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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Empáticos de buen corazón – La Vanguardia – «Una chica es una cosa a medio hacer», de Eimear McBride

Navidad y pandemia forman un binomio explosivo que desde el punto de vista sanitario no puede traer nada bueno, pero que psicológicamente nos señala la puerta de salida de este Matrix sin límites que nos rodea y que haríamos bien en ir ventilando. Lo percibí yendo de librerías, con esa ilusión de los animalitos de costumbres, dúctiles e impresionables, que se desplazan como golondrinas en direcciones únicas, aunque nadie aprecie la belleza de su coreografía.

Me pareció que algo no iba bien cuando encontré más confort tomando un té en el patio de la tienda bajo un naranjo, que entre estos stands que al llegar la Navidad se organizan por emotemáticas a fin de facilitar la búsqueda de un regalo. Había el clásico epígrafe Out­siders con todo tipo de propuestas, aunque nunca queda claro si quien va “a su aire” en este apartado es quien ha escrito el libro, quien lo protagoniza, el estilo literario en sí mismo… o es que se pone en marcha el juego de espejos del marketing para conectar con el talante de quien se ha de decidir a comprarlo o de quien acabará quitándole el papel de regalo. Quizá son las cuatro cosas a la vez, un sentimiento difuso que cada cual puede tunearse según las necesidades socioafectivas del momento.

Eva Baltasar ( Boulder ) y la irlandesa Eimear McBride ( Una chica es una cosa a medio hacer ) compartían mostrador con Tengo derecho a destruirme, del coreano Kim Young-Ha, y con dos incursiones en el desenfreno nocturno como son Sábado noche , de la periodista Susan Orlean, y el superventas Cómo ser famosa de Caitlin Moran. Todo ello presidido desde una esquina por Kafka y La metamorfosis . Un stand de la disidencia del que en todo caso brotaba un extraño sentimiento de hermandad por el mero hecho de ir a su aire .

Siempre he pensado que lo marginal en una librería merecería sus cajones individuales, su propio estado de ánimo para cada idea de lo Outsider que cada cual pueda tener. Pero también pensé que lo raro nunca había sido tan residual como en la actual era de las políticas identitarias, en la que el colectivo outsider ya no pretende ir a su aire y rebelarse para permanecer en lo marginal, sino reivindicarse como víctima y generar adeptos a la causa hasta poner en marcha los mecanismos que le han de validar la dignidad.

En una sociedad de derechos humanos generalizados hemos  pasado de una estructura en la que la dignidad era esencial y difícil de sustraer –y por lo tanto presumible, los tribunales se encargaban de restituirla– a otra en que la dignidad no es presumible y la condición de víctima es el centro de la persona. Le da autoridad moral. Y todo aquello que victimiza pasa a ser socialmente reprimido…

Y en esto que llegué al stand de los Empáticos con el subtítulo “De buen corazón”. Me desinflé del todo y corrí al cobijo del naranjo.

—Maricel Chavarría, La Vanguardia.