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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Alberto Manguel sobre «El inicio de la primavera»: «Tragifarsa» en el imperio ruso

Penelope Fitzgerald, una de las novelistas inglesas que más sagazmente han explorado esas profundas inmensidades, ha logrado con esta corta novela una perfecta y conmovedora tragicomedia

Narrativa. Moscú, 1913. Un año antes de la Primera Guerra Mundial, durante uno de los breves periodos de calma en la convulsionada historia del imperio ruso, la esposa de Frank Reid, un inglés nacido y criado en Moscú, dueño de una pequeña imprenta fundada por su padre en la década de 1870, decide abandonar a su marido, dejando a sus tres hijos (la adolescente Dolly, el pequeño Ben y la niñita Annushka) a cargo del jefe de la estación ferroviaria. Nunca conoceremos el porqué de tal acción, aunque algunas otras cosas sabremos de Nellie, la esposa fugitiva, pero el protagonista de esta pequeña maravilla de novela es Frank, un hombre que persiste en su existencia mientras todo a su alrededor desaparece, como las últimas nieves de invierno al inicio de la primavera. La vida de Frank se resume fácilmente, como lo hace la policía al interrogarlo sobre un supuesto robo acaecido en su imprenta. «¿Puede usted confirmar que su hogar del 22 de la calle Lipka está compuesto por usted mismo con sus tres hijos legítimos, un sirviente no especializado que se encarga de abrir la puerta, una cocinera, una ayudante de la cocinera, una institutriz temporal cuyo pueblo natal es Vladimir, un jardinero, y un chico que antes limpiaba las lámparas, pero que, ahora que tiene electricidad, limpia los zapatos y realiza pequeños trabajos de diversa índole?». En esta única frase cabe toda la evidencia de la vida de Frank Reid. Por debajo, por supuesto, yace una inmensidad profunda e indecible.
Penelope Fitzgerald, una de las novelistas inglesas que más sagazmente han explorado esas profundas inmensidades, ha logrado con esta corta novela una perfecta y conmovedora tragicomedia (como lo señala Terence Dooley en su iluminador postfacio, Fitzgerald misma acuñó el término «tragifarsa» para describir el tipo de novela que escribía). En El inicio de la primavera, muy bien traducida por Pilar Adón, la «tragifarsa» se desarrolla en medio de un vastísimo decorado: el casi infinito mundo del imperio ruso, con sus jerarquías y ritos, conflictos políticos y sociales, arraigadas creencias religiosas y ancestrales supersticiones, que se refleja, de manera íntima y precisa, en el microscópico y desmenuzado mundo de Frank. Alrededor de este mínimo héroe pululan docenas de extraordinarios personajes: los sirvientes que no saben si continuar o no sus rutinas sin la presencia del ama de casa; la mujer del capellán anglicano que ofrece a Frank ambiguas y contradictorias recomendaciones; Selwyn, el contador y poeta tolstoiano que en verano recorre la desmesurada campiña rusa en sandalias (que él mismo confecciona) y que trata de convencer a Frank de hacer suyo el pensamiento utópico; Kuriatin, el hombre de negocios que se enorgullece y se ufana de poder ayudar a Frank en momentos difíciles, pero a quien la envidia y la ira carcomen; Charlie, el cuñado inglés incapaz de ayudar a Frank a encontrar su esposa perdida y quien, llegando de improviso a Moscú, cree saber todo sobre el alma rusa; Lisa, la improvisada niñera de quien Frank cree enamorarse; el estudiante revolucionario Grigoriev, misterioso intruso de cuya conducta la policía responsabiliza al pobre Frank. Tolstói necesitó más de mil páginas para mostrar la compleja trama de la sociedad rusa; Fitzgerald lo logra en apenas doscientas. El lector termina esta novela con la sensación de haber vivido, plenamente, en Moscú, en los comienzos del siglo, y de haber sido uno de los protagonistas de su historia.

Fitzgerald empezó a escribir tarde, hacia los sesenta años de edad, pero en las dos décadas que duró su carrera compuso ocho obras maestras. «¿Hubo alguna vez un libro tan alegre con un propósito tan serio?», pregunta Dooley acerca de El inicio de la primavera. Lo mismo puede decirse del resto de la obra de Fitzgerald, en la cual cada historia, cada episodio de su comedia humana, nos invita a un ameno y encantador recorrido de los lugares más infernales, más secretos, más profundos del ser humano.