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Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 (Grupo Contexto)

La desdicha de un pueblo al que la URSS arrebató su lengua y su cultura – The World News – «El jardín de vidrio», de Tatiana Ţîbuleac

La periodista y escritora moldava Tatiana Ţîbuleac, que vive desde hace años en París, entró en el panorama europeo como un ciclón con su primera novela, El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Impedimenta, 2019), acumulando alabanzas de libreros, lectores y crítica. Ese libro no destacó por lo inusual de su temática -hablaba de una complicada relación materno-filial- sino que lo hizo por el estilo tan peculiar y atrayente que profesa la autora, diferente al resto. Su prosa se confunde con poesía para describir escenas de desolación en las que siempre halla belleza.

Acaba de publicar su segunda novela, El jardín de vidrio (Impedimenta), que a los diez días de llegar a las librerías españolas anunciaba su segunda edición. Es un libro complejo que puede abordarse desde diversos frentes. Nos sitúa en los años más grises del comunismo en Moldavia. La protagonista es Lastochka , una niña moldava de siete años, huérfana, que es adoptada por una mujer rusa para recoger botellas de vidrio por las calles de Chisináu. «Con las manos entumecidas por culpa del frio, con el estómago revuelto por el asco, nosotras las recogíamos. Dinero ganado de la nada (…) Por dinero me crio también a mí. No por lástima, como creí los primeros meses: por acumular mucho más dinero» (Pág. 40).

Ţîbuleac explora, como hiciera en su primera novela, los distintos disfraces que asume la violencia. Lastochka crece en un ambiente disfuncional, explotada, maltratada, criada en un patio de vecinas a cada cual más particular y rodeada de borrachos: «Los borrachos daban vueltas a nuestro alrededor como las hienas en torno a los cadáveres. En unos meses aprendí a diferenciar a un hombre borracho, pero bueno, de uno borracho y malo».

Ella mendiga amor y encuentra belleza en el más insignificante de los gestos. Resulta perturbador como la autora tolera la convivencia de belleza y violencia, haciendo casi imposible la existencia de la una sin la otra. Dibuja un mundo sombrío, desgarrador que repugna, del que es difícil mantenerse ajeno, pero que llega a empachar perdiendo su efecto. «De la escuela salí fantásticamente preparada para la vida. El resto, me lo callo. Nadie me preparó para la violación. Nadie me preparó para la traición. Limpiar, cocinar, acostarse: eso tenía que saber una mujer» (Pág.88).

La disolución de un país

La infancia de la huérfana cuenta paralelamente la disolución de un país. Hija única de un periodista y de la correctora de un periódico, Tatiana Ţîbuleac nació en 1978 en Chisináu y es interesante cómo impregna las páginas de esta novela de temas como la pérdida de identidad cultural o el sentimiento de un pueblo al que se privó de su lengua y su cultura al formar, durante medio siglo, parte de la URSS.

A su protagonista la obligan a aprender ruso -bajo la amenaza de golpes por cada fallo- porque el ruso es la lengua de la élite, de los que prosperan. La lengua moldava le recuerda al orfanato, a los días «en que comimos un caramelo entre cuatro». Sin embargo, es su lengua y ella insiste en ir a una escuela moldava: «Como rusa me situaba más arriba que como había nacido. Sin embargo, dije: ‘no’. Elegía los moldavos, los despojos. Me azotó hasta hartarse» (pág.101). Esa pérdida de identidad recorre toda la novela. «Los moldavos conocían todos la lengua rusa y la hablaban siempre que tuvieran que hacerlo. Y tenían que hacerlo todo el tiempo» (pág.79)