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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Voss, de Patrick White: Australia en el papel

Australia es un continente que, al menos desde la distancia, resulta tan diferente que captura la imaginación. Un antiguo penal que todavía en el siglo XIX estaba por explorar, un desierto inabarcable, uno de los centros de la mitología lovecraftiana, una de las últimas fronteras. Australia es en gran parte el material del que está hecha la mitología moderna; un lugar en el que los colonos de la pequeña nobleza y la burguesía británicas se tenían que encontrar cada día con los antiguos criminales y sus descendientes. Es fácil que la Australia que nos muestra su producción cultural no existiera en realidad; pero también es bastante probable que la que realmente existió fuese mucho más aburrida.

Construir una iconografía de lo australiano, un catálogo de lo que esperamos de las antípodas, nos llevaría a derroteros culturales que suelen mostrar muchos lugares comunes. En el cine, nuestra Australia se construiría de la mano del aborigen de Walkabout; las jóvenes pupilas de Picnic en Hanging Rock; la ciudad de Sidney de La última ola; el desierto de Mad Max: Salvajes de autopista y las correrías de Ned Kelly. En lo musical tendríamos una banda sonora conformada por The Triffids, The Go-Betweens o Nick Cave en su época The Birthday Party. Y en lo literario… bueno, eso es más difícil, porque quitando a Joan Lindsay y el libro que inspiró Picnic en Hanging Rock, es cierto que la literatura australiana no ha tenido demasiada fortuna en nuestro país. Eso es algo que podría solucionarse si más gente conociera Voss, publicada recientemente en España por Impedimenta en una edición maravillosamente traducida y que evita cambiar el título al mucho más descriptivo, pero menos fiel, Tierra ignota.

La colonia penal que había dejado de serlo

Voss se sitúa a mediados del siglo XIX en la Australia que estaba dejando de ser un lugar al que se desterraba a los indeseables para convertirse en una tierra de oportunidades; algo que no se diferenciaba demasiado del oeste americano, salvo por su lejanía y su fidelidad a la corona británica. A ella acudían los hermanos menores de los nobles ingleses, junto a los burgueses que querían riquezas para aprovecharse de una mano de obra barata formada por antiguos presidiarios que no paraban de llegar desde la lejana metrópolis.

En la novela se juega a menudo con la identidad de los personajes en un eje que pasa por los aborígenes y los antiguos presidiarios, hasta llegar a los nuevos colonos. La cercanía a la tierra, a la esencia australiana, va desapareciendo de manera progresiva. Así, los aborígenes son una suerte de continuación del suelo australiano; casi una fuerza de la naturaleza que resulta incomprensible y que parece incapaz de adaptarse a una nueva sociedad cuya naturaleza se le escapa. Mientras tanto, los antiguos presidiarios, convertidos en auténticos pioneros en la tierra que les ha adoptado, son el punto de unión entre la esencia de Australia y la civilización occidental. Personificados por el señor Judd, parecen la única esperanza de conseguir que Australia sobreviva; un punto de unión y encuentro casi imposible entre lo antiguo y lo nuevo. Ignorantes de las viejas tradiciones, pero repudiados por las nuevas, tienen que construir un nuevo camino.

Por último están los nuevos colonos, llegados con el dinero y el poder desde su Gran Bretaña natal. Para ellos, el único objetivo parece ser el de dominar el nuevo continente y convertirlo en un espejo de sus lejanas islas. Se refugian en sus barrios de casas señoriales, se pasean con escolta en sus expediciones campestres y tratan de mantener una existencia más propia del centro de Inglaterra que la que inevitablemente les impone la costa este de Australia. Son gente como los Bonner o los Pringle, burgueses venidos a más que tratan de construir una nueva nobleza mientras construyen una sociedad que resulta tan asfixiante como la que muchos buscaban abandonar en Gran Bretaña.

Pronto encontraremos a los protagonistas de la novela. Johann Ulrich Voss y Laura Trevelyan son dos personajes fuera de su época, de su sociedad. Uno es un alemán con la fuerza de voluntad de acero, que solamente busca algo que conquistar para afirmar la supuesta divinidad de su persona. La otra es una mujer adelantada a su tiempo, demasiado intelectual para el gusto de su familia y cuya afilada mente esconde frustraciones espirituales nacidas de su inesperada caída en el ateísmo.

A ambos les bastarán un par de encuentros para comprender que su existencia está ligada de una manera inesperada, de manera salvaje y absoluta. Es el suyo algo más que un amor; es un destino común que han descubierto y que les guiará durante toda su existencia sin importar la distancia. La novela no oculta en ningún momento la condición casi sobrenatural de la unión entre Voss y Laura, mantenida gracias a una fuerza de voluntad de hierro y al sacrificio voluntario. Con ellos, Patrick White construye una narrativa de fuerte contenido religioso, alegórico y espiritual; pero al mismo tiempo atada a lo real y terrenal.

La inspiración en la realidad

La novela podría parecer, en principio, construida sobre una idea un tanto peregrina; en este caso, la entrega absoluta del señor Bonner a la hora de financiar la expedición de un alemán un tanto hosco y extraño que promete ser capaz de recorrer el corazón australiano para desentrañar sus secretos. Sin embargo, la figura de Voss se inspira en la de un alemán real que fue uno de los principales exploradores de Australia en el siglo XIX: Ludwig Leichhardt.

