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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

«Todo el que lee hace algo bueno, aunque sea una novela comercial»

MIRCEA CARTARESCU, ESCRITOR. El narrador, poeta y ensayista rumano participa en un encuentro en el Centro Lorca para charlar sobre su obra, su singular método de escritura y presentar nueva novela, 'Solenoide'.

A caballo entre la realidad y la abstracción, tranquilo, siempre con una media sonrisa, así encaraba ayer Mircea Cartarescu la apretada agenda de entrevistas y actos de tenía preparada en su visita a Granada con motivo de la distinción de la capital como Ciudad de la Literatura Unesco. El escritor, poeta y ensayista rumano llegaba con nueva novela, Solenoide, la historia de un profesor de rumano en una Bucarest alucinada.

-En sus libros se confunde ficción y realidad, sueño y vigilia. ¿Le ocurre eso en su vida?

-Sí, todos los sueños que aparecen en Solenoide son reales. También algunos tipos de alucinación, y otras rarezas que yo vivo plenamente. Siempre he apuntado todos mis sueños en un diario, es lo primero que hago. Nosotros perdemos la mitad de nuestra vida al olvidarlos y yo siempre he pensado que no puedo permitirme algo así.

-¿’Solenoide’ es un libro onírico?

-Toda mi escritura está construida sobre sueños reales y desde ese punto de vista puedo decir que toda mi escritura es onírica, aunque yo no relego la realidad. También me satisface mucho construir historias reales como las que se encuentran en gran número dentro de Solenoide. Me gustaría que cada uno de mis libros fuese como un bufé libre en el que cada uno puede elegir aquello que más le gusta. Nadie tiene que comérselo todo.

-Usted ha comentado que de adolescente estuvo a punto de enloquecer leyendo. ¿Ha temido confundir también la realidad con la ficción?

-Siempre he sido una persona obsesionada por los libros. Naturalmente era más fácil ser así hace 30 o 40 años porque no existía ningún otro medio de distracción. Todo el mundo leía libros, es una de las paradojas de la época de la dictadura en Rumania. Se publicaban solamente libros serios y no había literatura de consumo, así que todo el mundo se reía con Cervantes y lloraba con Anna Karenina. En cierto modo todos fuimos culturalizados de forma forzosa, aunque ciertamente yo leía de forma excesiva y era un adolescente esquizoide. Toda mi vida transcurría en los libros. Y cuando ya no encontré ningún ninguno que me interesara, empecé a escribírmelos yo mismo. Y desde entonces no he dejado de hacerlo.

-Pero llegó a tener el temor real, a enloquecer, como Don Quijote.

-No existe una frontera clara entre la normalidad y la anormalidad mental. Y por supuesto, los artistas pasan continuamente de un lado a otro de la linea. Pero afortunadamente tuve que hacer el servicio militar, y eso me hizo entrar en razón. Fue una lección de vida que supe valorar y me protegió de todo tipo de excesos y me colocó en la buena dirección.

-¿Por qué? ¿No tiene recuerdos negativos de ese servicio militar?

-¡Tengo sólo recuerdos negativos! Pero, precisamente por eso, porque fue un shock, la experiencia más dura de mi vida. Pero ese ambiente como de campo de concentración me salvó de desviarme mentalmente. A partir de entonces yo me convertí en una persona completamente normal, completamente racional. Aunque sí que conservo esa necesidad de vida interior y de creatividad.

-Reconoce que se considera un autor de una «inmensa minoría». ¿Ser un escritor rumano aboca a eso?

-Todavía no sé que significa ser un escritor rumano. Nosotros en tanto que nación no tenemos nada definitivo que nos permita ser reconocidos de forma inmediata. Nadie sabe que esperar de un escritor rumano. En cualquier caso sería algo folclórico o tal vez una historia que nadie conoce y que no interesa. Yo también pregunto para qué tendría que leer a un escritor de una cultura muy pequeña. Precisamente por eso, un escritor de una cultura así tiene que ser realmente bueno para conseguir atraer la atención. Le cuesta mucho más conquistar su espacio a un escritor rumano, croata, ucraniano que a uno francés, americano o español. Nosotros dependemos de las traducciones y de la reducida posibilidad de encontrar un editor. Pero al mismo tiempo sabemos que somos exóticos, que tenemos algo interesante que puede resultar especial. Esa es nuestra oportunidad, no parecernos a los demás, no ser mainstream.

-Dice que ser mediático no beneficia para ganar el Nobel, sin embargo, el año pasado se lo dieron a Dylan. ¿Qué opina de esa concesión?

-Una de las misiones del premio Nobel es sacar a la luz a los representantes de las culturas pequeñas. El caso de Dylan es extremadamente especial porque evidentemente, siendo como es un genio universal, merece cualquier premio. Al mismo tiempo, la distinción resultó muy controvertida porque muchos escritores verdaderos se vieron muy frustrados. Yo he traducido a Bob Dylan y he publicado un volumen con sus textos unos años antes del Nobel y considero que el jurado no se ha equivocado.

-¿Le enfada el sambenito de «eterno aspirante al Nobel»?

-Yo no diría que me enfada, pero es un poco monótono. En realidad no existen candidatos para el Nobel y sólo al cabo de 50 años se conocen los criterios que ha manejado el jurado. Yo nunca me he visto a mí mismo como alguien tomado en consideración por el jurado del Nobel, pero me halaga que otros me vean digno de ese premio.

-Hablando de su traducción de Dylan, usted que es un escritor de culto pero más o menos minoritario, paradójicamente ha sido profesor de cultura popular.

-Sí, yo he enseñado feminismo, cultura pop, escritura creativa… Y todo esto me ha permitido ampliar mis horizontes porque he procurado comprender mejor todos estos ámbitos y completar mi experiencia literaria. Yo no desprecio la cultura popular, al contrario. Todo aquel que lee hace algo bueno incluso aunque lea novelas comerciales. Lo malo es no leer nada.

-Redacta de forma casi automática, sin esquema previo, sin correcciones y con un bolígrafo. ¿Sólo escribe a mano los textos literarios o también los académicos?

-No pasa un sólo día sin que yo escriba en mi diario, que es tal vez lo más importante que hago. Lo otro son una especie de ramificaciones del diario. Lo hago todas las mañanas a mano, con un bolígrafo, porque es más humano, menos mecánico, más lento. Y el arte de la prosa es el arte de la lentitud, por eso me gusta escribir a mano, dar forma a las letras hasta me inspira. Para mis novelas tengo unos cuadernos con un formato distinto, más grandes. No es la única rareza, yo escribo sin saber a donde quiero llegar. Sólo con unos cuantos temas grandes, generales. Aunque eso exige tener una gran confianza en mi mismo para saber que no me equivoco. Creo que la literatura no es una cuestión de estilo sino de fe. La fe en mí mismo es muy importante.

-Para una novela de casi 800 páginas como ‘Solenoide,’ ¿no tenía ni siquiera un guión mental previo?

-Esta novela la empecé con un post -it en el que apunté unas diez ideas. Y nunca he utilizado otra cosa.

-¿Y cuántas ha cumplido?

-¡Sólo ocho! Las otras las he reservado para otros libros.

-¿Cuáles son los grandes escritores que sigue en la actualidad?

-Creo que vivimos una época sin demasiados grandes escritores, no como en los años 60 y 70 con los autores americanos y también algún europeo. Hoy en día tenemos escritores muy eclécticos, con algunas excepciones importantes, como Vargas Llosa, Javier Marías, Amos Oz o Thomas Pynchon, los más importantes hoy en día.