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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Ruge como un tigre y otros libros feroces. El nuevo llamado de lo salvaje

El diálogo actual de muchos libros salvajes o naturalistas es menos antropocéntrico. Los tigres siguen representando «lo salvaje», pero ya no son siempre villanos.

A veces, como en Vida de Pi de Yann Martel, son sencillamente otra especie que quiere sobrevivir y que, en definitiva, no se encariña con el hombre. El deseo de jugar a la cacería en niños y jóvenes tiene otros códigos culturales —cazar zombis, atrapar criminales ¡o policías!— o se ha transformado en un deseo de proteger a los animales… hacer equipo con ellos para resistir, en todo caso, al restrictivo mundo adulto.

Un libro que ejemplifica literal y brillantemente esta transición es Los lobos de Currumpaw de William Grill (Impedimenta, 2016; Loqueleo, 2017). Inspirado en uno de los relatos que integran Animales salvajes que he conocido (1898) de Ernest Thompson Seton, experto cazador devenido pionero de la conservación en Estados Unidos. El joven autor del libro ilustrado, por el que ganó el Bologna Ragazzi Award de No Ficción en 2016, nos sitúa en las amplias llanuras de Nuevo México en las que un lobo gris y su manada son la pesadilla de los terratenientes. Conocido como «Viejo Lobo» o, sencillamente, «El Rey», este animal, al ver casi extinto su hábitat, se ve obligado a comer ganado, y no hay ranchero que logre detenerlo, por más que hayan ofrecido mil dólares de recompensa, cifra insólita en aquel entonces. Nadie duda que el lobo tiene alguna protección mágica… o casi nadie. El afamado cazador y estudioso de los lobos, Ernest Thompson Seton, está convencido de que él puede detenerlo.