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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Sobre escribir, el campo y el olvido

Recientemente se han recuperado las obras de Susan Fenimore Cooper y Barbara Baynton, dos escritoras de campo con formas muy distintas de reflejar el entorno rural que habitan, pero con una cosa en común: haber estado durante décadas olvidadas a pesar de ser pioneras de las literaturas de sus respectivos países.

Capítulo 1: Sobre la naturaleza

Desde la primavera de 1948 hasta el invierno de 1849, Susan Fenimore Cooper escribió un diario donde recogía los pensamientos que le despertaba la naturaleza alrededor de la cual vivía. En 1850 estas reflexiones fueron publicadas por primera vez bajo el título Diario rural y, lo más probable, es que sean pocos los lectores que hayan tenido conocimiento hasta la fecha de esta obra o, no arriesgo mucho al decirlo, su autora. Sin embargo, el libro de Fenimore Cooper es una pieza fundacional de la literatura sobre la naturaleza y, de hecho, fue publicada cuatro años antes que la obra sobre naturaleza por antonomasia: Walden de Henry D. Thoreau.

Susan Fenimore Cooper (1813-1894) era naturalista además de una brillante escritora. Publicó, entre otros, los libros Female Suffrage: A Letter to the Christian Women of America y The Rhyme and Reason of Country Life y colaboró con medios de renombre como The Atlantic Monthly. Tenía formación en historia, arte, botánica y zoología. Hablaba varios idiomas. Fundó un orfanato en Cooperstown, Nueva York, y lo convirtió en una célebre organización benéfica. «Podemos afirmar que Susan Fenimore Cooper, atendiendo a su posición y a su época, era una mujer con conciencia de género, feminista y ecologista», asegura María Sánchez en el prólogo que antecede al diario. Pero también era “hija de”. En concreto, hija de James Fenimore Cooper, uno de los autores estadounidenses más reconocidos gracias a, entre otras, obras como El último mohicano. Un detalle que, a priori, podemos considerar baladí, pero que en este caso marcó totalmente la vida de Susan porque, cuando su padre murió, dejó de escribir para dedicarse por completo a la salvaguarda de los archivos de su progenitor y la beneficencia.

Explica Sánchez que un dato curioso acerca de muchas de las mujeres que escriben sobre naturaleza es que heredan de los hombres de la familia el vínculo con el medio, pero se convierten en las primeras en escribir sobre ello de una manera totalmente diferente: «Es el caso de Susan Fenimore Cooper con este libro, y de obras que se han editado recientemente en nuestro país como La memoria secreta de las hojas, de Hope Jahren, y El ingenio de los pájaros, de Jennifer Ackerman. Mujeres que, siguiendo la estela de las profesiones o aficiones de los padres, prosiguen con ellas a través de la escritura», apunta.

Fenimore utiliza un estilo casi poético, sin pretensiones, pero minuciosamente descriptivo en el que las postales sobre lo que le rodean se entrelazan con profundas reflexiones sobre la conservación del entorno vegetal y animal, las consecuencias de la industrialización o el cambio en los hábitos de los pájaros por las acciones de los hombres. Con Diario rural, la escritora americana se convierte, de un solo golpe, en pionera de la conservación, la ecología y la literatura sobre naturaleza.

Capítulo 2: Sobre los que habitan

Barbara Baynton nació en 1857 en Scone, un pueblo situado en el estado de Nueva Gales del Sur que forma parte del bush australiano, una expresión local que sirve para definir tanto la zona rural más cercana a las ciudades como su particular estilo de vida. Allí vivió hasta que se trasladó junto a sus tres hijos a Sídney después de que su primer marido la abandonara y en 1890 se casó con su segundo esposo, Thomas Baynton, con quien empezó una nueva vida. La estabilidad económica adquirida tras su enlace matrimonial hizo posible que Barbara Baynton comenzase a escribir. Algunos de sus relatos no tardaron en ver la luz en la revista The Bulletin y, sin embargo, tuvo que partir a Londres para ver su obra recopilada en un libro.

Estudios de lo salvaje –cuyo título original es Bush Studies– fue publicado por primera vez en el año 1902 por la editorial londinense Gerald Duckworth and Company. El manuscrito había sido rechazado debido a las descripciones crudas y mordaces que hacía del bush por los editores australianos tantas veces que Baynton a punto estuvo de arrojarlo al fuego. Hoy, por contra, esta antología es considerada una de las piedras angulares de la literatura australiana, y Baynton una pioneras. Tras leer los seis relatos de Estudios de lo salvaje, es fácil entender las dos cosas: el rechazo, porque estos relatos presentan un retrato de la vida en las zonas rural de Australia que muy pocos australianos estaban dispuestos a leer a principios del siglo XX –muy alejado de la literatura patriótica-heróica que estaba de moda en la época–; y que hoy en día sea considerado piedra angular de la literatura australiana, porque pocos han podido escribir textos tan realistas añadiendo pinceladas de la tradición gótica, la literatura fantástica y la comedia y salir airosos con semejante destreza.

