cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Thoreau, vendaval de rebeldía para tiempos de indignación

Un aluvión de publicaciones se acerca a la vida y el pensamiento del padre de la desobediencia civil.

Inspector de aguaceros y tormentas fue tal vez el más llamativo de los oficios que se atribuyó el agrimensor, naturalista, fabricante de lápices y pensador estadounidense Henry David Thoreau (1817-1862). Padre de la desobediencia civil, fustigador del Estado, pionero de ecologistas, apóstol de la renuncia a lo superfluo, Thoreau, a quien la tuberculosis liquidó a los 44 años, concita creciente atención. Sus actos y pensamientos brillan como un faro entre el desconcierto y la indignación suscitados por el reajuste del capitalismo especulativo que de modo falaz se bautiza como crisis. Como consecuencia, se ha generado un aluvión de publicaciones sobre ese filósofo que veía la llave del destino de un hombre en el concepto que éste tiene de sí mismo y que se negó a pagar ni un centavo de impuestos a un Gobierno que permitía y alentaba la esclavitud.

Para empezar, Errata Naturae acaba de sacar una nueva traducción de Walden (1854), el relato de los dos años pasados por Thoreau en la cabaña que él mismo construyó en un bosque próximo a su residencia familiar de Concord (Massachusetts). Obra de capital importancia para la naciente literatura norteamericana, Walden es mucho más que un seductor relato de incidencias. En sus páginas, desde el riquísimo capítulo introductorio titulado «Economía», cobran cuerpo, animadamente entreveradas, las tres grandes líneas que articulan su pensamiento: la defensa del individuo y de la naturaleza, la crítica social y la crítica política. Pero, por encima de todo, Walden es un canto a la vida buena, a la sabiduría de los indios, a la búsqueda de la felicidad por el despojamiento y, en suma, una indagación sobre el crecimiento individual al margen de los ídolos del trabajo, la ambición, el dinero y el mercado. Toda una llamada de atención y un bote salvavidas para insatisfechos.

En unión de otro volumen publicado recientemente por la misma editorial, Cartas a un buscador de sí mismo, que recoge las misivas –hasta ahora inéditas en español– enviadas a un discípulo entre 1848 y 1861, Walden permite acceder en profundidad al pensamiento de Thoreau en los últimos 15 años de su vida. Cartas a un buscador de sí mismo empieza, por así decir, donde acaba Walden y, por tanto, completa el mapa. Apenas hay cuestión que no sea tratada en estas líneas, desde cómo sobrevivir con decencia sin sucumbir a la esclavitud del trabajo hasta lamoral, la religión o la lucha con el Gobierno.

De la lectura de ambas obras, que puede completarse con la edición de sus Diarios que acaba de publicar Capitán Swing y con la de Desobediencia civil que alumbró Alianza hace un año, se desprende un retrato intelectual de Thoreau en el que se aprecian las influencias tanto de su maestro Emerson como de Diógenes el Cínico o, muy en particular, del pensamiento budista e hinduista. En esencia, Thoreau se nos aparece como un individuo refractario a la hipertrofia de la vida urbana («millones de seres viviendo juntos en soledad ») y al modelo económico, basado en la ambición, que ve a su alrededor y que convierte al hombre en máquina y esclavo de sí mismo. Este rechazo le lleva a postular el crecimiento por la renuncia («el hombre es rico por la cantidad de cosas de las que puede prescindir ») y la simplificación («nuestra vida siempre es malgastada por el detalle»).

La vía de expansión personal de Thoreau, cuyo combustible es el amor, se ancla en una inmersión plena en el presente, huyendo de los dos grandes males que el Tiempo inocula en el hombre: la rememoración obsesiva y la proyección ansiosa («nunca mires atrás amenos que estés planeando ir en esa dirección»). Pero también exige una ética («la bondad es la única inversión que nunca quiebra»), que es la que le lleva a la insumisión ante el Estado.

En ocasiones, y basándose en el influjo que ejerció en Gandhi, se ha querido asociar a Thoreau con la no violencia. En otras se ha intentado asimilar su condición de libertario americano a los modos del anarquismo europeo de fines del XIX y principios del XX. Ni lo uno ni lo otro.Thoreau piensa que el mejor Gobierno es el que no gobierna en absoluto y, en consecuencia, se proclama enemigo de la autoridad del Estado («ser hombres primero y ciudadanos después»), aunque su declaración de guerra a los poderes constituidos está marcada por el convencimiento de que la sabiduría aconseja no acometer acciones desesperadas: «Declaro llanamente mi guerra al Estado, amimodo, aunque seguiré haciendo uso de él y obteniendo cuantas ventajas pueda, como es habitual en estos casos», escribió.

Todos los sutiles matices de este pensamiento, tan fértil en días difíciles como los actuales («nunca es demasiado tarde para renunciar a nuestros prejuicios»), se entienden muchísimo mejor si se tiene un dibujo claro de la vida de su autor. Esta misión esclarecedora la cumple de forma inmejorable el cómic Thoreau. La vida sublime (Impedimenta), de Maximilien Le Roy y A. Dan, que se cierra con una conversación con el especialista Michel Granger. Entre otras cuestiones que hoy resultan importantes, Granger discurre sobre si desobediencia civil o resistencia civil es el término adecuado para denominar el combate político del gran pensador de Massachusetts. Felizmente resucitado.

Por Eugenio Fuentes.