La cronología concuerda. Leichhardt tal vez fuese algo más joven que el Voss de la novela, pero también había nacido a principios del XIX y a mediados siglo acabó en Australia, viajando y tratando de trazar el mapa de un continente todavía bastante desconocido. Tuvo éxito con una gran expedición entre Moreton Bay y Port Essington, entre 1844 y 1845. Se convirtió en una celebridad y consiguió que se le encargase viajar entre Brisbane y Perth, tratando de recorrer Australia en su práctica totalidad. Un primer intento fracasó tras recorrer unos ochocientos kilómetros, algo que solamente sirvió para que, tras recuperarse, decidiera realizar una exploración más concienzuda del río Condamine y prepararse para una nueva intentona.

La expedición de Leichhardt en 1848 ya forma parte de la mitología australiana. El alemán partió de Queensland junto a su pequeño grupo de acompañantes, incluyendo dos guías nativos, y se perdió para siempre en las arenas del tiempo. No se sabe hasta dónde llegó su expedición ni cuál fue su final. Solamente se encontraron marcas en árboles, artefactos en lugares tan lejanos como inesperados, pistas que seguir para no descubrir nada. ¿Lo mataron unos aborígenes en el río Maranoa como decían algunas tribus? ¿Consiguió llegar hasta el territorio occidental como parece indicar una placa de latón con su nombre hallada en 1900? Seguramente nunca lo sabremos, lo cual ayuda a la leyenda y engrandece el misterio.

A diferencia de Leichhardt, Voss parece un hombre menos condecorado; menos entregado al bien de su sociedad y más pendiente de sus propios delirios de divinidad. Esto hace que la narración funcione, a la vez, como una novela de viajes y como una obra más literaria, indagando en la propia esencia del ser humano y en su relación con la divinidad y el sufrimiento. Sabemos que Patrick White trabajó con los diarios existentes de Leichhardt y los empleó para construir a su personaje protagonista; no obstante, la lectura del libro deja claro que finalmente Voss se convirtió en su propia creación; un hombre demasiado grande para su propia existencia y que resultaba demasiado especial para una sociedad que no podía entenderle. Un condenado por su falta de humildad a una existencia durísima como causante de su ascensión final, de la mano de un amor tan único como incomprensible para los que le rodeaban.

El material de las grandes novelas

Voss pertenece al selecto club de las grandes novelas de la literatura. Su gran éxito reside, tal vez, en conseguir relacionarse con otras de las obras que la rodean mientras mantiene su esencia propia. En ella, el lector va reencontrando ideas que ya conoce, tanto de obras anteriores como posteriores, construyendo un mundo interior que no para de crecer gracias a la reelaboración de motivos y el diálogo que se va estableciendo en nuestro pensamiento mientras pasamos las páginas.

En su construcción destaca la dualidad de las escenas propias de la sociedad burguesa australiana, de las fiestas y los eventos propios de la burguesía de las antípodas que tendrá que sufrir Laura; y la dureza del desierto al que se enfrentará Voss. En cada uno de los casos, los referentes van cambiando a medida que pasamos las páginas.

Laura Trevelyan y su entorno familiar nos traen a la cabeza de manera inevitable las obras dedicadas a la alta sociedad británica, escritas por autoras como Jane Austen; es la narrativa de las pequeñas intrigas de los aburridos ricos que se ven aquí enfrentadas a la intensidad casi obsesiva de una protagonista que se siente tan alejada de lo que le rodea como es humanamente posible. Laura existe al margen de una sociedad que la considera extraña, es casi una estatua que avergüenza a los que la observan; incapaz de conectar con nadie más allá de su adorada familia, a la que le une un vínculo tan irracional como irrompible, solo entiende a quien, como ella misma, es un inadaptado. A Voss, el cirujano naval Badgery o su antiguo amigo de la infancia Willie Pringle.

Pero el peso literario, al menos para este lector, se sitúa sobre todo en los sucesos que tienen lugar en torno a Voss y su epopeya contra la propia Australia. Allí se encuentran recuerdos de Moby Dick, momentos que podrían aparecer en El corazón de las tinieblas y hasta prefiguraciones de la monumental Meridiano de sangre. En esa liga juega Patrick White, merecido ganador del Premio Nobel de Literatura en 1973 y constructor de una tierra inhóspita, que no se humaniza en ningún momento. La Australia de White entra de lleno en esa elegida lista de escenarios que se nos clavan en la cabeza para siempre, que se expanden en nuestra memoria y se van mezclando con océanos sin fin, selvas africanas o desiertos mexicanos igualmente desalmados.

Voss no es una novela de fácil lectura. A más de uno podrán atragantársele sus pasajes más espirituales; otros podrán encontrar demasiado duros algunos momentos a partir de la mitad de la obra. También puede suceder que sus protagonistas resulten insoportables dada su intensidad en todos y cada uno de los actos de su vida, algo que puede dificultar empatizar con ellos. Pero a veces eso es la gran literatura: algo que te hace enfrentarte a la realidad con todas las consecuencias. No todos los libros deben de ser fáciles; de hecho, los verdaderamente buenos no suelen serlo, y este es un buen ejemplo. Enfrentarse a Voss es enfrentarse un poco a uno mismo, recordar cuando creías que eras el centro del universo; comprenderla es salir victorioso con un mayor conocimiento de la naturaleza propia gracias a un mártir que, a diferencia de nosotros mismos, no admitió en ningún momento la derrota.

ISMAEL RODRÍGUEZ GÓMEZ