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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Sillitoe, la cruda realidad

Lo tenía todo en contra -familia, clase social-, pero Alan Sillitoe logró hacerse a sí mismo como hombre y como autor. "La vida sin armadura" rfleja su dramática infancia en la pobreza.

El nombre de Alan Sillitoe (1928-2010) no es de los más populares entre nosotros. Autor de algunos relatos sobre la clase obrera inglesa, sobre sus angustias y dificultades -algunos muy celebrados, como Sábado por la noche y domingo por la mañana o La soledad del corredor de fondo (ambos recuperados recientemente por Impedimenta)-, la publicación en castellano de su autobiografía invita de nuevo a la reflexión sobre el autor y las difíciles circunstancias en las que escribió sus primeras novelas y relatos.

Hijo de una familia que vivía prácticamente en la indigencia en los años treinta, su trayectoria intelectual, su espíritu de superación, ponen sobre la mesa, una vez más, la discusión acerca de la formación de la identidad. El relato de Sillitoe, La vida sin armadura, da cuenta de cómo la escritura surge en él como respuesta a un imperativo existencial, un espacio en el cual su yo puede vivir y moverse siguiendo la oscura intuición de que es el único camino posible.

Constantes peleas
Su padre era un hombre con un evidente retraso mental que apenas pudo trabajar unas semanas en los primeros diez años de vida conyugal. Murió sin saber leer ni escribir y desahogaba sus múltiples frustraciones maltratando a su esposa y a sus hijos, mientras que la madre de Sillitoe hacía cuanto podía en medio de la catástrofe familiar. Las peleas eran constantes y Sillitoe, en algún momento de su infancia, permaneció interno en una escuela para niños con retraso mental, sin serlo, porque la comida que les daban era mejor que la que su madre podía ofrecerle en casa.

Nada podía hacer pensar que aquel niño encleque y falto de los recursos más elementales para progresar sería capaz de hacerse por sí mismo con una cultura y salir adelante como escritor. Pero los programas culturales de la BBC, la poca escuela a la que asistió, la posibilidad de comprar libros por unos pocos centavos, su deseo de dejar atrás la pobreza y una mente que en cualquier cosa encontraba espacio para su desarrollo lo hicieron posible. Todo ello actuaría como poderoso incentivo para el desierto Sillitoe, quien se vería empujado a encontrar una unidad de nedida con el fin de paliar la distancia que le separaba del mundo.

De moso que aun viviendo bajo el área de influencia paterna, el hecho de convertirse en una isla en sí mismo transformó la carencia en una cualidad: el mísero lugar de su infancia tenía todas las características fundamentales que un día le conducirían hacia una vida mejor.

Calles embarradas
Su literatura se alimentaría en el futuro de Nottingham, de sus trabajadores, su centro correccional, su crudo lenguaje, su modo de vida y sus calles embarradas. De su propia rebeldía, en definitiva, aunque en la utobiografía desdeñe la filiación al movimiento de los angry young men, «una etiqueta propia de periodistas o de quienes se preocupan por clasificar aquello que no entienden».

Leyendo a Sillitoe, en todo caso, se piensa en las entrañables y punzantes películas de Ken Loach o en la maravillosa autobiografía novelada Las cenizas de Ángela, de Frank McCourt, pero es que Sillitoe fue el primero, tal vez, a la hora de hacer literatura partiendo de la cruda realidad de la clase obrera inglesa. Y hacerla en un estilo claro y directo, cargado de eoción.

Pintas de cerveza
Ah, hay algo en la literatura de lengua inglesa que parece fruto de un candor extraordinario. Sus escritores operan como si cabaran de llegar al mundo del idioma y no pudieran resistir la tentación de nombrar cada pinta de cerveza, cada cuchara, cada guinea que ganan.
Pueden resultar demasiado felices narrando, demasiado fuertes, con demasiada inclinación al fair play, todo ello es posible, pero su lenguaje es denso como el mar y no teme al ridículo. Por eso llega donde quiere llegar.

Anna Caballé