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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

William Grill, el trazo espontáneo

William Grill está convencido de que cualquier historia puede ser contada en imágenes. “Si se puede imaginar, se puede dibujar”, asegura. En su estudio, ubicado sobre un bullicioso mercadillo callejero en Dalston, al este de Londres, tiene almacenadas d…

William Grill está convencido de que cualquier historia puede ser contada en imágenes. “Si se puede imaginar, se puede dibujar”, asegura. En su estudio, ubicado sobre un bullicioso mercadillo callejero en Dalston, al este de Londres, tiene almacenadas decenas de cuadernos tipo Moleskine; en ellos va esbozando todo lo que desfila ante sus ojos, a modo de diario visual. En uno de los más recientes hay un boceto del Templo de Debod, que realizó en una visita a Madrid en marzo, con ocasión de su primera exposición individual en la librería Panta Rhei.

Grill tiene 27 años y es ilustrador, un oficio que nunca barajó de pequeño por la sencilla razón de que no sabía que se podía vivir de dibujar. Siempre se sintió atraído por los libros, pero las palabras le intimidaban. “Soy disléxico, por eso siempre me gustaron los que tenían muchas imágenes, los atlas, los de arte. Me encantaba mirarlos, aunque no entendiera bien lo que ponía. Creo que ahora estoy haciendo los libros que hubiera querido leer de niño”.

A su yo del pasado sin duda le habrían atrapado El viaje de Shackleton y Los lobos de Currumpaw (publicados en España por Impedimenta), los dos cuidados volúmenes que han convertido a Grill en una estrella del libro ilustrado infantil de no ficción. El primero es una historia de valentía y superación que narra la odisea del explorador Ernest Shackleton cuando intentó cruzar la Antártida en 1914. Los lobos de Currumpaw se basa en uno de los relatos de Animales salvajes que he conocido, de Ernest Thompson Seton; el dibujante encontró un ejemplar antiquísimo en una librería y decidió rescatar la aventura de aquel cazador que recibió el encargo de acabar con un lobo irreductible en el Salvaje Oeste de finales del XIX y terminó convertido en un precursor del ecologismo. En busca de inspiración, Grill viajó a Nuevo México, acampó en el valle donde sucedió todo y pasó una semana en un refugio para lobos. La experiencia le proporcionó una perspectiva tan enriquecedora que, a partir de aquel momento, decidió visitar el escenario real donde se desarrollan las historias de sus libros. “Sientes el clima, escuchas el acento de los lugareños, contemplas la luz, descubres plantas que podrías perderte si solo te documentas en Google. Y también te encuentras pequeñas sorpresas, como una tela de patchwork de los nativos americanos con la que me tropecé por casualidad y que acabó influyendo en la estética del libro”.

Grill estudió en la Falmouth University y, nada más licenciarse, viajó a Nueva York, porfolio en mano, para mostrarle su trabajo a algunos editores. Una de ellas, con poco tino, le sugirió que volviera en 10 años. “Parece que en Inglaterra estaban más predispuestos a aceptar un estilo que no estuviera tan refinado”, admite sin asomo de acritud. Con su primer libro se convirtió en 2015 en el ganador más joven de la prestigiosa medalla Kate Greenaway y con el segundo acaba de recoger el Bologna Ragazzi Award. Pero se diría que la opinión que más le interesa es la de sus jóvenes lectores. “A la mayoría les encantan, pero también recibo comentarios críticos. Uno me dijo sobre Shackleton que no estaba mal para ser el primero, pero que debería hacer el siguiente de fotos”, recuerda sonriendo.

Grill imparte talleres en escuelas y universidades en los que intenta transmitir “libertad a la hora de dibujar, algo que desgraciadamente solemos perder cuando dejamos de ser niños”. Él parece haberla conservado; sus ilustraciones tienen una cualidad espontánea, y su técnica es cien por cien manual. “Normalmente trabajo con lápices de colores Faber-Castell, y alguna que otra vez con tiza, en un papel duro y espeso; solo utilizo el ordenador para mover los dibujos en la página. Pero quiero volver a salir de mi zona de confort, así que estoy empezando a experimentar con acuarelas”.

En el futuro, le gustaría testar si su estilo se adapta “a contenidos más adultos y oscuros”, aunque el “sueño definitivo” sería meter la cabeza en el cine de animación. De momento, sigue llenando cuadernos en busca de la próxima historia que desempolvar. “Tengo que encontrar un tema que me produzca ese cosquilleo en el estómago que me hace querer dibujar a todas horas”.