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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Vidas «swing»

Caileaux y Bourhis han guionizado y dibujado Piscina Molitor. La vida swing de Boris Vian, un cómic de trazos abruptos que resaltan y patentizan la débil constitución física y la flaca salud del autor de La hierba roja o El lobo hombre y que nos lleva con él de visita, de la mano de Juliette Greco, a la cueva del Tabou donde el escritor tocaba la trompeta, frecuentada por Miles Davis y Jean-Paul Sartre.

Tras Suite francesa, de Emmanuel Moynot, con esta ya van dos historietas que hemos leído sobre parisinos que huyen del avance de los nazis sobre su capital, lo que no sé si será sutil advertencia de que hayamos de aprestarnos a poner pies en polvorosa a fin de buscar resguardo de enemigos aún por vislumbrar.

El caso es que justo tras haberlo leído fui a parar a un local de jazz –Clamores– a cuyo sótano no sé si de modo inconsciente me condujo la lectura de Piscina Molitor, aunque seguro que no más que la lealtad que profeso a mi juventud, ya que sobre su escenario iba a representar una parte de su vida swing José Soto Sorderita, uno de esos artistas a los que escuchas una vez y ya, por más años que pasen, tratas de seguir escuchando en cuantas ocasiones se te presenten.

Esta nos la brindó una vez más Porrina Records, que ofició como puente para la presentación en este local histórico de la música en directo de La voz de mi memoria, el nuevo espectáculo del fundador de Ketama. Cuando llegamos, José Soto estaba ya limándose las uñas en el camerino. La víspera había cantado en el Café Berlín. Después de Clamores, se le esperaba en el Kerala de José Manuel Sandín. Y al día siguiente actuaba en Córdoba con Lin Cortés. No tardó en salir a escena. Como Boris Vian leía a palo seco sus escritos al auditorio, él -cantautor flamenco- lee -bien que musicados- los suyos. Entre los seguidores congregados carraspeaba José Manuel Gamboa, productor artístico de la remasterización recién salida al mercado de las primeras grabaciones de Enrique Morente. Debió pensar José Manuel, como pensé yo, que Sorderita es también un clásico en lo suyo, a punto ya para la remasterización.

De cualquier modo, José se remasteriza sólo en cada actuación en directo, acuñando sus temas de siempre con soleras nuevas y acentos sobre la marcha en una solución de laboratorio que sólo admiten, sin perder su aroma primero, las melodías inmunes al tiempo. Como el del cariño, el reloj de la música a veces adelanta y a veces, atrasa, pero en los conciertos de José siempre detiene sus manillas, en algún momento, en el segundo de la verdad, ese en que el tiempo queda en suspenso, como en el lento derechazo de Curro Romero.

La otra noche lo hizo en solitario por sus ya proverbiales alegrías y arropado luego por fandangos, tangos, rumba y bulerías por la guitarra de Carlos Habichuela hijo y la percusión de Antonio Montoya, dos novísimos talentos que descollaran en Kímika y a quienes se sumaron los ígneos dibujos del piano de Oli Losada. Tres músicos, en fin, de gran clase y garantía de que la corrida embestiría. Y eso: que al rato y despedido por aplausos y petición de bises, para Kerala que se fue José Soto, a seguir esa vida suya seminómada, como la de Boris Vian, con el hogar -en su caso, la música- siempre a cuestas y el honor artístico intacto.

Por Joaquín Albaicín