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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Una explicación ejemplar

¿Cómo se hace la reseña de un clásico?

Lección de alemán se publicó por primera vez en 1968, y fue traducido al español por Jesús Ruiz, y editado por Caralt, en 1973. Desde el primer momento fue considerado una obra maestra de un autor genial, y así se ha conservado hasta la fecha. Hoy ya no es solo una obra maestra, hoyes un clásico de la literatura universal.

Que lo es se reconoce, en primer lugar, en que no ha perdido ni un átomo de la frescura del texto recién escrito. No he tenido ocasión de cotejar la actual traducción de Ernesto Calabuig con la anterior, pero la publicada en esta ocasión es, a despecho de cosas que uno, por deformación profesional, querría comentar con su autor, un texto a la altura de su original, y creo que con eso me pongo en lo más alto del elogio.

La novela es espléndida. Lo es desde e! montaje, que incorpora elementos que en su época eran muy innovadores (saltos temporales que recuerdan más bien a la cinematografía que a la literatura, magistrales suspensiones de la acción que nos recuerdan, a nuestro pesar, que lo que leemos no es la vida, sino un relato de la vida), hasta la magistral elección del entorno, de los personajes y de la temática a la que darán cuerpo.

Se trata, vamos a decirlo desde ya, de una obra cuya acción transcurre durante e! nazismo, pero cuyo alcance va mucho más allá del propio nazismo. Hagamos una breve sinopsis del argumento: Siggi Jepsen, al parecer delincuente juvenil internado en un reformatorio, es castigado por sus guardianes a escribir una redacción que llevará por título Las alegrías del deber.

Este es el marco. Dentro de él, la pintura -creo que es la metáfora más adecuada de las posibles- que se nos muestra es una suerte de memorias de infancia de Siggi, el relato de todo lo que tuvo que ver y que sufrir durante una Segunda Guerra Mundial en absoluto lejana.

Decíamos líneas atrás que la elección del ambiente es perfecta: no vivimos la época del nazismo ni la de la guerra en una ciudad, escenario de tantas y tantas novelas, sino en un entorno rural y despoblado, al norte de Alemania, en un paisaje de marismas, viento y desolación que es otro personaje de la novela. No hay en ese pueblo ni camisas pardas omnipresentes -aunque estén muy bien representadas por una pareja de personajes «con abrigo de cuero» que aparecerán en los momentos clave de la narración-, ni la escasez y el hambre propias de la guerra, ni, casi, la guerra misma: hay unos personajes que viven su lenta existencia rural en unas condiciones que seguramente son casi las mismas de un pasado inmemorial y tal vez en parte de un futuro sin nombre. Hay un policía que se desplaza en bicicleta y envuelto en un capote, y un pintor expresionista cuyas relaciones con ese policía se remontan a la infancia de uno de ellos. Hay una familia de corte patriarcal, unos hijos que llevan la juventud consigo.

Un cosmos rural, pues, con todo lo que eso trae consigo.

En ese cosmos irrumpe de golpe, a través de un teléfono que parece la única conexión con el mundo real, la temida presencia de la opresión, que hasta ese mismo día parece remota.

Y abre un drama vital. Una tragedia moral.

Si decíamos antes que salir del entorno urbano es uno de los grandes aciertos del libro, otro de sus méritos son las tintas que el autor utiliza para su narración. No vamos a extendernos en el detalle porque destriparíamos parte del enigma de este espléndido libro construido sobre una tensión tremenda, pero sí podemos adelantar que su avance es una sorpresa constante. La demostración más palpable de cómo, en un escenario de campos trillados, se puede caminar, precisamente, al margen de senderos trillados.

Quien no ha leído Lección de alemán no ha leído la más dura reflexión no solamente sobre el nazismo, sino sobre el carácter y la educación que dieron pie al nazismo. Emparentado con narraciones como la que da pie al filme La cinta blanca de Michael Haneke, este libro magnífico corta inmisericorde la piel del pueblo fáustico por excelencia, la vuelve del revés como el agricultor que muestra las carnes rojas y frescas de un higo chumbo y dice fríamente: mirad, esto es un alemán. En carne viva. Por eso es, en efecto, no salo una lección, sino una explicación: esto tuvo la culpa de todo.

La descripción de los personajes está a la altura de los mejores. Personajes de palabras justas, como es frecuente en el medio rural, que se expresan mucho más por lo que callan que por lo que dicen, personajes principales que construyen un sólido edificio apuntalado por los secundarios, por otros personajes que solamente aportan contrapunto a esa sorda melodía repetitiva que va calando en nuestros oídos. La descripción del paisaje es inmensa: uno oye el viento y siente la humedad y el barro, y casi frunce el ceño y tira del embozo para hacerles frente. La desnuda belleza del lenguaje resulta fascinante.

Si hubiera que expresar algún desconcierto, tal vez sea el que produce, en alguna ocasión, alguna irrupción de lo fantástico o de lo surreal, que no está en absoluto fuera de lugar pero que de alguna manera se antoja contradictoria con el personaje. Pero no es más que un desconcierto, y sin duda está en el lector, y no en la obra.

Siegfried Lenz se marchó hace solo dos años. Su marcha no hizo tanto ruido como la de otros gigantes de su tiempo, pero su hueco tardará mucho tiempo en llenarse, grande como las landas por las que el viento corre inmisericorde. Es muy de agradecer la iniciativa de ver en él a un clásico y decidir, tan pronto, su resurrección, y dejarla en sus propias manos, en la voz resonante de su obra.

CARLOS FORTEA