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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Diario de un periodista autoconfinado 7 (qué ver, leer y escuchar si estás en casa) – TELVA – «El grupo», de Mary McCarthy

El redactor jefe de cultura de TELVA nos cuenta los descubrimientos de su encierro casero

Esto es lo que hace un periodista de cultura (que soy yo) sin salir (relativamente) de casa.

No es fácil deshacerse de los libros. Hay quien no les tiene ningún apego. Yo los subrayo, anoto en ellos (lápiz siempre), los llevo de un sitio a otro, se me pierden y aparecen. Me gusta encontrármelos cuando no los busco. Tengo tan mala cabeza que no memorizo nada. Cuando trato de recordar una frase leída me sale otra que no pretendía y me lleva por otro camino. Por ejemplo, abro al azar un libro que tengo ahora al lado, Cómo ordenar una biblioteca, de Roberto Calasso, y me salta un subrayado de la página 17: «El libro, como la cuchara, pertenece a esa clase de objetos que son inventados de una vez para siempre».

Una vez pregunté en la biblioteca municipal si podía donar libros. Aunque el bibliotecario llevaba una camiseta de los «amanecistas» (que se reúnen cada año para recorrer los escenarios reales de la película Amanece que no es poco) me lo puso complicado. Tampoco ayudó su desgana. «Rellene esto. Debe traer los libros para su revisión a tal hora. No aceptamos ensayos. Asegúrese de que no tienen ninguna página marcada. Los libros que no sean recepcionados deberá retirarlos usted. Pregunte a la persona que está por la tarde de todas formas». Así que empecé a hacer como Borges, que salía de casa con un paquete de libros, se sentaba en un café, tomaba algo, miraba un rato y dejaba los libros olvidados sobre la mesa.

MIÉRCOLES

Empiezo a leer El grupo, de Mary McCarthy. «En junio de 1933, una semana después de su graduación en Vassar, Kay Leiland Strong, la primera en dar la vuelta a la mesa en la cena de compañeras de curso, contraía matrimonio con Harald Peter-sen, graduado en Reed, promoción de 1927. La ceremonia se celebró en la iglesia episcopaliana de Saint George, de la que era rector Karl F. Reiland. Fuera, los árboles ya con toda su hoja cubrían Stuyvesant Square, y las invitadas, que iban llegando en taxi de dos en dos o de tres en tres, lo primero que oyeron fueron las voces de los niños que jugaban en el parque alrededor de la estatua de Peter Stuyvesant. Tras pagar al taxista y alisarse los guantes, las parejas y tríos de jóvenes, todas ellas compañeras de universidad de Kay, miraron a su alrededor con curiosidad, como si estuvieran en una ciudad extranjera. Habían empezado a descubrir Nueva York, quién podría imaginárselo, cuando algunas de ellas habían vivido allí toda su vida, en esas tediosas casas georgianas de las inmediaciones de la calle Ochenta, llenas de espacio desaprovechado, o en los grandes pisos de Park Avenue, y les encantaban los rincones escondidos como este, con el pequeño parque y el templo cuáquero de ladrillos rojos, molduras blancas y brillantes dorados, contiguo a la iglesia episcopaliana de color granate».

—César Suárez, TELVA.