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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Cuando un aborto por razones médicas se convierte en una novela autobiográfica de verdadero terror – «Tienes que mirar», de Anna Starobinets – VOGUE

A su (breve) paso por Madrid, la autora rusa Anna Starobinets charla con ‘Vogue.es’ y se adentra en las claves que componen un relato espeluznante en primera persona sobre la interrupción del embarazo a la que tuvo que someterse en 2012.

Lo que iba a ser una visita rutinaria al radiólogo en la semana dieciséis de embarazo se convirtió para la periodista Anna Starobinets (Moscú, 1978) en el comienzo de una realidad tenebrosa. Tras varias consultas con distintos especialistas de su país, el diagnóstico fue sólido: displasia renal multiquística bilateral. O, en otras palabras, una malformación en la estructura de los riñones del feto que, en su caso, hacía imposible la supervivencia del bebé. En avanzado estado de gestación, Starobinets —autora de premiadas novelas de ciencia ficción como El vivo (2011) o La glándula de Ícaro Catlantis (2015)— se vio obligada a interrumpir su embarazo. Sin embargo, a pesar de tratarse de un aborto por razones médicas, la única opción para someterse al procedimiento en su ciudad era asistir a la clínica estatal de enfermedades infecciosas. Por fortuna, consiguió recaudar dinero de familiares y amigos para acudir al hospital Charité de Berlín, donde el trato fue mucho más humano. Todo esto lo cuenta en la autobiografía Tienes que mirar (2017), publicada en España por Impedimenta el pasado marzo. La novela, devastadora y brutalmente adictiva, es un certero grito de denuncia sobre todo lo que está mal en el enfoque institucional ruso cuando hay que lidiar con situaciones como la que ella vivió. Un enfoque que condena a las mujeres al dolor, la soledad y el silencio.

¿Qué reflexiones te suscita el hecho de que un aborto por razones médicas pueda ser contado con exactitud como un thriller de terror?

Cuando el doctor estaba realizando el primer ultrasonido, la prueba que dejaba claro que algo iba realmente mal, tuve la impresión de ser uno de los personajes de mis propios libros de ciencia ficción. De esos que saben que no habrá un final bonito para ellos. Tuve la sensación de estar atrapada en una historia de miedo. Y, de hecho, así era.

El libro se publicó originalmente en Rusia en 2017, ¿tienes constancia de que tu testimonio haya suscitado un debate público o producido cambios concretos?

Una de mis preocupaciones era que, debido a la naturaleza personal y ‘oscura’ del libro, nadie fuera a fijarse en él. Pero estaba equivocada, sí que hubo un gran debate tras la publicación, pero la manera en la que se enfocó fue horrible. Había muchos comentarios en un tono agresivo y furioso. También obtuve mucho apoyo por parte de otras personas, pero, aun así, la discusión social fue muy irrespetuosa. Luego, al menos en Moscú, algunas cosas parece que han empezado a cambiar. Por ejemplo, hay un famoso hospicio que ha abierto un departamento para mujeres con embarazos de riesgo que quieran completar la gestación incluso sabiendo que el bebé no vivirá. Tras dar a luz, tienen un tiempo para poder despedirse de sus bebés, y lo hacen en compañía de sus parejas, algo que antes era imposible, ya que se les exige a las mujeres que pasen por este proceso en silencio y en una absoluta soledad.

Otra de las cuestiones que denuncia el libro es que no basta con ser el mejor profesional, también hay que mostrar un mínimo de empatía. ¿Cómo te afectó la falta de tacto en el lenguaje y las formas de los especialistas rusos que te trataron?

