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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

Entrevista – «Mi única arma son las palabras, y las usé para acabar con el sistema» – ABC Cultural – «Tienes que mirar», de Anna Starobinets

  • Hace casi una década, la escritora rusa Anna Starobinets recibió una noticia desoladora: el hijo que esperaba padecía un defecto congénito y, de sobrevivir al parto, moriría a los pocos días. Tienes que mirar es su admirable relato de todo aquello

Una de las cualidades más valoradas, y de las más apreciadas, también, en un escritor es la de la empatía. Solo poniéndose en el lugar del otro se puede plasmar, de la mejor manera, lo que esa persona siente, sus sufrimientos, alegrías y pasiones. Pero ¿qué sucede cuando ese otro eres tú?, ¿qué ocurre cuando el autor no dispone de la distancia narrativa para poder mantenerse al margen, sin juzgar a sus personajes, porque él, y solo él, es el protagonista de la historia que cuenta? En ese caso, se expone ante el lector sin la red de la ficción, y espera de él, precisamente, esa empatía que, como autor, se le exige siempre. No es esta una perorata sobre las virtudes, y defectos, de la autoficción, sino una reflexión motivada por la lectura de Tienes que mirar (Impedimenta), un relato, en primera persona, tan conmovedor y estremecedor que, al acabarlo, solo puedes sentir una profunda admiración, el mayor respeto, hacia su autora, Anna Starobinets (Moscú, 1978).

La escritora, famosa por sus novelas de ciencia ficción –hay quien la llama la Stephen King rusa– y sus libros para niños, vivió, hace cosa de una década, una de esas experiencias que vienen al lado de la definición de trauma. En una visita rutinaria al médico durante su primer embarazo, recibió una noticia desoladora: el hijo que esperaba padecía un defecto congénito y, de sobrevivir al parto, moriría a los pocos días. Comenzó, entonces, un doloroso peregrinaje contra la pared de la incomprensión del sistema sanitario ruso, al tiempo que debía asimilar el inmenso dolor que la decisión que debía tomar, fuera esta la que fuera, le provocaría. Finalmente, Starobinets se trasladó, junto con su marido, que estuvo a su lado en todo momento, a Alemania, donde, amparada en la ayuda psicológica que recibió y la humanidad de quienes la trataron, decidió poner término al embarazo. Una peripecia vital que, pasado el tiempo oportuno, cuando el dolor, profundo, no era tan latente, Starobinets decidió plasmar en un libro cuya publicación fue un escándalo en Rusia. Recién llegada de triunfar en el festival Celsius de Avilés y antes de poner rumbo de vuelta a Moscú, la escritora hizo un hueco a ABC Cultural para charlar sobre Tienes que mirar, en las librerías españolas desde marzo.

—¿Qué impulso le llevó a escribir el libro, por qué lo hizo?

—El primer impulso lo sentí cuando visité a un psicólogo en Alemania, después de haber te-nido una muy mala experiencia en Rusia. En Alemania, las mujeres en mi situación cuentan con ayuda psicológica. De hecho, si no van al psicólogo, no pueden decidir acabar con el embarazo. En mi país, la situación es justo la contraria. Mientras estaba en Rusia, como no tenía ayuda psicológica, in-tenté encontrar libros sobre el asunto. Cuando estás viviendo ese horror, necesitas saber que alguien también ha pasado por eso, porque así podrás predecir cómo acabaran las cosas para ti. Pero no encontré nada, ni siquiera en internet. Pero aquel psicólogo, en Alemania, tenía una estantería llena de libros sobre el asunto. Fue la primera vez que pensé: bueno, yo soy escritora, quizás necesito escribir un libro sobre esto, ya que en Rusia no hay. Pero en aquel momento rechacé ese pensamiento, porque pensé que me estaba volviendo loca al pensar en un libro en un momento tan poco apropiado…

—¿Tuvo dudas antes de tomar la decisión de interrumpir el embarazo?

—Todo el tiempo. Mientras estábamos en Rusia, estuve bajo una gran presión por parte de los doctores, que me insistían en que debía acabar el embarazo. Era como estar en una carrera por mantenerlo, pero no iban a ayudarme, nadie me iba a asistir en el parto. Al final, mi marido y yo tomamos la decisión, porque no había de continuar con esa pesadilla en Rusia. En la última noche de los tres días que en Alemania me dio el médico para pensar, comprendí que la decisión era mía y que debía interrumpir el embarazo, porque no era lo suficientemente fuerte.

EL PUNTO FINAL DE SU AUTOFICCIÓN A Anna Starobinets, cuya fama está cimentada en los confines de la ciencia ficción lindando con la literatura infantil, le gusta la denominada autoficción, un género que, según ella advierte, de nuevo tiene bien poco. Eso sí, para que la escritora rusa se acerque a una obra de ese tipo, el autor debe hacerle tilín y, además, debe interesarle la experiencia relatada desde el yo. Aunque, en su caso, lo tiene muy claro: «He decidido que este –en alusión a Tienes que mirar– será mi único libro de autoficción. Nunca escribiré otro libro así, porque no es mi manera de escribir. No me gusta. Lo que realmente me gusta hacer es aquello que me da placer, diversión y felicidad, y eso es crear mundos imaginarios. No me gusta esta realidad, realmente no quiero representarla. Lo hice una vez, porque tenía que hacerlo, pero nunca volveré a hacerlo».

—¿Qué sucedió cuando regresó a Rusia, a su casa, cómo afrontó toda esa situación?

