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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Se busca traductor para hablar con seres de otro planeta

Imaginen ustedes que, por fin, tiene lugar el acontecimiento más importante de la Humanidad y que, ¡por fin!, el hombre entra en contacto con seres de otro planeta.

La cultura popular, en películas, libros y videojuegos, suele representar este encuentro de una manera épica y romántica, con seres similares a nosotros o al menos asimilables para nuestra limitada sesera, que vienen a salvarnos de un destino de ignorancia o a condenarnos a la extinción. Pero también cabría la posibilidad de que, sencillamente, no fuéramos capaces de comunicarnos con ellos porque no tuvieran boca, quizá ni siquiera tuvieran un cuerpo tal y como entendemos lo que debe ser «un cuerpo», y entonces todo sería muy poco épico y bastante frustrante.

El escritor polaco Stanislaw Lem (1921-2006) dedicó una parte importante de su obra a especular sobre estas fallidas posibilidades, especialmente a idear escenarios en que el hombre no tiene capacidad para entender lo que tiene delante. En Solaris (1961), su novela más conocida, esta entidad extraterrestre era ni más ni menos que un océano, lo que ya imaginarán que, para nosotros, supondría un obstáculo similar a intentar entablar una conversación con una montaña.

En El invencible (1964), otra de sus mejores novelas, un grupo de especialistas se enfrenta una inteligencia artificial que ha evolucionado como una suerte de enjambre de insectos mecánicos. ¿Hola? ¿Hay alguien en casa? Y este tema también es una parte importante de Máscara, una recopilación de relatos inéditos en castellano que acaba publicar Impedimenta, una editorial ya especializada en alegrar a los lectores del polaco cada cierto tiempo sacando del olvido la parte menos conocida de su obra.

Ratas en el laberinto

Por terminar de profundizar en el tema, y antes de entrar en cuestiones más generales del libro: Máscara se abre precisamente con un relato magistral y terrorífico por momentos, titulado La rata en el laberinto, cuyo protagonista se plantea estas mismas cuestiones y, entre otras, baraja dos opciones en el caso de que fuéramos visitados por extraterrestres. Escuchen, porque ambas tienen su miga.

Una sería esta: «Los seres humanos», dice, «somos seres eminentemente visuales y la mayoría de nuestros conceptos provienen del área del cerebro que se ocupan de las impresiones ópticas. Los sentidos de esos hipotéticos visitantes podrían basarse en otro tipo de percepción, como la olfativa, por ejemplo; o tal vez en otra distinta, alguna que nosotros no podamos ni siquiera concebir, una percepción basada en la química… ¡qué sé yo!».

Además, apunta: ¿De qué hablaríamos? En el caso de que, como nosotros, ellos estuvieran interesados en la evolución tecnológica y en los avances científicos, sería como poner a conversar a dos científicos de siglos diferentes, que manejan lenguajes diferentes. Para ellos, el átomo igual es un concepto anticuado y en desuso.

La segunda posibilidad sería esta otra, y ojo que tiene guasa: igual que el hombre lanzó monos al espacio en sus primeros vuelos, ¿y si el hombre, en vez de tener un primer encuentro estimulante con una inteligencia superior, lo tuviera con el equivalente del mono lanzado al espacio por esa inteligencia superior?

La importancia de llamarse Stanislaw

«Aunque, aparentemente, la selección de los relatos recopilados en Máscara no se rige por ningún criterio específico, pronto tal juicio se revela engañoso, pues existe un indudable hilo de afinidad entre los trece relatos reunidos aquí. Temas y motivos que inciden en las preguntas más profundamente arraigadas en la obra de Lem y en las ideas filosóficas que durante décadas regresaban una y otra vez a su producción: la visión de la Naturaleza como una incansable creadora de nuevos y diversos seres, la elucubración sobre los nuevos tipos de inteligencia, la libertad como utopía, los límites de la bioingeniería o la inteligencia artificial», escribe su editor en las notas introductorias al libro.

Es en estas primeras páginas donde también se explica al lector qué hace a este material, a estos relatos que perteneces a épocas tan distintas (desde finales de los años cincuenta a los noventa), algo especial, algo que merece ser rescatado y publicado como conjunto. La respuesta: durante años, los editores de Lem y responsables de sus obras completas los dejaron fuera de sus recopilaciones porque, ya fuera por su temática o bien por su extensión, no encajaban en ellas. Son relatos que «se hurtaron durante años a los lectores de Lem».

Para cualquier lector del polaco, este tipo de robo sería un pecado imperdonable. Enrique Redel, de Impedimenta, explica que «la relación que se establece entre un autor y un editor es bastante peculiar. Una relación de dependencia mutua, de complicidades delicadas y casi diría que de confidentes. Es casi como la relación de un cantante o un grupo con su discográfica o con su productor».