Aquellos que me acusan de ser antirrusa o de deslucir la labor de grandes médicos muchas veces también alegan que no importa cómo te hablan los sanitarios, solo importa la calidad de su diagnóstico y sus habilidades técnicas. Me decían que los médicos que me habían tratado en Berlín solo fingían sentir empatía por mí. Y yo respondía: ‘Claro, soy perfectamente consciente de que no van a pensar en mí por mucho tiempo. Pero me manifestaron el trato que necesitaba en esa situación’. La compasión real es algo que uno suele obtener de las personas más cercanas. Pero necesitaba sentirme respetada, especialmente en esa condición tan vulnerable. En Rusia, tradicionalmente, si eres débil no mereces respeto.

De hecho, cuando te niegas a que te pongan la epidural, una de las frases que más hondo cala en ti es la que te dice un anestesista alemán: “No hay razón para que sientas dolor”. ¿Por qué te resultó tan reveladora?

Porque, de donde yo vengo, el enfoque es justo el contrario: prevalece la noción de que el dolor es lo normal y deberías sufrirlo de manera silenciosa. No deberías deshacerte de él. Todavía hay muchas mujeres que rechazan la anestesia al dar a luz porque piensan que su sufrimiento será beneficioso para el bebé de alguna forma.

Tal como adelantabas antes, en la narración cuentas cómo en tu país el aborto es un asunto que la mujer debe enfrentar en solitario y ni siquiera debe hablar de ello en pareja.

Sí, se entiende como un asunto femenino: sucio y sangriento. En la línea, por ejemplo, de la menstruación. El mensaje es que es algo inapropiado que deberías guardarte para ti misma. Esto es algo que no parece estar cambiando. La clase social y el dinero también juegan un papel importante. Si puedes permitirte asistir a una clínica privada [este tipo de clínicas no practican el aborto que ella necesitaba], es probable que recibas un trato más occidentalizado. En las clínicas estatales, tu marido ni siquiera puede acompañarte al reconocimiento médico.

¿Qué hubiera sido de ti en todo este caos si en vez de ser la periodista avezada que eres hubieras sido una mujer sin estudios o sin posibilidades económicas?

Tengo una imagen muy clara de qué me habría pasado. Iría a una clínica estatal para que me realizaran el aborto en mi avanzado estado de gestación, no me hubieran puesto anestesia, compartiría el espacio con pacientes infecciosas, el bebé saldría de mi cuerpo sin la asistencia del personal sanitario, nunca hubiera tenido oportunidad de despedirme, mi marido no hubiera podido acompañarme y, además, me hubieran practicado un legrado incluso en caso de no ser necesario, con los negativos efectos que este tipo de cirugía puede tener para la fertilidad. Psicológicamente, hubiera estado en un lugar terrible, así que hubiera tratado de buscar ayuda en las instituciones, solo para acabar encerrada en la planta psiquiátrica de un hospital en estado vegetativo durante tres semanas. Después, no creo ni que me quedaran fuerzas para nada más.

El libro se titula ‘Tienes que mirar’ en alusión, precisamente, al momento en el que te despides de tu bebé muerto. ¿Qué hace que este momento sea tan crucial?

Al principio rechazaba verlo porque no sabía si su imagen iba a infundirme miedo, debido a las mismas malformaciones que hacían su desarrollo incompatible con la vida. Pensé que no mirarlo podía ser una forma de protegerme. Pero luego entendí que era imposible no despedirme porque era un acto de respeto hacia él.

¿Qué consejo le darías a alguien que sufra un trauma derivado de un aborto por razones médicas?

Que busquen ayuda psicológica de buenos especialistas, lo que no siempre es fácil, y que no escuchen ese mensaje habitual de que “tienes que superarlo”. Eso es lo que hace que te vuelvas loca, cuando parece que estás obligada a creer que la muerte de tu bebé no ha sido gran cosa. Tienes todo el derecho a saber que sí es gran cosa. Pregunta también a tus amigos quiénes están realmente dispuestos a escuchar. Habrá quien enseguida se preste a ello. Es una buena idea hablar, contar la historia completa. Incluso con todos los detalles.

—Eva Blanco Medina, VOGUE.