Si Susan Fenimore Copper estudió la naturaleza que le rodeaba, Barbara Bayton realizó en sus relatos un análisis sobre las personas que habitaban en un entorno rural concreto, el bush australiano. Era, como apunta Pilar Adón en el posfacio del libro, un estudio pormenorizado, escrupuloso y verídico realizado mediante la observación directa sobre «cómo sobreviven los hombres y las mujeres del interior del país, cómo se relacionan entre ellos, cómo se alimentan, se entretienen y se evaden, cómo se trasladan de un lado a otro por un paisaje que no puede ser más árido y, a la vez, cómo interactúan con ese entorno adverso. Cómo comparten su vida con las especies vegetales y con las especies animales».

Estudios de lo salvaje no es precisamente una imagen bucólica de la vida en el campo y, de hecho, Baynton incide en casi la totalidad de los relatos sobre la situación de aislamiento rural y cómo ésta afecta a sus habitantes. Pero no es su único tema recurrente: la maternidad y sus terrores o la infidelidad de los hombres también están presentes. Las mujeres tienen un gran protagonismo en toda la obra y, como bien apunta Adón, Baynton no muestra ningún reparo a la hora de hacer referencias a las palizas que los maridos les daban a sus mujeres. «Unas mujeres para las que el verdadero peligro no procedía de la naturaleza, sino de los hombres que vivían en ella», señala la traductora.

Capítulo 3: Sobre el olvido, cómo y por qué

Han tenido que pasar casi dos siglos desde la publicación original de Diario rural de Susan Fenimore Cooper para que finalmente nos llegase su obra traducida y para que supiéramos que fue ella, y no Thoreau, la primera persona en Estados Unidos en escribir un ensayo sobre la naturaleza. Aunque la obra de Barbara Baynton fue reivindicada en las décadas setenta y ochenta del pasado siglo como una de las más significativas de la literatura australiana, no fue hasta el pasado mes de noviembre cuando vimos en librerías por primera vez Estudios de lo salvaje.

«Sabemos que Thoreau leyó Diario rural, y que en uno de los medios en los que colaboraba hizo alguna mención sin pena ni gloria al libro de Susan. Hoy sabemos que lo leyó. Vuelve el género a marcar la escritura y a cuestionarnos una vez más: ¿y si Diario rural hubiera sido escrito por un hombre? ¿Se habría cuestionado a Thoreau? ¿Se habría hablado de una obra fundamental que lo precedía y que claramente había sido influencia y semilla?», pregunta María Sánchez. La respuesta puede estar en el ensayo Cómo acabar con la escritura de las mujeres que Joanna Russ escribió en 1983 y que, casualidad o más bien síntoma de que algo está cambiando en el panorama social y cultural, ha sido recientemente publicado en castellano por la editorial Dos Bigotes con traducción de Gloria Fortún.

Expone Joanna Russ que simplemente ignorar las obras, a sus autoras y toda su tradición es la técnica más comunmente empleada para acabar con la escritura de las mujeres, y la más difícil de combatir. Pero no es la única. Russ también apunta a las «prohibiciones informales (que incluyen la disuasión y la falta de acceso a los materiales y a la formación), negar la autoría de la obra en cuestión (esta estrategia abarca desde un simple error de atribución a sutilezas psicológicas que hacen que la cabeza te dé vueltas), ninguneo de la obra en sí misma de distintas formas», a «aislar la obra de la tradición a la que pertenece y su consiguiente presentación como anómala» o a las «afirmaciones de que la obra indica el mal carácter de la autora y por tanto el interés se debe meramente al escándalo que provoca y no debiera haberse escrito» como otras de las posibles causas.

Alguna de ellas (o varias) pueden atribuirse precisamente al trabajo de Susan Fenimore Cooper y Barbara Baynton que durante décadas ha sido ignorado, aislado de la tradición a la que pertenece y ninguneado. Pero ha llegado la hora de colocarlas de nuevo en el sitio de la estantería que les pertenece.

Posfacio: Una tierra para las mujeres

El próximo 12 de febrero sale a la venta Tierra de mujeres de María Sánchez (Córdoba, 1989), un ensayo personal sobre la vida en el medio rural y sobre las mujeres de su familia. Hija y nieta de veterinarios, ella es la última de varias generaciones vinculadas desde hace años a la tierra y los animales, y también la primera mujer de su familia en dedicarse a un oficio que tradicionalmente ha estado desempeñado por hombres. Tierra de mujeres es el relato de las mujeres silenciadas en los campos españoles pero, como nos apunta Sánchez, «también es una manera de reivindicar otra narrativa para el medio rural, sobre todo escrita por mujeres. Una excusa para sentirnos reconocidas, para que perdamos el miedo y la vergüenza y empecemos nosotras a contar nuestras historias».

A partir de historias familiares, de reflexiones sobre ciencia y literatura y de algunos de los conflictos que asolan al medio rural en España, Tierra de mujeres pretende llenar un hueco en el debate sobre feminismo y literatura rural. Y también busca ofrecer una visión de la vida en campo realista, porque, como nos explica, escribir desde lo rural hoy en día no tiene nada de especial, siempre que quienes escriban conozcan el campo y quieran contar sus historias. «El problema es que siempre se ha escrito desde el campo desde los mismos lugares, desde el género masculino y bajo una óptica muchas veces errónea: nostalgia, idilio, oasis, paternalismo, prejuicios hacia sus habitantes… Por eso la necesidad de una genealogía, y por eso también la escritura de este ensayo», sentencia su autora.

Elizabeth Casillas