Por esta razón, los editores de Lem, que no hay que olvidar que era «un perfeccionista obsesivo que siempre intentaba reorganizar sus relatos, rehacerlos y completarlos aprovechando las sucesivas reediciones de sus obras», manejaron los textos del polaco de un modo autoritario, lo que dio lugar a algunos sinsentidos.

Uno de los más sonados: que no quisieran que Solaris se tradujera directamente al inglés, por lo que la versión a ese idioma se hizo partiendo de la edición francesa, sí «autorizada» por ellos mismos.

En cualquier caso, Redel avisa: «Los trece relatos de Máscara no son descartes de relatos inferiores en calidad, sino piezas que, por diversas circunstancias, se quedaron en el camino, y que a Lem le encantaban». Y recuerda que hoy es prácticamente imposible publicar nada de lo que Lem no estuviera plenamente satisfecho, debido al papel que ejercen sus herederos y su secretario, feroces vigilantes de su legado.

La prueba de la importancia de estos relatos es que algunos de ellos (La rata en el laberinto, La verdad) estaban incluidos originariamente en otras obras del autor como Diarios de las estrellas (1957) o El invencible, si bien fueron «sacadas» de ellas posteriormente por los editores y, por tanto, nunca llegaron al mercado español. Otros relatos, como La fórmula de Lymphater, todo apunta a que fue concebido para incluirse en estos mismos Diarios de las estrellas, aunque al final nunca lo hicieron porque «no tenían poco que ver con las versiones finales de estos libros». Es decir, estamos ante un constante trabajo de reconstrucción por parte de autor y editores que obligaba a reubicar este material en su obra, lo cual no les resta un gramo de valor. En el caso de España, «hay que pensar que las ediciones que se tradujeron aquí fueron las versiones últimas que los editores de Lem dieron como ‘definitivas’, lo cual no quiere decir que fueran las mejores ni las más completas», aclara Redel.

Otros relatos fueron publicados directamente en sus propios volúmenes, que nunca se han publicado aquí, como el hilarante La invasión de Aldebarán (1959), que vuelve a poner de manifiesto el buen humor del que hacía gala Lem. Permanecen de la misma forma inéditos en castellano libros como La noche de la luna (1963), Máscara (1976), Sacar provecho de un dragón (1993) y El acertijo (1996), de donde se ha rescatado parte de este material. Por si fuera necesaria alguna prueba más de su importancia de estos relatos, está la decisión del propio Lem, «que los consideró relevantes para que se publicaran en vida suya, y es más, en vida creativa suya: en 1996 en una primera versión, y en 2003 como tomo 23º de sus Obras Completas».

Un buen futuro para Lem

Como decíamos más arriba, la labor de Impedimenta durante estos últimos años con la obra de Lem es notable. No solo han recuperado inéditos que no tenían nada que ver directamente con la ciencia-ficción, como la realista El hospital de la transfiguración (1948), La investigación (1959) o la experimental y borgeana Vacío perfecto, también son responsables de nuevas traducciones de sus piezas más importantes, como Solaris. «Nosotros nos consideramos los editores españoles de Lem a todos los efectos», cuenta Redel, que tiene relación cordial con Barbara Lem (su mujer) y con su hijo Tomasz, y especialmente con su secretario, Wojciech Zemek, que es quien ejerce de intermediario con Lem y su obra. “De hecho, nosotros escribimos al correo electrónico de Lem, al suyo personal. Lem murió y Zemek empezó a responder los correos que se le enviaban. Y hasta hoy”.

Por su experiencia con los herederos, ellos se muestran enormemente reacios a ceder los derechos de obras que Lem no consideraba a la altura de su genio. «Por ejemplo, la segunda y tercera parte de la trilogía iniciada con El hospital de la transfiguración, que Lem escribió obligado por las autoridades comunistas polacas y que metió en un cajón para olvidarlo, a pesar de que sabemos que existen; o La nube de Magallanes, un libro que fue precisamente el que motivó que publicásemos Máscara: yo escribí a su secretario para pedirle los derechos de La nube de Magallanes, y él me dijo que no me los cedería porque Lem no lo consideraba un buen libro. A continuación me ofreció Máscara, y claro, yo me quedé alucinado porque no sabía que ese libro existía, y que me abriría tantas nuevas posibilidades a la obra de Lem. Yo fui el primer sorprendido al darme cuenta de que existían obras inéditas en España que quizás podríamos empezar a recuperar en el futuro».

Para ese futuro, pues, apunten y preparen hueco en su biblioteca, porque hay posibilidades de que terminen en nuestras manos Noc księżycowa (La noche de luna, 1963) o Zagadka (El acertijo, 1996). «Nuestro plan es publicar un libro inédito de Lem al año, e ir recuperando obras maestras del autor polaco, como La fiebre del heno, poco a poco, para ir llenando la Biblioteca Lem», remata Redel.