cabecera 1080x140

Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Un lúcido alegato en favor de la naturaleza

«Un ensayo breve pero muy intenso, asentado en una visión humanista de la naturaleza y del hombre, en bases filosóficas, artísticas y literarias; en las antípodas de las posturas utilitaristas sobre la naturaleza».

El árbol del novelista británico John Fowles es, según confiesa el editor Enrique Redel, uno de los mejores libros publicados por Impedimenta en toda su andadura. Un libro mítico, obra maestra de su autor que, sin embargo, es mucho más conocido por el éxito de sus novelas, El coleccionista, La mujer del teniente francés o El Mago, todas ellas llevadas exitosamente a la gran pantalla. Una selecta minoría de lectores valora, no obstante, a John Fowles por la escritura de El árbol. Un libro que se inscribe en la senda de la narrativa que gira acerca de las experiencias vitales con la naturaleza y que Editorial Impedimenta publica por primera vez en español, en traducción de Pilar Adón, coincidiendo con el décimo aniversario del fallecimiento de John Fowles (Leigh-on-Sea, 1926 – Dorst, 2005). La esmerada edición de Impedimenta corre paralela con la calidad del contenido de esta pequeña joya literaria.

Desde un punto de vista genérico, El árbol es un ensayo cimentado en la propia biografía del escritor, que tematiza las relaciones entre la naturaleza y la creatividad humana, a la vez que cuestiona con gran lucidez el sometimiento de lo natural al dictado de una razón exclusivamente productiva. Y para ello el autor repasa su propia infancia en Inglaterra: los primeros árboles que recuerda (manzanos y perales), que crecían en el jardín de la casa paterna, situada en un barrio londinense. Árboles que el padre hace medrar de forma artificial en aras de la productividad cuantificable, y que pronto provocarán el rechazo y la rebelión del hijo, ansioso del espacio abierto, de lo salvaje, de los bosques con sus árboles «reales» que crecen en contornos naturales no alterados por el hombre. Surge pues un choque inevitable entre un padre que aclara el jardín de la casa, con todo medido, con árboles «esclavizados» y un hijo enfervorizado por las áreas rurales, por los entornos salvajes, donde los árboles crecían como criaturas libres, ajenas a la domesticación de cuidados, podas, clasificaciones. Por esa misma razón, los «huertos» de John Fowles serán las arboledas y los bosques olvidados y desiertos del Oeste de Inglaterra o de Francia.

No debe de extrañar que, consecuente con su idea de una naturaleza en libertad y alejada de cualquier transformación debida a la mano del hombre, John Fowles se sienta un hereje con respecto a Linneo y a su herencia cultural: la singularización, el aislamiento, el encasillamiento, la clasificación, porque el árbol que seduce al escritor, es la composición que forman los árboles en su conjunto, «el coral verde que descubro en los bosques o en las arboledas», aunque no cree que exista un verdadero conflicto entre la naturaleza conceptualizada -imprescindible para vivir y entendernos con nuestros semejantes- y la naturaleza como sentimiento íntimo.

Mas el ensayo de John Fowles va mucho más allá de lo biográfico. Sus reflexiones, llenas de inteligencia, se centran, sobre todo, en las conexiones entre la creatividad humana, la ciencia, el arte y la naturaleza. Esta última, al contrario del arte, se niega a permanecer fija y fosilizada en el pasado como las obras de arte y las mismas concepciones científicas. La naturaleza sigue creando el presente, reformulándose constantemente. Y puede decirse lo mismo de la arquitectura urbanística: «Una ciudad geométrica, lineal, hace gente geométrica, lineal; una ciudad inspirada en un bosque hace seres humanos» (página 73). Algo semejante cabe afirmar de la ciencia que no posee tiempo ni espacio para las pequeñas excepciones; al contrario de la naturaleza hecha de entidades que no se ajustan. En ella la norma general nunca es un hortus conclusus. Una firme proclama, por consiguiente a favor de la libertad creativa y vital en la que es preciso asumir ciertas verdades sobre la naturaleza: conocerla plenamente es tanto ciencia como arte; no podemos entender lo natural como una colección de «cosas» que solamente existen fuera de nosotros; y finalmente, que este tipo de conocimiento no es reproducible por ningún otro medio (ni por la pintura, ni por la fotografía, ni por palabras ni por la misma ciencia).

Un ensayo breve pero muy intenso, asentado en una visión humanista de la naturaleza y del hombre, en bases filosóficas, artísticas y literarias; en las antípodas de las posturas utilitaristas sobre la naturaleza, un alegato contra la tendencia y el esfuerzo por «ajardinarlo» todo y repleto de reflexiones provocadoras, pero rebosantes de lucidez sobre la creatividad humana, la actividad literaria y la misma ciencia. Todo ello nos llega de la mano de una escritura brillante, una prosa muy pulida y a la vez cercana, y en una edición excelente, un lujo editorial, que nos ofrece un pequeño sello independiente.

Por Francisco Martínez Bouzas.