—Seguí sin ayuda psicológica. En Rusia, es un tema del que no debes hablar. Mis amigos lo sabían, pero no es algo apropiado, te miran de manera extraña. Tuve la sensación de que ese silencio me torturaba, y es-taba segura de que también a muchas otras mujeres. Así que, al final, decidí escribir un libro para romper ese tabú.

—¿No temía las reacciones?

—En primer lugar, me daba miedo que nadie quisiera publicarlo. De hecho, a mi agente le costó mucho encontrar una editorial. Pero, finalmente, el libro salió. La editorial que lo publicó no esperaba vender-lo, lo hizo como una especie de deber social, estaba de acuerdo conmigo en que ese tabú debía romperse, y quiso participar. En ningún momento se lo planteó como un negocio.

—¿Y qué pasó cuando el libro llegó a las librerías?

—Mi temor era que nadie lo comprara, y, sobre todo, que no se hablara de él, porque lo escribí para que provocara una discusión. Y, finalmente, cuan-do la discusión comenzó fue bastante dura y grosera, se convirtió en una especie de escándalo. Lo bueno para el editor fue que el libro vendió mucho.

«En Rusia, es un tema del que no debes hablar. Ese silencio me torturaba y escribí el libro para romper ese tabú» Perdí a muchos amigos y a muchos colegas tras la publicación, pero valió la pena. Nunca me he arrepentido»

—¿Cómo se enfrentó a la escritura, teniendo en cuenta que era algo diferente en su obra?

—Normalmente, escribo ciencia ficción o libros para niños, invento cosas. Pero esta era mi historia, por lo que mi tarea era justo la contraria, no debía in-ventar nada, sólo representar de una manera muy precisa lo que realmente pasó. Puse los nombres de todos los doctores.

—¿Sus nombres reales?

—Sí, y también los de todas las clínicas, no cambié nada. Lo hice a propósito. Esperaba que me llevaran a juicio, pero no lo hicieron. Todo el mundo comprendió que era la verdad. Mi tarea fue captar la realidad, describirla. Y no fue duro para mí, porque durante mucho tiempo trabajé como periodista, y como reportera debes observar lo que sucede alrededor.

—¿Tenía claro lo que buscaba?

—Quería enfrentarme a todo el sistema, al sistema sanitario, al sistema social. En muchas ocasiones, mientras estaba escribiendo, odiaba tanto a los representantes de esos sistemas que tenía la sensación de que podría asesinar a alguien, a algún doctor… quería matar a alguien. Pero entendí que no podía, así que me centré en acabar con el sistema. Comprendí que mi única arma son las palabras, nada más. Sé cómo usar ese arma, realmente soy buena en eso. Un doctor me ofendió realmente y mi marido me preguntó si quería que le partiera la cara; le dije que no lo hiciera, porque yo iba a golpearles a todos con mis palabras. Eso me ayudó mucho. Yo sabía lo que estaba haciendo: acabar con el sistema con palabras, y fue reconfortante.

—Al escribir, ¿descubrió algo de sí misma que desconocía?

—Lo importante fue que, finalmente, fui capaz de escribir el libro. Cuando empecé, no estaba segura de que llegara a ter-minarlo. Lo dejé varias veces, durante largo tiempo. Mientras lo escribía, estaba embaraza-da de mi segundo hijo, lo cual fue muy estresante, porque sufrí tanto con el primero… y ni siquiera sabía si esa vez saldría bien. No fue fácil, así que cuan-do, al final, lo terminé me dio confianza. Pero no añadió nada a mi personalidad, porque normalmente analizo las cosas todo el tiempo. Es como si me dividiera en dos personas: una es incontrolable desde el punto de vista emocional, llora y grita, y la otra la observa e incluso hace chistes de eso. Ese es mi estado normal en las situaciones críticas. Así que no era algo nuevo para mí, me observo todo el tiempo, sé mu-chas cosas sobre mí misma, no tenemos ningún secreto (ríe).

—Tras publicarlo, ¿llegó a sentir miedo en algún momento?

—Es curioso, porque esperaba una reacción agresiva por parte de la comunidad médica y no la hubo. Pero la gente común… realmente no esperaba que se mostraran tan furiosos con el libro, como si lo odiaran. Algunas personas lo amaban y otras lo odiaban, porque de-cían que era anti-ruso, decían que debería guardar mi basura dentro de mi casa, no arrojarla fuera. Perdí a muchos amigos y a muchos colegas tras la publicación, pero valió la pena. Nunca me he arrepentido de escribir el libro.

—Antes ha hablado de su segundo embarazo. ¿Le costó mucho decidir que quería volver a intentar ser madre?

—Quería volver a ser madre desesperadamente. En psicología, dicen que no es bueno que-darse embarazada inmediata-mente después de la pérdida porque, de alguna manera, te imaginas que es el mismo bebé, y quizás fuera mi caso. Estaba devastada, tenía ataques de pánico… Así que esperamos como año y medio y cuando me sentí mejor psicológicamente lo intentamos. Era mi ave fénix.

—Para acabar, me gustaría que hiciera una reflexión sobre la escritura como herramienta.

—Yo siempre he tenido la sensación de que siempre hay sólo una palabra adecuada. Tienes que combinar detalles, no pue-des elegir cualquiera, y que, de alguna manera, conecten. De algún modo tienes que averiguar cómo encajan perfecta-mente. Sé que algunos de mis colegas reescriben sus textos muchas, muchas veces, pero no es mi caso. Yo pienso mu-cho en cómo hacer que las palabras encajen. Después de eso, tengo la sensación de que es la única forma posible, así que no veo cómo podría reescribirlo. Si lo he escrito así, eso quiere decir que era así como debía estar.

Madrid. 19 de julio de 2021.

—Inés Martín Rodrigo, ABC Cultural