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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Solos en la taiga – El Correo – «Los viejos creyentes», de Vasili Peskov

Vasili Peskov cuenta la historia de una familia que vivió 40 años en un total aislamiento

En 1978 un grupo de geólogos rusos que sobrevolaba «la Jakasia montañosa, en la lejana y poco accesible región de Saián Occidental» descubrió señales de actividad humana (un huerto, una pequeña choza, maderas cortadas secándose) en el corazón de la taiga siberiana, a más de doscientos cincuenta kilómetros del asentamiento habitado más cercano, un lugar en el que la nieve cae de septiembre a mayo y en el que se alcanzan en invierno los 50 grados bajo cero. Al llegar a la zona, los geólogos se encontraron a un matrimonio y a sus cuatro hijos, los Lykov, que llevaban viviendo allí, en completa soledad, más de cuarenta años. «Nuestra fe no nos permite vivir en el mundo», les explicaría el padre de familia a sus inesperados invitados.

Cuando el periodista Vasili Peskov tuvo noticia de lo ocurrido, organizó una expedición a la taiga. En su cuaderno se acumulaban las preguntas inevitables del reportero: ¿Por qué estaban los Lykov allí? ¿Cómo habían conseguido sobrevivir? ¿Qué implicaba para los hijos de la familia haber crecido sin conocer a nadie más que a sus padres y hermanos? ¿Tenían alguna noticia de acontecimientos como la Segunda Guerra Mundial o la llegada del hombre a la Luna?

De aquel primer encuentro con los Lykov el periodista regresó con algo más que respuestas. Su interés se transformó en algo parecido a la amistad y continuó visitando a la familia de eremitas a lo largo de los años. La crónica de esa relación aguarda en Los viejos creyentes, desde el descubrimiento inicial hasta la década de los noventa, cuando únicamente la hija menor de la familia sobrevivía ya sola en la taiga (continúa haciéndolo en la actualidad) y el conocimiento de su caso había traspasado las fronteras rusas. El relato de Peskov es asombroso. Los Lykov pertenecen a una secta proveniente de una corriente cismática ortodoxa originada en el siglo XVII y el fanatismo no les es por tanto en absoluto ajeno, pero muestran al tiempo una enorme afabilidad y una forma de ver las cosas a su manera tolerante. Los extraños que interrumpen su aislamiento les parecen que tienen todos «muy buen corazón» y establecen con ellos una curiosísima relación cómplice. Las crónicas de Peskov se impregnan de esta mezcla de locura absoluta y bondad pura. Hasta el punto de que el lector se pone pronto del lado de unos ermitaños extremos y de la gente que se conjura para ayudarlos en lo posible, pero con la delicadeza de no causarles molestias o problemas de conciencia. Hay en esta historia una mezcla muy particular de información valiosa, dureza salvaje y poesía inesperada. Por ejemplo: el patriarca Lystov define fascinado como «cristal que se arruga» la primera bolsa e plástico transparente que ve en su vida.

—Pablo Martínez Zarracina, El Correo.