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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Los marcianos somos nosotros – Revista de Letras – «Terranautas», de T. C. Boyle

Ecosfera sería un nombre mágico, si la magia existiera. Se trata del lugar donde se encierran ocho de los protagonistas de esta novela de T.C. Boyle (Peekskill, Nueva York, 1948), Los Terranautas, una suerte de Edén creado por la mano del hombre. Más en concreto, por la mano de un multimillonario, un hombre que posee sus dosis de excentricidad y una supuesta intención altruista, la de comprobar que sería posible la vida en otro planeta, en Marte, por ejemplo, si la creamos nosotros, si la cuidamos nosotros, si de nosotros depende la supervivencia. Dentro de la ecosfera, separada del planeta por una cúpula de cristal de casi diez centímetros de grosor, se han recreado varios ecosistemas. Cada uno de los integrantes de este grupo tiene una función en su mantenimiento, así como en el mantenimiento de la granja que debe proporcionarles sustento. Se han introducido una serie de animales, con lo que además de Edén, estamos frente a un arca de Noé. Las referencias bíblicas son más sustrato que guiños en esta narración contada a tres voces, dos de las protagonistas viviendo en el interior y otra desde el exterior, pero con un ansia desatada de participar en la experiencia.

Y será estas ansias, estas ambiciones, las que impondrán los registros de actuación. Los personajes, no sólo la mujer que aguarda su turno y lucha por él con los medios que tiene a su alcance, poseen todos una ambición sin medida. En la obra se reflejarán muchas más miserias de la condición humana, pero será la ambición la que se imponga pues, al fin y al cabo, el tema de la novela será la destrucción de la amistad. Dos de las voces, las femeninas, pertenecen a las mejores amigas, ahora separadas por la campana y por el éxito. Pues éxito será el participar en la misión dentro de la ecosfera. Sin embargo, la presencia de lo contrario a la enseñanza del Génesis, el darwinismo, ataca a la especie: la lucha por ser alfa, por el supuesto poder que da el reconocimiento social y la emoción del fracaso, aparecen en forma de lucha por la supervivencia. ¿De qué sirve vivir sin la fama? Como coartada, estará el compromiso con la misión, dos años para demostrar que se puede habitar un entorno creado por el hombre, y que esté entorno puede ser portátil pues, a fin de cuentas, cualquier proyecto es posible si se cuenta con las finanzas necesarias.

La tercera voz será la de un varón, el hombre más dispuesto al triunfo y, por tanto, quien más tiene que perder. T.C. Boyle dispone los cambios de voces de forma que se suceda la obra sin perder la cronología. Y, por otra parte, contando lo sucedido tiempo más tarde, dirigiéndose al lector como quien actúa de testigo frente a un tribunal y narra la versión de los hechos. La subjetividad como premisa consigue que los caracteres sean creíbles. Tanto como para perdonar la demora que se toma el autor para dar paso a la acción, al conflicto, retratando personajes en las primeras páginas. Aunque al margen de los retratos, se nos habla sobre la única opción para fundirnos con la naturaleza que nos va quedando, un Edén artificial. Y los artificios carecen de la versión cíclica de la naturaleza, esa que consolida la existencia, en la que todo queda explicado. Así será que cuando surge un episodio inesperado, cuando se produce el encuentro entre Adán y Eva, la prueba de fuego que será el experimento se convierte en una olla a presión. Porque Boyle nos lo muestra con ironía, como un intento torpe de promover algo absurdo, un desparpajo, una exhibición de dinero que terminará por ser, para los espectadores, un concurso de moda, un programa en el que varias personas se encierran en una casa o en una isla desierta. La utopía está fuera de sitio, resulta, también, una coartada. La parábola del Génesis se reduce a un Gran Hermano. El lugar de la ciencia lo ocupa el cotilleo.

Hay una impresión de secta en el mundo cerrado en el que habitan los protagonistas, en el real, con los límites de la ecosfera pero también con las fronteras que marca lo que afecta a sus alrededores, y también en el espíritu de los protagonistas, a los que se les ha definido bien a las claras qué es pecado. La parodia está servida al darnos cuenta de que pretendiendo conectar al hombre con la naturaleza, se desconecta de la mejor versión de su propia naturaleza. Boyle es crítico con las raíces del capitalismo, que pudre hasta la filantropía. La metonimia que contiene esta novela, tan grata de leer, es la de la preguntarnos si el hombre es digno de salvarse. La presencia de la dignidad en el eje del texto hace crecer a la obra.

—Ricardo Martínez Llorca, Revista de Letras.