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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

En lo profundo de la taiga – Librújula – «Los viejos creyentes», de Vasili Peskov

  • La familia Lykov vivió aislada en lo más profundo de los bosques de Siberia durante más de treinta años, imbuidos de una religiosidad obsesiva. “Los viejos creyentes” (Impedimenta), del periodista Vasili Peskov, relata su empeño en las condiciones más extremas.

Corría el año 1978. Un avión sobrevolaba las inhóspitas taigas de Jakasia (Siberia) cuando los integrantes de la cabina avistaron una pequeña isla y una ladera que hacía las veces de terreno de cultivo. Un par de años después, el periodista Vasili Mijáilovich Peskov comenzaría el seguimiento de los propietarios de ese pedazo de terreno perdido de la mano de Dios a través de una serie de reportajes en el diario Komsomólskaia Pravda. Peskov daría a conocer al público ruso la forma de vida de la familia Lykov y, cuarenta años después, la editorial Impedimenta recupera esos mismos reportajes para los hispanohablantes con el título de Los viejos creyentes.

Precisamente fue mantener sus creencias el motivo que empujó a los seis integrantes de la familia Lykov a rechazar “el mundo” y abrazar la naturaleza indómita. Temían que la llegada del comunismo y la imposición de una nueva serie de normas les impidiera continuar con sus prácticas religiosas y su modo de vida. Por ello, se adentraron en la taiga y desde 1945 a 1978 no tuvieron contacto con ningún ser humano.

La familia Lykov estaba compuesta por el padre y la madre, Karp Ósipovich y Akulina Kárpova, y sus cuatro hijos, Savin, Natalia, Dmitri y Agafia. Por desgracia, cuando Peskov tomó el primer contacto con la familia, cuatro de sus seis miembros yacían bajo tierra; solo conoció a Karp Óspovich y a la pequeña de la familia, Agafia. Supo de la fuerte hambruna que llevó a la muerte a la madre en 1961 y de la prematura muerte de los tres hermanos por dolencias diferentes, gracias a las referencias que los geólogos le dieron en sucesivas entrevistas.

Reforma de Nikon
Espiritualmente, la historia de esta familia tan peculiar comienza en el siglo XVII con las traducciones que el zar Alejo I ordena hacer de las Sagradas Escrituras. Ya en el siglo X circulaban los textos de la cristiandad en lengua vernácula, pero “a causa de
las numerosísimas reescrituras y copias se habían convertido en una especie de ‘teléfono escacharrado’”. Los fieles siguieron a pies juntillas las defectuosas traducciones, hasta que la reforma del patriarca Nikon modificó aspectos relacionados con el modo de oficiar los ritos; por ejemplo, en vez de santiguarse con dos dedos, como lo venían haciendo, emplearían tres. Estos cambios fueron rechazados por un grupo de creyentes por considerarlos una herejía. Alejo I sino que trataban de comprender el porqué de su testarudez.


De todos modos, no debe extrañarnos que, al contemplar las condiciones de vida de los Lykov, aflore la sensibilidad, porque al clima, duro de por sí; a la mala nutrición y a la suciedad endémica de la casa y de sus habitantes se unía su aislamiento total del mundo: “Los sucesos que habían conmovido al mundo aquí eran ignorados. Los Lykov no conocían ningún nombre famoso ni sabían que había una gran y devastadora guerra”. Aunque ellos, ensimismados por los rezos y las prohibiciones, solo echaron de menos la sal; así se lo hizo saber Karp Ósipovich a los visitantes, comer sin sal era “¡Un auténtico suplicio!”.

Esa misma escasez que les obligaba a guardar objetos melifluos como una aguja: “Se termina de coser ¡y, sin tardar, la aguja a su sitio!”, también les impulsó a sacarse las castañas del fuego. Detrás de las destrezas innatas, existe en la familia Lykov una capacidad genuina para observar y entender las leyes del entorno: “Dmitri sabía donde merecía la pena cavar un foso trampa y dónde no. Con su cebo de fabricación casera llegó a atrapar un lobo. Como se sabía a la perfección las querencias de los animales, decía: “El ciervo almizclero es un animal perezoso, todo su recorrido por la taiga es del tamaño de nuestro camino del río a casa. Conocía la forma de andar de los alces por la nieve y podía acosar al maral un día entero, alcanzarlo y clavarle
una lanza”.

Al fin y al cabo, Los viejos creyentes se puede leer como una metáfora de la lucha por la vida, que tiene como protagonistas a una familia que se adentra en uno de los territorios más hostiles del planeta para preservar sus creencias. Su rutina, desde que amanece hasta que se van a la cama, tiene una única finalidad: sobrevivir un día más de manera acorde con lo que establece su fe.

—David Valiente, Librújula.