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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Una cuestión de genética

La familia Carter muestra cómo fue el cambio del concepto de la música tradicional con homenajes a Crumb o Shelton.

Algunas de las canciones que la mayor parte de la gente relaciona con Woody Guthrie, Bob Dylan, Pete Seeger o Johnny Cash fueron compuestas por una familia de músicos que son toda una leyenda en Estados Unidos, aunque en Europa no hayan logrado la misma trascendencia a nivel popular.

Para descubrirla, nada mejor que un título como La familia Carter realizada por el dibujante David Lasky y el guionista Frank Young que, además, aborda la historia de Norteamérica durante la primera mitad del siglo XX. Pero la obra no es revolucionaria sólo porque aborde el surgimiento del primer supergrupo de country vocal de la historia que realizó centenares de grabaciones y vendió millones de discos. Es revolucionaria también por el estilo narrativo que utiliza ya que muestra una estructura más propia de los clásicos folletines del siglo XIX, con detalles exquisitos como que cada capítulo se titule como una canción en concreto y que ayuda a desentrañar el origen de todo.

Así, la obra empieza con un prólogo, un árbol genealógico y un prefacio en los que explica la trascendencia histórica de dichos personajes. Los 43 episodios que vienen a continuación abordan desde el humilde origen de los Carter como agricultores hasta su ascenso a lo más grande del panorama musical estadounidense. Originalmente, el grupo estuvo formado por Alvin Pleasant Carter, Delaney Carter, Sara Dougherty Carter y Maybelle Addington Carter, y su estilo acabó revolucionando y trasformando el concepto de la música popular. El característico e innovador estilo de la guitarra de esta última se convirtió en un sello distintivo de la formación que firmó clásicos tan importantes como Wildwood Flower o Will you miss me when I’m gone. Curiosamente, una historia tradicional, muestra un estilo más cercano a gente tan iconoclasta como Robert Crumb o Gilbert Shelton y transmite un tono descreído en muchos momentos. Por poner un ejemplo, el primer capítulo, My clinch mountain home, narra cómo, en 1911, Alvin tiene que marcharse a Indianápolis ante la imposibilidad de su familia de pagar al terrateniente de las tierras en que trabajan. Pero, una vez en la gran ciudad, el joven coge la fiebre tifoidea y tiene que volver al hogar en Virginia. Justo al final, bajo el cuidado de su madre, el principal miembro de la familia escribe esta canción nostálgica sobre el hogar y la vida en el campo. El siguiente, Engine 143, muestra cómo, en 1913, Alvin tiene que trabajar en un vivero con el objetivo de reforestar la zona con nuevos tipos de plantas y su primera parada se produce atraído por la melodía de una anciana que canta Black Jack Davey. Para finalizar, un consejo muy importante. Es recomendable leer este cómic al tiempo que se escuchan las canciones que titula cada episodio ya que estas hermosas melodías, llenas de talento y con un aroma inmortal, ayudan a que la lectura sea mucho más comprensiva y agradable.

ALBERTO GARCÍA SALEH