todo el libro se van intercalando con la historia personal de Kelvin, que se centra en indagar en la relación del científico con su reaparecida esposa, una mujer que no conserva ningún recuerdo de su vida interior y que no parece físicamente posible de estar alejada de su marido.
Sin embargo, a medida que avanza la historia, y sobre todo en cierta parte situada en la segunda mitad del libro, el argumento de Solaris queda bastante entorpecido por esas enormes digresiones filosóficas y científicas que tienen como objeto describir las gigantescas estructuras que se forman en la superficie oceánica del plantea. Dichas estructuras, denominadas simetriadas, asimetriadas, mimoides y otras palabrotas parecidas me han parecido enormemente interesantes, pero el escritor se centra de una forma tan minuciosa, y hasta a veces pesada, en cada uno de los detalles que conforman estas creaciones marítimas que llegué a sentirme desesperado. Por otra parte, los avatares amorosos de Kelvin y su mujer llegan a un punto de confusión en los que tuve que detenerme a leer un par de veces lo que estaba leyendo porque no me enteraba. Pero como ya he dicho, son momentos puntuales que, aunque restan brillo al conjunto final de la obra, no desmerecen la buena impresión que me llevado de este magnífico libro.

«Está bien que se repita la existencia humana, pero no a la manera de un borracho que va echando monedas en la gramola, para escuchar, repetida hasta la saciedad, la misma melodía.»

Formalmente nos encontramos ante una novela muy bien escrita, unos diálogos un poco caóticos y una amplia variedad de temas que van desde el progreso del método científico hasta la insignificancia del ser humano en comparación con el resto del universo. Solaris es una obra rompedora en su trato con otras formas de inteligencia. En la mayoría de obras pertenecientes al género de la ciencia-ficción que hablan sobre extraterrestres, viajes espaciales y contacto con otras civilizaciones, se suele atribuir a lo desconocido características humanas, como si fuésemos incapaces de concebir una especie distinta a la nuestra; pero en Solaris lo que encontramos es un inabarcable océano repleto de sustancias químicas disueltas, una rara combinación de partículas que actúan como un único ente y cuyos propósitos el hombre no parece ser capaz de comprender. Y no sólo refleja la impotencia que se debe de sentir ante la imposibilidad de establecer una comunicación con dicho planeta, sino que plantea la posibilidad de que ese extraño organismo pueda explorar en lo más hondo de nuestro ser, averiguar aquello que más nos importa y utilizarlo contra nosotros sin nuestro consentimiento. En resumen, Solaris me ha parecido una novela destacable a pesar de sus pequeños fallos y altamente recomendada si te gusta el género, una obra innovadora, misteriosa, profunda, reflexiva y con infinidad de lecturas. ¿Te atreves a introducirte en las aguas abismales de Solaris?