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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Wagner y el ahorcado

Se afirma con razón que el terror está en la base de todo pero quizás haya que añadir que la intriga va unida indisolublemente a él.

En la solapa del libro se reproduce un párrafo del New York Times: «Edmund Crispin es capaz de crear magistrales misterios a puerta cerrada con un genial toque a lo hermano Marx». La primera afirmación es, en un sentido tradicional, la clave del género. Se trata de crear una historia que gira alrededor de uno o varios asesinatos o desapariciones, un enigma, en definitiva, que debe ser resuelto. Este aspecto demanda una estructura que tiene que ser ingeniosa y sorprendente al final, cuando el desenlace se produzca. La segunda remite a una característica muy importante y muy original de Crispin: el uso del humor y de la ironía como elementos sustantivos de esa estructura a la que me he referido.

El humor es una manera de ser y de estar en el mundo. Quien lo posee suele ser incomprendido por los demás que lo consideran extraño. Todo nace de la incapacidad para entender lo que no hay que confundir con broma, sino con finura de espíritu y especial manera de ver el mundo y, lo más importante, de acuñar formas del idioma acordes con una gramática particular que significa la ruptura de las reglas de comunicación que llaman normales.
A la originalidad de la estructura y del humor añado la presencia constante de la cultura que no es un accesorio, un adorno, es otro componente básico y uno de los rasgos más originales del autor inglés. Este culturalismo se acompasa al desenvolvimiento de la historia y es un guiño permanente al lector, o, al menos, a un determinado tipo de lectores ilustrados que son los destinatarios naturales de estas novelas. Aunque la habilidad del autor es que la cultura es un plus que no perturba el placer, vuelve la palabra, para los que no lleguen a esos niveles de referencia. Es obligado alabar la traducción y las notas de José C. Vales.

Ya conocemos a Gervase Fen, profesor de Oxford y detective aficionado con un prestigio indiscutible. Tiene lo que se llaman manías; la más llamativa es su deportivo rojo que marcha de milagro y siempre está a punto de desmoronarse, por no hablar de su impericia conductora. La acción discurre en la secular ciudad universitaria y tiene como espacio principal para el desarrollo de la acción el teatro en el que se va a estrenar ‘Los maestros cantores de Núrenberg’ después de que la guerra mundial apartara a Wagner de los escenarios británicos por prejuicios ideológicos.

La galería de personajes está formada por el elenco de intérpretes. El diálogo es clave en la estructura con lo que el texto es dinámico. No pueden faltar los comentarios musicales y literarios. Es difícil explicar lo que se entiende por «ambiente británico» pero es muy fácil reconocerlo. Unas pinceladas unen el espacio con los diálogos llenos de vueltas y revueltas, de observaciones tan divertidas cuanto impertinentes.

En el centro de la historia se encuentra el tenor Edwin Shorthouse, una gran voz y una criatura bastante repugnante: borracho, perseguidor de mujeres, envidioso, corrosivo. Todos tienen alguna cuenta que saldar con él y cuando aparece colgado de una cuerda en su camerino se abre un abanico de posibilidades y de sospechosos. El problema radica en que el asesinato es imposible técnicamente. Se ha planteado el problema.

El dominio del suspense es absoluto y el lector ve cómo se van acabando las páginas y no hay ni atisbo de solución. En esos momentos finales otro asesinato complica aún más la situación. No voy a desvelar nada, solo afirmo, léase.

Por Antonio Garrido